Por José Luis Bermejo Latre
Profesor de Derecho de la Universidad de Zaragoza
Muy en línea con la táctica de desarraigo y despojo con la que operan las ideologías revolucionarias y radicales de izquierda, estamos asistiendo en los últimos…
…tres lustros a un proceso de revisión no ya de la historia, sino de la memoria. Tanto los hechos políticos y sociales del pasado remoto como los del próximo están siendo concienzudamente analizados y descaradamente sesgados, con un propósito no intelectual sino transformador. No se trata de observar y conocer mejor lo acontecido, extrayendo lecciones del pasado para afrontar el futuro. El objetivo es diseñar el futuro acomodando el pasado al presente. Y ese futuro manipulado por la recreación del pasado no es mejor que el inercial, no augura más libertad, cultura y prosperidad. Al contrario, lo que se avizora en ese regreso es desconcierto, incomodidad, enfrentamiento y crisis perpetua.
La inclinación woke de las políticas de memoria democrática, de identidad y de género (solo en estos sectores, por ahora, aunque comienza a alumbrarse también en el ámbito de la ecología o de la pedagogía) nos está conduciendo a un abismo de consecuencias ya palpables: baste considerar el desdén institucional u oficial padecido por algunos elementos del patrimonio cultural y monumental, desdén directamente precursor de la violencia ciudadana. La damnatio memoriae ha comenzado y ya tenemos nuevos proscritos, listas negras de libros y obras. De las estatuas a las personas va un trecho, que bien puede ser transitado por una sociedad debidamente espoleada. Mientras tanto, el soslayo de las prioridades y urgencias, cuando no el total abandono de las mismas por parte de nuestros próceres, sigue amenazando no ya el desarrollo, sino la supervivencia de una sociedad compleja, rica y avanzada como la nuestra. Hacemos autoanálisis al estilo de los secuaces de (Freud), Stalin y Mao, para hacernos perdonar faltas que, ni sabíamos que lo eran, ni habíamos cometido nosotros.
Una de las dimensiones más indignantes de todo este proceso es la negación de la evidencia. El escoramiento y hasta el falseamiento de la realidad podrían ser admisibles, en su caso, si ésta nos fuese totalmente ajena o desconocida. Pero toda manipulación de la realidad debe ser rechazada cuando ésta ha sido vivida, cuando la política trata de desmentir la experiencia. Muy frágil o muy débil ha de ser la mente para consentir una extirpación de la información propia, construida o heredada, o un injerto de información adquirida de la mano de terceros lejanos que contradice lo aprendido en carnes propias. Difícilmente se puede exigir a nadie que elija un siglo anterior al XX para tomarlo como modelo de nada actual o futuro, pues abundan los relatos escritos pero escasean los orales, y no está a nuestro alcance valorar ni preferir. Del mismo modo, difícilmente se puede convencer a alguien con edad suficiente para haber vivido con sentido la última media centuria de que este tiempo fue un fracaso, una época oscura que hay que abominar y de la que hay que abjurar.
En mi caso, en mi persona y en la circunstancia que siempre me ha rodeado, atesoro una memoria distinta de la que se está pretendiendo difundir acerca de lo femenino. Las mujeres han estudiado y trabajado a un alto nivel, sin encontrar dificultades mayores que los hombres para alcanzar un reconocimiento personal y social bien merecido. Las mujeres han conducido su sexualidad con libertad y autonomía totales y no han padecido violencia verbal ni física distinta ni mayor que la de los varones. Las mujeres no han sido exponentes del “sexo débil”, sino todo lo contrario. En cuanto a lo político, de lo innombrable ya solo puedo hablar por boca de mis antecesores directos. Y debo decir con orgullo que han sido un ejemplo de serenidad y conciliación, que perdieron mucho pero que no se traumatizaron, que sanaron sus heridas y que trabajaron por un mundo mejor para sí y para sus prójimos, acomodándose con naturalidad a la evolución de su tiempo. Ellos sí tuvieron derecho a protestar y a rebelarse, derecho que no ejercieron, libremente.
Putin, según la cita de Emmanuel Carrère en ‘Limonov’, nos negó el “derecho a decir a ciento cincuenta millones de personas que setenta años de su vida, de la vida de sus padres y de sus abuelos, que aquello en lo que creyeron y por lo que se sacrificaron, que el aire mismo que respiraban, era una mierda”. Con menos resonancia pero con los mismos argumentos, me permito negar el derecho a decir a cuarenta millones de personas que cuarenta años de su vida, de la vida de sus padres y de sus abuelos, creyeran o no en ello pero habiendo sacrificado su vida por o en ello, que el aire mismo que respiraban, era una mierda.