Temporales de nieve, interacciones sociales y  Guardia Civil: apuntes chorras / Miguel Clavero


Por Miguel Clavero

    Vaya por delante mi respeto a los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, en especial a la Guardia Civil que, aunque a algunos aún nos quede algún poso…

…de intolerancia a la autoridad, —supongo proveniente, de viejos episodios no gratos—, debemos de reconocer su trabajo y buen hacer. Buena labor social de estos profesionales que, en su quehacer cotidiano, muchas veces se juegan la vida, motivados por su sentido de la justicia  para proteger a la sociedad.

      Y digo ésto a pesar de que mi experiencia con el Cuerpo ese sábado de la gran nevada en Zaragoza, no fue la más edificante que digamos, quizá debido a mi incontinencia verbal de las que, a veces, hago gala; o quizá ese día el agente que me atendió no tuvo muchas ganas de complicarse la vida; o yo qué sé…

     Que no solo sea la ultraderecha casposa de este país y los que le ‘blanquean’ sus fechorías los únicos que, exclusivamente, reconozcan su trabajo.  Como lo que han hecho con nuestra bandera: apropiársela, porque nos guste o no, es la de todos; la que hay desde una perspectiva democrática, y no sólo la de unos pocos.  Otra cosa será, que decidamos entre todos darnos otra forma de gobierno.  Pero ese ‘melón’ en este artículo no toca abrir.   

     Dicho ésto, sabemos por experiencia que este país es fecundo en tontos.  Como diría el Reverte: una ardilla podría cruzar España entera,  desde Algeciras hasta los Pirineos, saltando de tonto en tonto sin tocar suelo.  E incluso la Guardia Civil tiene sus ejemplares, como inevitablemente existen en todo colectivo humano. 

    Así lo pude comprobar el pasado sábado en el atípico temporal de nieve y frío que nos dejó a todos temblando como unas castañuelas de folclórica desaforada en su primer día de estreno. 

    Porque  hablando de estrenos —dicho sea de paso— también yo me apunto a este noble arte de ‘arrejuntar’ letras, en este caso  para el Pollo Urbano, queriendo, eso sí, ir despacico y con buena letra en mi proceso de aprendizaje. Pero claro, para ganarme la vida  —pues es evidente que si viviera de lo que escribo me moriría de hambre—   tengo que darle al ‘rosco’, o sea, conducir autobuses: profesión tan noble, pienso yo, como la de escritor.

   Siempre he dicho que conducir autobuses, además, te proporciona todo un universo por descubrir dentro de la psicología social  donde poder estudiar el fascinante y siempre sorprendente comportamiento humano, que en este caso, un conductor de autobús inquieto y curioso se permite la ‘licencia’ de catalizar esos  comportamientos en demanda de ser analizados e incluso provocar reacciones controladas en los usuarios del servicio.  Diferentes reactivos, aplicados convenientemente en el transcurrir de las diferentes  interacciones sociales que  siempre se dan durante un trayecto.  

   La vida misma vida. La observación de la  realidad social.  Como un pequeño laboratorio sociológico, donde poder registrar todo tipo de  comportamientos, que al final, delatan de qué ‘pasta’ esta hecho el ser humano y el español medio en concreto. 

     También probablemente se preguntarán: pues vaya conductor más ‘toca huevos’, no? Es posible.  Pero cuando detecto una posible falta de educación hacia el que está trabajando, llevando a casa a la gente o desplazándolo a sus respectivos puestos de trabajo, por ejemplo, prefiero que su falta de respeto se culmine de manera clara, dejándonos así de medias tintas, situándonos así a todos: conductor y usuario, en la cruda realidad del hecho en sí.

    Y en éstas que yo conduciendo mi autobús urbano, con la que estaba cayendo aquel sábado y, ya en mi último viaje de las ocho,  —la empresa gestora tuvo la certeza de suspender el servicio a partir de esa hora— tuve  que apañármelas para terminar sin percances el último trayecto, pues para nada se daban unas condiciones adecuadas para conducir.  Todo lo contrario: desde luego, las condiciones para conducir vehículos estaban realmente complicadas incluso para retirarse a cocheras: una rampa era jugártela pues el coche podría quedarse varado al no ‘agarrar’ las ruedas tractoras al pavimento resbaladizo por la nieve y el hielo; una curva había que tomarla lo más abierta posible para que no derrapara el vehículo y siempre a una velocidad lenta y constante, sin brusquedad. Así tuve que hacer, con grandes dosis de paciencia, hasta llegar a mi destino. Luego aparecen unos orcos contra los que tienes que luchar; luego aparece una bruja mala que con sibilinas artes quiere ‘engatusarte’ para que pruebes una pócima mágica que puede ser tu perdición; luego toca luchar con un troll… Y así todo el trayecto.

     Así hasta que por fin llegas a la última ‘prueba’ y va, y te encuentras, primero un coche varado que se interpone en mi trayecto, coche que debo esquivar, si no quiero parar mi vehículo (si me paro ahí me quedo también varado), ni llevármelo por delante y hacer un ‘chandrio’.

    Y ahí estaba, en el carril libre que me quedaba: mi agente ‘favorito’ de la Guardia Civil que, a lo que llegó a su altura, me da el alto y me hace parar el vehículo.  No sirvió para nada que previamente  braceara, como indicándoles: ‘quitatedelmedioredios’.

    La primera pregunta de la Benemérita: lleva usted ruedas de tacos? Pregunta absurda, vive dios, pues saben perfectamente que ningún autobús urbano lleva ese tipo de ruedas para la nieve en Zaragoza:

—Y ahora qué hacemos? —me pregunta tras haber colapsado completamente la vía con los dos vehículos.

   Ahí me salió, y ya siento no poder quedarme calladito cuando más se necesita, mi lado más irónico, el ‘reactivo’ del que hablaba antes pero en este caso los dardos iban hacia la Guardia Civil:

—Pues si quiere nos ponemos a bailar jotas para entrar en calor  —le dije.

    Otra cosa no se me ocurrió decirle. Y tras decir esto, mandaron al otro vehículo hacia abajo de la rampa. La Guardia Civil se las ‘piró’ y ahí me dejaron ‘empantanado’.

   Pero al final la historia terminó bien: en lo alto vi una luz que pensé, es un ángel custodio que viene a rescatarme; qué digo… el mismísimo jefe de todos los ángeles: San Gabriel que viene a auxiliarme.  Al poco se acercaron (eran las luces de un vehículo con tracción a las cuatro ruedas) ofreciéndome una pala con la que pudimos quitar la nieve que hacía resbalar a las ruedas tractoras y así pude continuar mi destino.

  Quizá el agente envió a esos voluntarios que estaban operando por la zona para ayudar a los conductores que tantos problemas tuvimos en aquella jornada.  Nunca lo sabré.  Aunque, de todas formas, creo, que tampoco era cuestión de dejarme ahí con todo el ‘marrón’, siendo además que fue él el que provocó la situación no dando ninguna explicación.

   El ‘Blues del Autobús’. Pienso seguir  recopilando anécdotas, siempre abundantes, que surgen en un trayecto que hablen de la vida, de lo que somos y si puede ser con trazas de buen humor.

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