349 / Jorge Álvarez


Por Jorge Álvarez

   Es un número que a usted, mi amigo lector de El Pollo Urbano no le dice nada.

    Y es más ¡hasta pensará en encarar la lectura de un texto de otro integrante de la sección de Opinión! Pero, si me deja se lo puedo explicar o al menos tratarlo en las próximas líneas. Vamos a ello.

    Mi comienzo del 2021 fue malo. De lo peor. Fueron 16 días de terror, de incertidumbre, de pasarme sentado en un sillón mirando el móvil, esperando una llamada que podía ser a cualquier hora del día.

     Y tratar de aguzar los sentidos para escuchar e interpretar el mensaje que en un par de minutos me informaba del estado de Mónica, mi mujer, internada en la Unidad de Terapia Intensiva de una Clínica privada, víctima del coronavirus.

     Aprendí que “hoy está saturando mejor que ayer”, “los valores clínicos y los parámetros de laboratorio se mantienen estables”, “sin fiebre y sin síntomas hoy”, “en la tarde de ayer necesitó 5 litros de oxígeno”, “le cambiamos el antibiótico y responde”, “la gasometría indica que vamos por el camino correcto” o “anoche durmió bien” le pueden alegrar el día a alguien.

    Siempre fueron voces femeninas que se identificaban con sus nombres las que me daban ánimo y me decían que mi mujer era una guerrera que no se rendía. Y yo a eso lo sé.

    Vivo con una leona, pero me afligía que le jugaba en contra estar inmovilizada en una cama, sin saber qué día era el que vivía y dependiendo del talento de un equipo médico que monitoreaba su salud las 24 horas.

    Nos comunicábamos por Whatsapp y mensajes de voz. Con el paso de los días ésta se fue tornando más vivaz. Contándome su día. Que leía el libro de García Márquez que había llevado como compañía y que en la TV sólo había novelas turcas. Que el personal médico y las enfermeras eran de buen trato pero “sólo las reconozco por la voz por los trajes de astronautas” que tienen.

    Hasta que un día una de las voces del teléfono me comunicó que estaba sin medicación, sin oxígeno y que según fueran los resultados de los estudios se iría de alta. Fue el mejor parte médico que yo redacté a la familia porque en ese lapso fui el vocero.

    Y cuarenta y ocho horas más tarde estaba de pie en la puerta de la Guardia con su bolso negro en la diestra. El abrazo fue tan interminable como las lágrimas.

    Atrás habían quedado los peores 16 días de nuestras vidas y ahora tenemos que vivir los otros 349 del título, que merecemos que sean mejores para mi familia, la suya y la de todos, con salud y con la alegría de estar vivos gracias a Dios y a la medicina.

Artículos relacionados :