Polilla y Alcanfor / Carlos Calvo


Por Carlos Calvo
Subdirector del Pollo Urban

  No existe un trabajo de comunicador más envidiable que ser poeta de los entreactos circenses, una figura en desuso porque ahora mandan los atletas del cuerpo…

…y las finanzas y han dejado más espacio a las palomitas que a las palomas, polillas o alcanfores del verso. Hasta los payasos venden más camisetas que sonrisas levantan.

  Hay una invasión vírica de narices rojas pragmáticas que anuncian detergentes o cuentas bancarias. Si la infancia es una patria, el circo es la guardería perpetua donde se mantiene en estado puro la noción de la cultura popular. Poética visual, música contagiosa, danza, riesgo, habilidades, la cabriola en el trapecio, la suelta de siete –u ocho o nueve- pelotas del malabarista.

  También los juegos con el cuerpo hasta los límites de lo verosímil, emoción, y la palabra del maestro de ceremonias que todo lo conjuga, que le da la categoría para colocarlo en el plano de lo majestuoso, por humano. Es su dimensión, su cercanía, lo que le da identidad propia a este asombroso lenguaje transversal nacido antes de la geometría y el redoble del tambor.

  Todas las vocaciones tienen algo de sobrenatural. El chiquillo que, de pronto, decide que será piloto, cirujano o astronauta. La chiquilla que asegura que va a ser fiscal, actriz o karateka. Me refiero a los niños que lo dicen en serio y perseveran, escogiendo para sí mismos un futuro que es, a veces, difícil de explicar, pero que es, también, irrenunciable.

  Manolo Alonso, del dúo Polilla y Alcanfor, perseveró y encontró su vocación como augusto, recibiendo las bofetadas, acaso porque, por decirlo con Sócrates, es preferible sufrir una injusticia que cometerla. Y, emocionado, preguntaba a los niños -y no tan niños- que se cruzaban en su camino: “¿Cuánto os dura la risa?”. El humor como terapia, como salud del alma y del cuerpo. Como diversión. Los payasos, al fin y al cabo, son los filósofos infantiles.

  Sí, parece que la etapa fundamental es la infancia. Después todo está ya ganado o perdido. Quizá no sea cierto que la infancia sea siempre una edad de oro. Nietzsche decía que debíamos poner en nuestras vidas la seriedad que pone el niño en sus juegos. Lo que da una superioridad al niño sobre el adulto es su manera de manejar el tiempo. El niño juega entregado al instante.

  Ya sabemos que vive eternamente quien vive el presente. La eternidad es el tiempo de la infancia. Solo deja de temer al futuro quien vive en el presente. Pero la infancia también es conciencia de limitación y finitud. ¿Por qué los niños se entregan tanto a los payasos de la pista? Evidentemente, porque les hacen reír. Es su tiempo, su presente. El tiempo de la felicidad.

  Ahora, los hermanos riojanos Manolo y Toño, nuestros particulares ‘tonettis’ del barrio zaragozano de la Magdalena, se han puesto tristes. ¿Qué fue de vuestros diálogos de doble intención que sacaban a la luz una situación política y social? ¿Adónde quedaron aquellos brillantes fandanguillos con saxo y trompeta que llenaba la carpa de olés? La vida es extraña, a veces muy dura. Hay abismos, silencios. Pero perdura lo que fue nítido. Hasta siempre, Polilla. Y buena suerte, Alcanfor.

https://www.youtube.com/watch?v=RsmPO1W8kn8&fbclid=IwAR3JOutrDOfHrheQJYGf-K85HUahqlMfEZgkbl2ckz_DQtZTHiF2ldqIvSY

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