Por Dionisio Sánchez Rodríguez
Director del Pollo Urbano
elpollo@elpollourbano.net
Queridos amigos, compañeros y camaradas:
Por fin, aunque con una edad más que preocupante, lo he conseguido.
Llevo ya nueve años realizando una actividad basada, esencialmente, en el gasto y no en la remuneración, demostrando con ello que es posible ir a contracorriente del sistema y ser feliz sin necesidad de que te aporreen la chepa. No soy el primero, por supuesto, pero estoy orgulloso de pertenecer a un club de privilegiados que vislumbraron el horizonte de lo improductivo mucho antes que yo ni siquiera lo atisbara.
Desde la Universidad de Campinas (Brasil), el profesor y sociólogo Antonio Antunes releyendo a Marx, realizó una aproximación teórica, aunque desde parámetros colectivos, cuando apunto que “ el trabajo improductivo es aquel que no se constituye como un elemento vivo en el proceso directo de valorización del capital y de creación de plusvalía. Por esto Marx lo diferencia del trabajo productivo, aquel que participa directamente del proceso de creación de plusvalía. Improductivos, para Marx, son aquellos trabajadores cuyo trabajo es consumido como valor de uso y no como trabajo que crea valor de cambio”.
Superada y de lejos esa apreciación, los neo-improductivos modernos no tenemos conciencia de clase porque dedicarse a lo improductivo es siempre una decisión personalísima, ajena a cualquier tipo de asociación formal para desarrollar el trabajo y, de hecho, es condición “sine qua non” que el neo-improductivo sea un solitario. Otras características necesarias para poder llevar a cabo el improductivismo es que el individuo ha de estar dotado de conocimientos que le permita adecuar todas sus herramientas a la ausencia de ayuda, es decir, ha de valerse por sí mismo en el terreno donde vaya a proyectar su actividad.
No es fácil ser improductivo. Para llegar a ello, previamente y durante la fase de asalariado o autónomo, ha de ir adquiriendo de primera o de segunda mano toda clase de artilugios, herramientas y materiales que luego destinará al proyecto. Una vez que uno ha dado el paso, que ya es un improductivo, no existirá el dinero ni su trabajo lo producirá. Por ello, es muy importante planificar el momento adecuado en que uno pasará a este maravilloso estadio de la improducción, ya que si no se ha estudiado bien ese instante, puede uno, fácilmente, caer en una suerte de “neohipismo” sin sentido y ya sin edad para poderlo desarrollar en toda la extensión del recuerdo (si es que se tuvo).
El medio donde voy a realizar mi labor como improductivo son unas pequeñas y abandonadas fincas de labor en Soria donde hace años se plantaron carrascas y que ahora están en diferentes fases de crecimiento: desde tallitos de un año hasta largiruchos robles de más de dos metros. Solo en su poda, se necesitan días y días superando –al principio- unas intensas agujetas que se pasan solo de pensar que el tajo lo constituyen más de 400 arbolitos. Cuando se sequen las varitas de carrasca cortadas (es decir al año que viene), me asaré unas esperadísimas unas costillas de cordero, (el improductivo profundo ha de ser, además, enormemente paciente).
Me compré en una chatarra un hermosísimo BJR frutero, con giro al eje, de decimosexta mano y con aperos y con él debo labrar todo el contorno de los arbolitos ya que la maleza se empeña en aparecer, año tras año, como una plaga bíblica.
Las bellotas, el fruto que darán las carrascas cuando Dios quiera y tal vez yo haya muerto, no me gustan pero preparo planteros para asegurar me el improductivismo hasta que mis nietos decidan si arrasar el campo o continuar con la gran obra de su genial abuelo.
Y allí, en mis pequeños campos ( como pueden ustedes comprobar en estas mismas páginas https://www.elpollourbano.es/silvicultura/) me paso horas y horas montado y abrazado amorosamente a mi viejo y fiel tractor, mirando los surcos y consumiendo gas-oil a destajo ¡Que placer! Cada línea que trazo con el cultivador, la analizo y me inflo de cervecitas frescas mirando la fastuosa y cerealera planicie soriana. Estoy rodeado de elementos productivos pero no hay color al comparar la belleza de un naciente carrascal en medio de la monotonía de los enormes campos de cebada que solo dan dinero ¡Qué horror!
Y lo mejor de mi revolucionaria actividad es que hay años que aparecen cientos de topillos con lo cual es posible que todas mis carrascas se vayan a tomar por el culo.
¡Qué hermosura saber que, entonces, casi seguro, tendré que volver a resembrar las bellotas y esperar otros diez años para comenzar podar las encinas! Porque, claro, un improductivo agrícola jamás utiliza venenos ni pesticidas…¡Faltaría más! ¡Fantástico, amigos míos! ¡A caballo! ¡Yihiiii! ¡Salud!