Por María Dubón
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Criticar es hablar mal de alguien o de algo, pero también es analizar de forma pormenorizada algo y valorarlo según un criterio propio.
A esta segunda acepción me refiero para decir que hemos perdido el hábito de criticar, que aceptamos cualquier cosa que nos digan, que creemos sin dudar lo que leemos en los diarios, lo que vemos en los medios o en las redes.
Cuando conocemos una noticia, solo los hechos son verdad, el resto es interpretación, ideología, sesgo o incluso mentira malintencionada. Hablando con la gente, percibo que la mayoría carece de pensamiento crítico, acepta rumores, lo que oyen aquí o allá, sin cuestionar la veracidad de estos planteamientos.
Nos educan para «creer» sin dudar, para tener fe, para repetir el texto de un libro con la mayor precisión posible. Así que es normal que fallemos a la hora de discernir. La familia, la escuela, la universidad… ¿En quién recae la responsabilidad? No se imparten clases de pensamiento en nuestra vida académica. No se valora la importancia de dudar, de indagar, de confrontar opiniones.
La única asignatura que podía facilitarnos esta tarea: la Filosofía, ha sido desterrada de los planes de estudio, pues, según el Gobierno, no sirve para nada. Solo genera pensamiento disidente, y no interesa que la ciudadanía sea librepensadora.
