Postureo underground


Por Crista Navarro (*)
http://tirandopalante.com/

     Vengo de dar una vuelta por mi barrio. Por los bares de mi barrio, para no mentir.

  Menos mal que hoy regreso al hogar contenta por haberme encontrado con quien lo he hecho y no ha habido sitio para la gilipollez que últimamente rodea estos lares.

   Mi barrio es el mejor del mundo. Eso es así y no admito réplica.

    Mi barrio es uno de esos reductos urbanos en los que los convecinos nos saludamos, nos pedimos huevos si nos hemos quedado sin o nos bajamos a tomar cañas «a ver con quién nos encontramos» para echar un rato bueno. Mi barrio es el mejor del mundo. Eso es así y no admito réplica. Eso sí, como en todas partes, lleva de un tiempo a esta parte llegando cierto tufillo a rancio. Y cuando digo rancio digo pijo. Y digo tontolaba, que no se si va bien escrito pero es muy de mi tierra y no me voy ni a molestar en mirar la transcripción correcta. Pa qué, si es justo lo que quiero decir.

   Si me remonto a las décadas de mi adolescencia y juventud temprana viajo de 1987 en adelante. Ahí los pijos allanaban los territorios de todo tipo: entrar a un garito rocker y oler a Don Algodón era una señal inequívoca de que una niña mona que además, según Mecano, no iba sola se había colado en tu fiesta de tupés, tequila y Chuck Berry. Y quien dice en un garito rocker dice en uno heavy, punk o alternativo. No. Alternativo no, que hablamos del 87 y todavía no conocíamos la existencia de Cobain o Vedder. Eso, como dijo Ende, es otra historia.

   El caso es que el pijo de la época daba bastante grima. Y lo digo desde la perspectiva de alguien (ego) que no pertenecía a ninguna tribu. Tribus, se llamaban. Era guay no ser de ninguna, porque una se sentía bienvenida en todas. Menos en la de los pijos. Y eso era porque, aparte de que ellos se metían con actitud altanera en cualquier círculo, tenían el suyo propio en el que nadie que no vistiera unos pepellins, panamayak o lacós (léanse literalmente) podía entrar. Ahí estaban, con sus narices en lo alto con cara de oler a pedo, como Joey Tribbiani en «Los días de nuestra vida», dejando claro que tú no pertenecías a ese sitio. Joder, te sentías mal.

    Tribus, se llamaban. Era guay no ser de ninguna, porque una se sentía bienvenida en todas. Menos en la de los pijos.

    Total, que vuelvo a la época que nos ocupa porque resulta que en mi barrio del alma, sí, lo amo, hay veces que me retrotraigo para volver a vivir esos momentos amarguillos de viejas épocas. Los pijos han vuelto. Ya no huelen a colonia dulzona ni visten pepellins. Ahora llevan cabezas medio rapadas, piercings hasta en el codo y sandalias con calcetines en febrero. Y todos son pintores, escritores, cantautores o tocan la flauta travesera en una banda de música celta-albacetense, que a ver quién tiene cojones de comerse un concierto de esos. Pero molan. O, al menos, se piensan que molan. Y tú no. Porque te gusta llevar botines, melena al viento, camisa con chaleco o lo que te de la santa gana de llevar. Y, además, trabajas en Ikea. O en la asesoría Porras. Eso, querida o querido, no es cool. No eres interesante. Eres un musgo. Tal cual.

    A lo que voy, que ya empiezo a andarme por las ramas y luego no me concuerdan las ideas con los textos: no moláis. No sois la hostia en vinagre, y debéis admitir que vosotros también trabajáis en Talleres López o en el Dia de la avenida Madrid. No os creáis tan especialitos, joer, que no pasa nada por no ser Clara Campoamor , ni Eric Clapton ni Pablo Picasso… que genios hay poquicos y por eso se valoran tanto. Dejad mi barrio en paz, con esa gente maja que lo puebla y que no tiene ningún prejuicio a la hora de juntarse con el vecino, que ya no quedan muchos lugares donde uno pueda sentirse en casa, y han sido más de veinte años de librarnos de caspa social para que ahora vengáis a lo mismo, pero con los pelos de punta y camisetas negras de algodón con un mensaje de anarquía que, os aseguro, no os iba a gustar si se diera. Además, os han costado 40 pavos. Que las he visto en Amazon. Listos.

(*)Crista Navarro:

Crista Navarro. Nacida en Zaragoza en 1973. Estudié en Santo Domingo de Silos y ahí pasé los mejores años, o los peores, según se mire. Me dediqué a ser la secretaria de otros jefes hasta que decidí ser el mío propio. Ganas de complicarme la vida, sin más. Me gusta un escribir y un micrófono para contar cosas más que comer con los dedos, que también. Y soy muy abrazona y cariñosa. Que igual no vale de mucho pero engorda el currículum y el espíritu.

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