El Teide, un volcán suspendido en el Atlántico


Por Eduardo Viñuales

 

    El volcán del Teide tiene una altitud de 3.718 metros de altitud. Y, sin embargo, es algo más que la montaña más alta de nuestro país. Siempre, desde la historia conocida, ha sido mucho más que un número, que un simple récord.


Eduardo Viñuales Cobos
Escritor y naturalista de campo
Texto, fotos y dibujo
http://www.asafona.org/default.aspx?info=000320

    Ya para los nativos guanches este volcán, llamado “Echeide”, fue considerado como el infierno, la morada del Dios Guayota, representando un pilar que sostenía el Cielo y la Tierra. Para Homero en este lugar estaban los Campos Elíseos. Dante tomó su imagen para situar aquí el Purgatorio. Los antiguos navegantes que veían desde el mar semejante elevación, llegaron a pensar hasta el siglo XVIII que era la montaña más elevada del mundo. Por eso magnificaron al Teide frente al Ararat, el Olimpo, el Atos,… Y diversas leyendas hablaban del verdadero emplazamiento del Paraíso Terrenal en este rincón de las Canarias.

    La actividad volcánica sigue presente en este prominente relieve amarillo, en este cono solitario colgado entre mares, que se ha ido levantando colada sobre colada, erupción tras erupción, lava sobre lava. Las fumarolas de su cumbre testimonian que la montaña no está dormida, que está más viva de lo que imaginamos. En el año 1798 se produjo una erupción en Pico Viejo que, a través de las bocas conocidas como las Nacices del Teide, duró tres meses y seis días seguidos. Fueron 12 millones de metros cúbicos de vómito ardiente. Coladas, conos, roques, diques, malpaíses, campos de ceniza y bombas volcánicas testimonian estos pretéritos sucesos naturales, propios de la convulsión de la Tierra.

    Y pese tanta roca, nieve y aridez, la vida animal y vegetal late con fuerza en cada rincón. El nombre latino de la retama blanca del Teide nos habla de un mundo y una geografía soleada, situada casi siempre por encima de un mar de nubes –“supranubius”-. Más arriba de los pinares y del monte verde de laurisilva prosperan vegetales sorprendentes y llamativos como tajinastes rojos y picantes, hierbas pajoneras, violetas que alcanzan la misma cumbre, y margaritas endémicas que florecen durante la primavera en estas laderas colgadas sobre el Atlántico. Es, merecidamente, uno de los cuatro Parques Nacionales de Canarias.

    Siete son sus cañadas principales, por donde los guanches trashumantes subían durante el verano en busca de pastos para sus ganados. Cuevas y guaridas han guardado tesoros y enterramientos antiguos, hasta completar una lista de mil sitios arqueológicos que nos hablan de una cultura ancestral perdida tras la llegada de los españoles en el siglo XV. Por eso hay quien ha comparado a estas tribus con los indios patagones.

    Naturalistas, viajeros y expediciones diversas arribaron en Tenerife a lo largo de siglos pasados, atraídos por la imagen del volcán. Charles Darwin no pudo alcanzar su deseo de estar en el Teide a causa de una inoportuna cuarentena. Sí lo hizo Ernest Haeckel, fundador de la ecología como disciplina científica. Y, especialmente, el geógrafo alemán Alexander von Humboldt, quien asciende a su cumbre en 1799. Nadie de Santa Cruz le asegura conocer el camino para escalar el Teide. El Barón de Humboldt dedicaría bonitos textos de admiración y realizó grandes descubrimientos para la Ciencia.

   Hoy el Teide sigue siendo una isla dentro de la isla de Tenerife, una montaña absolutamente original, irrepetible y representativa de sí misma. Una montaña muy africana, pero con un marcado carácter subtropical en la Vieja Europa.