Chapuza / Eugenio Mateo


Por Eugenio Mateo
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   Leyendo el otro día a mi buen amigo Javier Lafuente, editor y erudito del cine, entre otras cosas, no tuve más remedio que recordar a Perry Mason y de paso a la niñez.

   Decía Javier que había dedicado unos minutos, por pura curiosidad, a seguir el juicio a los políticos presos por el Process y que tal actividad le había sumido en una abrumadora decepción. Esperaba un afilado cruce de palabras entre el fiscal y el defensor. Palabras precisas y dichas en su momento justo. La agudeza mental y el dominio de la semántica que permitía a los abogados hollywoodienses persuadir al jurado, que en las escenas permanecían hieráticos, haciéndonos participes con sus alegatos de una fantasía sobre la Justicia. Lafuente, que confesaba no haber estado nunca en un juicio, reconocía no tener idea de lo aburrido de los juicios por estas tierras, sin brillantes oralidades jurisprudentes ni piques entre el defensor bisoño y el juez que se va del mundo.

   Suscribí todo lo que escribió y me permití hacer el ejercicio que él ya había hecho: volver atrás a esos años en los que yo veía a Perry Mason en su silla de ruedas, que no le impedía sin embargo ser el amo de la sala. El sagaz abogado Preston de Los Defensores, al que jamás se le alegraba el rostro. Judd, el abogado tejano y fanfarrón, y otras de las que no me acuerdo. Lo bueno de esas series no era ya la habilidad de los protagonistas, cosa consabida, sino que todo estaba estereotipado: el defensor justiciero, los reos y los sospechosos, el juez y el fiscal, el público y el jurado, hasta los vigilantes, todos componían un escenario de buenos y malos, salvo el culpable, que se escurría agazapado y te mantenían en vilo, a pesar de los anuncios, hasta su desenmascaramiento por nuestro abogado y la libertad para su defendido, que se esforzaba con sus gestos en demostrarnos durante todo el capítulo que era inocente. La verdad, como espectáculo eran geniales, aunque a los críos de entonces nos quedaba el regusto de aquel dicho, muy moraleja aleccionadora: la trampa siempre campa.

   Yo, a diferencia del amigo Javier, sí que estuve en un par de juicios como demandante y puedo decir que la maquinaria de la Justicia es todo lo contrario a un espectáculo, y no por que sea aburrida, que también, sino por su lenguaje, incomprensible para los legos, (todos los que no hayan estudiado Derecho), y la liturgia. Por ello, y a pesar de mi escasa experiencia, cuando he leído y visto algún artículo y video de las vistas durante los interrogatorios a los políticos independentistas, no he podido evitar la certeza de que vivimos en la gran chapuza. Es la inercia lo que soporta el tinglado, pero, considerando mi ignorancia en casi todo, no se me escapa lo que es una chapuza, y me golpea como un puño la pregunta: si de este juicio parece depender el futuro de España; si las penas que se juzgan son tan graves como se nos dice; si medio mundo está pendiente de nuestra Justicia, ¿Por qué narices los que tienen que impartirla demuestran tan poca fe en lo que hacen? 

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