Aquellos pequeños placeres inservibles / Christian G. Toledo

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Por Christian G. Toledo

    Sostiene Woody Allen que la mejor actitud que un ser humano puede adoptar en este mundo caprichoso y abocado al desastre es distraerse.     Distraerse haciendo cine es una manera, pero hay sin duda muchas otras. En todo caso,  es una verdad incuestionable que el arte y la cultura nos han proporcionado a lo largo de nuestra breve existencia las más elevadas formas de distracción, que viene a ser lo mismo que consuelo.
     Por eso no me extraña que las mismas luminarias que tanto han maltratado el cine y la cultura en general hayan alumbrado una reforma educativa en la que se pretende arrinconar hasta la mínima expresión las asignaturas «no instrumentales», esas que tanto distraen a los alumnos modernos.
     Recuerdo con nostalgia aquellas mañanas de invierno en las que apenas unos cuantos alumnos traducíamos a Homero alrededor de una mesa. A los ojos de las nuevos tiempos esta clase de griego sería hoy un pasatiempo inservible. Quizá aprender cómo Ulises engañó a Polifemo jugando con las palabras no sirva para nada, pero bendita fue la distracción que me produjo. La misma que podemos experimentar viendo Annie Hall mientras tratamos de evadirnos de la dictadura del denominador común que tratan a toda costa de imponernos.

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