Por Dionisio Sánchez
Director del Pollo Urbano
elpollo@elpollourbano.net
Queridos amigos, compañeros y camaradas:
Corría el año 1986 cuando Antonio González Triviño, un tetuaní del 51 y que arribó como miembro del ayuntamiento de la gusanera como concejal de número de la UCD…
…. aunque pronto, eso sí, su “maestría” como “controlador de tiempos” le hizo gracia a su predecesor en la alcaldía por el PSOE, el seco Ramón Saínz de Varanda y lo encaminó hacia el estrellato ya que frente a las aspiraciones de Mariano Berges, promovido entonces por un débil e ingenuo aparato socialista, el entonces “factótum” del socialismo español Alfonso Guerra, a la vista de lo que vio e intuyó en la capital zaragozana, lo impusiera como edil luego de una breve y misteriosa carrera en un taxi por las calles de la ciudad que más tarde sería conocida como el Beirut del Ebro entre las cuatro paredes de la calle Ferraz de Madrid. En esos tiempos donde el seco Sainz de Varanda había conseguido que la ciudad nadara en el más absoluto aburrimiento, la llegada de González Triviño fue como una explosión de vitalidad: el alcalde lucía sin vergüenza una fastuosa colección de relojes Rolex o Patek Phillipe, concejales de medio pelo que apenas habían probado el clarete de los obreros, el famoso“Arvin”, descorchaban con pericia botellas de Vega Sicilia del 65 u otros matracos del elenco municipal le adjudicaban al consistorio sin ningún rubor facturas por ágapes con montantes de 585.000 pesetas, por ejemplo. Es decir, comenzaron a sucederse en la ciudad los “buenos tiempos”, qué duda cabe. Tiempos de ”chatis”, “coca” y “pelotazos”. De póker y partidas en mesa camilla que algunas terminaban -¡fíjense ustedes!-, con sus componentes aterrizando en Lisboa para darse un garbeo cultural por casinos y puticlubs de alto copete.
En ese contexto y aburridos del ambiente que había propiciado el seco Varanda, unos cuantos ciudadanos decidimos formar una peña que, al menos un día la semana, nos sacara del aburrimiento en que se mecía nuestra pacata ciudad. Encontrar un lugar extraodinario: el bar del antiguo Cachirulo ubicado en el imponente caserón de la Plaza Santa Cruz que ya había sido inaugurada en el 73 como ”Plaza del Arte,” contar con la generosidad de Ángel Gasca (presidente de la Asociación cachirulera) y coincidir con Alfonso y su sobrino, un cocinero excelente y un barman de primera que sabían preparar unos caracoles y otras viandas de honda tradición aragonesa en meriendas y farras de todo tipo, como las recordadas y ya inexistentes “madejas enanas” que preparaban los sabios del triperio del Mercado Central, o los callos con tomate y jamón dignos del morro del mismísimo César Augusto, comenzó a llevar a la gloria a la incipiente Peña Caracolera.
En unos pocos años, la Caracolera se convirtió en un auténtico club de tráfico de influencias y algunas, no menores. Todavía es recordado el cambio de protagonista en el sonado acto de transfuguismo que protagonizó José Luis de Torres tras escuchar en la Peña el discurso de intenciones que nos largó el verdadero y oculto tránsfuga. Al término del cual, De Torres cayó en la cuenta de que él era mucho mejor que el titular y le adelantó por la izquierda yéndose, al día siguiente, a proponerse ante el mismísimo Triviño como el tránsfuga necesario para la continuidad de su gobierno. Actos, pues, de alta política en el seno de una peña donde sin lugar a dudas, llegó a estar representada, y fantásticamente bien, la sociedad civil zaragozana. Sociedad civil que agasajó por su cuenta al, entre otros, jefe de la Renfe soviética o al sobrino arquitecto del dictador Trujillo. Empresarios, artistas, currantes y políticos perdían el culo por ser invitados a los saraos que la propia peña comenzó a organizar ante la sequía institucional. Incluso se trasladaba circunstancialmente a una sala llamada “El Caribeño” donde el amigo Zapata dirigía orquesta, cantaba su señora y multiples invitados se acercaban al micro a hacer sus pinitos apadrinados por Curro Fatás. Mientras allí se veía a los más granado de la ciudad fardando –los que podían- de unas bellezas que no eran las suyas sino de las que hay que sacar cartera al final de la farra. Aunque quizá uno de los actos que más fama adquirieron fue el nombramiento sin paliativos de los más tontos de Aragón: los Premios Abundios y una importante secuela de los mismos: los Premios Pichorras. Y como estaba de moda la democracia, todos los miembros de la peña y los amigos que asistían a las zambras y meriendas, votaban religiosamente en urnas de cristal vigiladas por una mesa dispuesta “ad hoc” para impedir cualquier tipo de corruptela o manipulación. Ser Abundio, tonto o pichorras, era algo muy serio como siempre, por otra parte, lo ha sido en Aragón.
Pues bien, todo este somero preámbulo no ha sido sino una excusa para anunciar a todos los amigos, compañeros y camaradas, que tras la aburrida y aplatanante legislatura que nos han hecho sufrir los rojetes y lilas zaragozanos, hace unos meses, un selecto grupo de ex caracoleros, decidimos volver a darle lustre a la Peña Caracolera con la ilusión de superar las efectos febriles que el sectarismo dominante intentó imprimir en nuestras sencillas y humildes mentes y curar las ulceraciones de raíz marxistaleninista que están intentando aflorar en las cercanías de los esfínteres más cercanos al exterior.
Hemos vuelto a recuperar nuestra insignia: un pin de plata que simula un caracol fumándose algo que parece un porro, los caracoles en la merienda (todavía con un éxito dispar), un lugar en la ciudad donde nos reunimos (y que, de momento, es secreto) y la encomienda de toda la Peña reunida en Asamblea de volver a nombrar a los más tontos de Aragón. Es decir, resucitar los Abundios y los Pichorras.
De momento han sido nominados a Abundios los siguientes ciudadanos: Dani Pérez (Ciudadanos), Fernando Rivarés (Podemos), Luis Mª Beamonte (PP). Para Pichorras, y ustedes pueden adivinar el por qué solo hay uno: Florencio García Madrigal (Psoe). Todos los lectores del Pollo Urbano pueden participar en las votaciones que aparecerán en la portada de nuestra revista. Oportunamente se avisará de la fiesta que celebraremos para conceder los premios que serán, como siempre, unas boinas de cerámica con asa, para que los Abundios no tengan dificultad en colocársela.
Volvemos, pues, de un modo modesto pero con la mismas aspiraciones que tuvimos cuando iniciamos la aventura caracolera: Ningún capullo, sea político, clérigo, militar o civil, nos va a amargar la existencia ni va a impedir que disfrutemos de nuestra ciudad y de nuestros amigos.
Para empezar, la administración se puede meter la ley que nos obliga a comer caracoles de granja por donde le quepa. Y la Chunta tiene un compromiso con nosotros. Hacer derogar esa Ley que ellos impulsaron. Dicho queda. O habrá guerra.
Queridos amigos, compañeros y camaradas: ¡A caballo! ¡Yihíiii! ¡Salud!