Carta a unos Reyes Magos (con perdón) / Eugenio Mateo

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Por Eugenio Mateo

    Confieso que no estoy acostumbrado a escribir cartas a personajes de tanta altura como la de sus majestades pero aprovechando que para estas fechas millones de misivas con el mismo destinatario colapsan las estafetas de correos, no me sustraigo a colaborar en este lío postal aportando esta carta con mis humildes peticiones.

    En primer lugar, Rey Melchor, quiero aclarar que no le guardo rencor por haberme tocado la cabeza cuando era un niño todavía necesitado de cuatro ruedas para los desplazamientos con mis papás. De aquel roce principesco en aquellos tiempos tan lejanos no me queda memoria pero un permanente recordatorio paternal entresacó  del acontecimiento, años más tarde, una suspicaz sospecha de la culpabilidad de la mano de su majestad en relación a mi contumaz alopecia. Ungido para siempre quedé con su contacto; tocado, como en los juegos de hundir barcos. Descreído hacia la mágica institución real, asumo sin embargo que Ud., Señor, no tuvo culpa alguna y sería más consecuente achacar a alguna feromona el penoso episodio piloso. También, por evitar el agravio comparativo, me refiero a los señores reyes Baltasar y Gaspar, de los que su mayestática presencia en todos los desfiles da buena medida de su grandeza, como componentes de la majestad trinitaria.

    Sin más circunloquios y sabiendo de lo valioso de su tiempo, permítanme pasar directamente a lo práctico, o sea, a estos diez juguetes que quiero que me traigan:

    Quiero un caballo imaginario, como ésos sobre los que cabalgan los de su rango en mitad de las plazas públicas, para cada vecino de mi pueblo. Por pedir, quiero también las plazas. Caballos imponentes en plazas concurridas desde los que mirarnos a la misma altura. Mejor si son fundibles, por si acaso.

    Un artilugio volador, aunque sea pequeño, para no necesitar posar los pies en tierra y romper la maldición de nuestro origen reptante. Imagino que será más fácil que pedirles un par de alas y el efecto es el mismo, solamente poder escapar de vez en cuando de esta monotonía en la que se nos ha clasificado…

    Una escuela, para compartirla con los que creen que no la necesitan. Que tenga pizarras transparentes, con maestros y alumnos listos para el encuentro, aulas sin púlpitos ni prejuicios. Una escuela formadora de futuros sin peonadas a la que no le falte de nada.

    Un manual de economía, no importa que esté en inglés. Tengo tanto interés en saber por qué 2+2 son 3.60 o 4, según quien hace las cuentas, que de este regalo depende el nivel de angustia que dormita en mi bolsillo.

    El don de ser invisible para no tener que guardar las apariencias. A poder ser no a perpetuidad sino a tiempo parcial.

    Una guía de tendencias, de esas que deciden si estamos “in” or “out”, para forrar las paredes de mi cuarto oscuro con su papel couche a todo color que me ayude a saborear el inútil elixir de mi ignorancia.

    Una coraza, de hierro forjado, capaz de no dejarse traspasar ni por los mosquitos, con ventilación en los sobacos y sin espacios en blanco para la publicidad. No se confundan con una de plástico, por favor.

    Menús populares sin vino peleón en restaurantes con camareros de largos delantales, codo con codo con la creme de la creme para invitarles a carajillos bajo el fervor etílico y desclasado de la exaltación de la amistad en todas las barras de los bares de mi pueblo.

    Unas gafas de tres dimensiones. Sé de su inutilidad sin el software apropiado pero un amigo me ha dicho que son muy prácticas para echar un vistazo a la realidad desquiciada.

    También, para terminar, quiero que me toque el gordo de la lotería para irme a descansar con mis escamas a otra parte, aunque eso sí, díganme cómo podría agradecerles el favor.

    Es posible que pida demasiado – ¿es cierto que los que piden algo reciben? – pero ya estoy cansado de tanto cortarme, de manera que, Serenísimas Majestades, si quieren seguir contando con mi adhesión, sean todo lo generosos que puedan y satisfagan a este pobre seguidor de su boato antes de que me pase al nórdico luterano ése que le da por viajar en trineo.

 

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