Por María Dubón
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Nos adaptamos. Aguantamos. Soportamos. Aceptamos. Naturalizamos. Toleramos. Tragamos más y más, por comodidad, por miedo, por ignorancia. Así se normaliza una realidad permanente: la mentira y la desinformación.
En el mundo actual, las noticias se viven en directo, son un producto más del mercado de consumo. No se valora el rigor o que la fuente sea fiable y la noticia esté contrastada. Una noticia vale si es inmediata, si llega mientras sucede.
Los debates políticos, los deportes, el ocio, la cultura… se lanzan al público de manera que provoquen emociones, reacciones viscerales que impidan la reflexión y el análisis. La forma prevalece sobre el contenido.
Sentimos predilección por lo negativo. Nos gustan las catástrofes, los hechos violentos, las desgracias y el dolor ajeno. Por ahí se engancha a la audiencia, al público. Medios como Facebook, YouTube, Twiter, etc. son un río revuelto que concentra un poder inusitado, una facilidad aterradora para difundir bulos, manipular opiniones, crear cortinas de humo, tratar imágenes para que parezca lo que no es.
El deterioro informativo ha sido lento y progresivo, tan sutil que a duras penas nos provoca una reacción.
