Es un hecho que los periódicos de hoy, o los del día anterior, mañana, o pasado mañana, solo les interesan a las moscas verdes. Se convierten en banderas amarilleadas y hechas trizas, que ondean entre basura, tetrabriks de vino peleón o carroña de animales muertos, a la manera de hemerotecas del descampado que deshacen la lluvia, los anos y las lágrimas de los vagabundos. Sí, las patas de las moscas verdes, que se deshacen y se olvidan sin que a nadie le importe, y mucho menos a aquellos que tienen un cocodrilo en el corazón. ¿Es hoy el periódico del día un referente social? ¿Ha perdido su poder de convocatoria? ¿Son los periodistas unos meros portavoces de unos intereses políticos y financieros? ¿Los medios de comunicación están imposibilitados para analizar con objetividad la realidad de lo que ocurre? ¿Son independientes los profesionales del periodismo? La prensa pilla los temas como grandes historias que contar y no los suelta y en ellos aparecen vestigios de noticias, rastros de idearios, consignas y manipulaciones que convierten el raciocinio en una adivinanza políglota. Solo se opina en una única dirección y se informa con las migajas de las mentiras precocinadas. El periodismo, hoy, es un ejercicio de incomunicación y manipulación colectiva. ¿Acaso no oímos decir hasta la saciedad que una buena ficción plantea siempre preguntas? ¿A dónde ha ido a parar el otrora considerado ‘cuarto poder’?
Tristemente, la prensa independiente ha fallecido de una larga enfermedad. La nuclearización de los medios de comunicación, los créditos bancarios, la precariedad laboral y el pensamiento único han acabado con ella. Leyendo los editoriales de los periódicos nacionales o locales sobre el estado de las cosas se da uno cuenta que no solo pontifican sobre los abusos del poder sino sobre cómo informa o deja de informar la competencia. No hay imparcialidad, ni equilibrio, pues todo depende de qué tipo de subvenciones reciben cada uno de ellos y todo se reduce, ay, a un plan ideológico establecido. Mientras tanto, los servidores del capital andan a la greña acusándose de batir el ‘ranking’ en cuanto a la corrupción se refiere, utilizando la tan manida falacia del argumento ‘tu quoque’ (tú también) que ya crispara la paciencia de un tal Aristóteles. ¿Qué diferencia encontramos entre la competencia de la prensa nacional o local, que tanto se odia y tanto se necesita?
En periodismo, si eres uno más, serás uno menos. Hay que demostrar el valor, más allá de la marca del medio, y quienes sepan encontrar, filtrar y transmitir su información en un mundo lleno de ruido serán los que salgan adelante. De hecho, los periódicos no son angelicalmente neutrales, ni tienen que serlo, es verdad, en un régimen de libertades y de competencia de ideas. En sus líneas editoriales no solo quedan reflejadas preferencias ideológicas, sino, a menudo, los intereses empresariales de las sociedades o las personas propietarias. El lector ha de saberlo, y en ello hallará algunas razones para preferir un periódico u otro. Los periódicos no ahondan nunca en las miserias de sus afines ideológicos. Ese sometimiento de la información a servidumbres partidistas ha dañado mucho la credibilidad de la prensa.
Reconozco mi personal decepción por el progresivo descrédito del periodismo, una profesión que se reduce a mirar, escuchar y, por supuesto, contarlo. Y tampoco estaría de más comprender que la realidad es eso que, a veces, desmienten con sus errores los periódicos. Muchos periodistas no están preparados para conversar. O, sencillamente, no quieren conversar. No hay nada que hacer: es lo que espera el lector y hay que dárselo. Falta talento y no se busca información que otros no tienen, y tampoco un estilo propio escribiendo. Así nunca tendrán audiencia ni tendrán anunciantes. El valor de la información periodística, del periodista, es que verifica. La verificación, la transparencia, la investigación y hablar de frente al poder, sin complejos, sin tapujos, es lo que los periodistas deberían hacer, y lo que no puede hacer cualquiera en internet. Estos valores capitales del periodista se están perdiendo. Y luego se quejan de que las cosas van mal. Y si la crisis y el debate de los profesionales se centra ahora en si los periódicos (en papel o en formato digital) tienen futuro, primero habría que analizar por qué se ha llegado a una situación casi insostenible.
Hoy, la mayoría de los medios de comunicación reciben subvenciones y la gran mayoría no podría sobrevivir sin ellas. La inmensa mayoría de los periodistas y opinadores, independientemente de su signo político, cobran un buen porcentaje de su sueldo de medios públicos. Así es imposible el talento, así es imposible la calidad, así es imposible la libertad. Y todo ello envuelto en el catolicismo más rancio, con todos los prejuicios y sin ninguna profundidad. ¿No ha sido siempre el periodismo una suerte de cultura? ¿En qué ha quedado la antigua creencia popular de que la cultura nos haría libres? El periodismo tendría que comprometerse con lo que le rodea. Hay que ser críticos y tener los ojos muy abiertos para no dejarse arrastrar por la corriente. Hay que quitarse esos paraojos que llevamos casi todos y que solo nos dejan mirar nuestros propios intereses. La cultura de la desigualdad, generada y gestionada –hoy- por las corporaciones económicas y divulgada por los medios de comunicación, homogeneiza las mentalidades obstaculizando cualquier atisbo de reflexión discrepante. Ignora y boicotea la igualdad del ser humano como alguien dotado de conciencia que razona, imagina, piensa, siente placeres y dolores de idéntica manera que los demás y que, al fin y al cabo, se expresa de múltiples formas, en cuanto individuo diferenciado e interconectado con los otros.
Después de cuarenta años de dictadura reclamaron los periodistas su oportunidad y la tuvieron. Y en estos otros casi cuarenta años de sufragio universal se ha demostrado mucha mediocridad, mucha mezquindad, ninguna altura de miras, ninguna competencia, ninguna generosidad. ¿De qué se queja, pues, el periodismo? Hay que avanzar, asumir errores, competir con las nuevas tecnologías, progresando, aceptando el precio de las cosas como hombres y no quejándose de todo y por todo como señoritas aficionadas. Este ha sido el fracaso del periodismo, de bajar el nivel para contentar a todo el mundo en lugar de multiplicar la exigencia para forzar a todo el mundo a intentar ser mejor. Sí, este ha sido el fracaso de dar la razón a la mayoría para amasar lectores y publicidad, en lugar de persistir en la búsqueda de la verdad para ganarse el respeto. Espero que la queja deje paso a la autocrítica, al sentimiento de culpa y a la convicción de que solo con esfuerzo y con rigor seremos capaces de sobrevivir al siguiente asalto. Lo demás son excusas. Pero así estamos y así nos encontramos. Y, como dice el refrán, aunque la mona se vista de magenta, rosa se queda. O algo así.