Una imprevisión de Marx / Guillermo Fatás


Por Guillermo Fatás.
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial del Heraldo de Aragón
(Publicado en Heraldo de Aragón)

   Una lectura recomendable de Marx es el lúcido librito que dedicó , en 1852, a explicar por qué el presidente de la República Francesa en 1851 se convirtió (de golpe y por un golpe) en emperador Napoleón III.

   Discrepaba de análisis hechos por Pierre Proudhon y Victor Hugo, intelectuales de prestigio y hostiles, como Marx, al advenedizo, de modo que comparó el golpe de estado del primer Napoleón con el de su heredero indirecto , que se hizo llamar Napoleón III, y dedicó parte del opúsculo a comparar casos que parecían ocurrir dos veces. Su gran admiración por G.W.F. Hegel le hizo comenzar el texto con una idea de este: “Hegel dice, en alguna parte, que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se repiten. Por así decir, dos veces. Pero se olvidó de añadir : la primera, como tragedia, y la segunda, como farsa” (‘das eine Mal als Tragödie , das andere Mal als Farce’)

     Este párrafo se ha citado millones de veces. Es didáctico y eficaz, aunque en sí no sea un gran principio metódico. La historia está llena de situaciones  que pueden ser objeto de analogías, porque los lugares persisten –Madrid, París, Moscú, Berlín, siempren están ahí- y las circunstancias que propician sucesos estrepitosos pueden parecerse –hambrunas, guerras, catástrofes-, como los hombres se parecen entre sí y, más, dentro de un marco cultural homogéneo.

Invocar espíritus pasados

    Marx llamó “caricatura” al golpe de Napoleón III (1851) comparado con el de Napoleón I (1799) y puso algunos ejemplos inteligentes más con esa intención. “Los hombres –dijo- hacen su propia historia, pero no a su libre arbitrio y en condiciones elegidas por ellos, sino en las que el pasado les entrega y lega directamente”.

    Describía cómo las generaciones  muertas pesan decisivamente en la mente de los vivos. Estos, cuando se pretenden revolucionarios, invocan a los espíritus pasados a quienes pretenden imitar y toman “sus nombres, consignas y hábitos” para comparecer con dignidad en el escenario del presente: así, Lutero (siglo XVI) se había travestido de san Pablo (siglo I), la Revolución Francesa (siglo XVIII) se había disfrazado de Roma antigua, Napoleón (1799) había imitado a Cromwell disolviendo el Parlamento (1653), etc.

Jugar a las diferencias

   No es difícil multiplicar curiosos juegos de parecidos y diferencias. Propongo uno entre un tribunal español de 1934 y otro de 2017.

    Los parecidos son: ocurrir en Barcelona; querer dar aire épico a la secesión de Cataluña; insolentarse con los jueces; ser reconvenidos por ello; contrapreguntar indebidamente a los interrogadores; armarse alborotos por ciertos circunstantes; reforzar el dispositivo policial a causa de la presión política suscitada por los acusados, que han organizado un oportuno bullicio callejero intimidatorio; y acosar físicamente a los servidores públicos.

    Las diferencias son, lógicamente, tantas como los parecidos, puesto que parecerse no es ser idéntico, en 1934 es 2017. Es distinta la insolencia de los procesados, en un caso como desobediencia al magistrado y, en el otro, como menosprecio por buscada impuntualidad en la comparecencia. Las reconvenciones por conducta reprensible tienen, una vez, consecuencias procesales y, la segunda, no. La actuación policial difiere por ser el jefe de los efectivos muy activo, en un caso y, en el más reciente, del todo pastueño. Y son distintos los procedimientos intimidatorios sobre los jueces y fiscales: la primera vez, un magistrado fue alcanzado por un pisapapeles de cristal arrojado con fina puntería y un fiscal resultó detenido (¡!) por el jefe policial en persona; en la segunda ocasión, en  cambio, la intimidación, aunque notable, ruidosa, temprana y constante cursa sin agresiones físicas.

Posibilidad a la española

     El caso antiguo tuvo lugar en la Ciudad Condal, en septiembre de 1934. El acusado separatista se llamaba Josep María Xammar. El juez agredido, Luis Emperador. El fiscal detenido, Manuel Sancho. El jefe de los Mossos, un torvo sujeto de Esquerra republicana que acabó mal, llevaba el expresivo apodo de ‘Capitá Collons’.

    Los acusados de ahora se llaman Artur Mas, Joana Ortega e Irene Rigau. Son, pues, un político en mengua, una falseadora probada de currículos académicos y una maestra con tal formación que cree insultante que alguien llame ‘lengua vernácula’ al catalán. Los datos del tribunal están en la prensa estos días.

    Otra coincidencia: la mayor parte de los ciudadanos queda estupefacta ante los espectáculos.

    Cuando Hegel y Marx meditaron sobre la historia y sus repeticiones, no parece que previesen esta posibilidad a la española: que tanto el original como la copia tuvieran un equívoco tono de farsa. Y eso que Marx estudió agudamente la España de Espartero. Será que no vivían aquí.

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