Ramond de Carbonniéres, padre del Pirineísmo


Por Eduardo Viñuales Cobos

     En el año 1802 el naturalista Louis Ramond de Carbonnières, considerado el padre del pirineísmo, asciende a la cumbre de Monte Perdido pensando que era la montaña más alta de la cordillera. Pero ¿es la más bella? Louis-François-Elisabeth Ramond, llamado de…

…Carbonnières, es un alsaciano  de finales del siglo XVIII que ha sido denominado como “el padre de la actividad pirineísta”. Su vinculación con las montañas y con los Pirineos tienen su origen en el momento en que Ramond traduce y amplía con sus comentarios, en el año 1871, una obra de cartas sobre el estado político, civil y natural de Suiza, motivo que llamaría la atención del cardenal de Estrasburgo, Louis-René de Rohan, quien le nombra como Secretario. En el año 1787 el séquito del cardenal llega al balneario pirenaico de Barèges donde, según Ramond, “se ven los Pirineos a una gran distancia, y en algunos aspectos se ven como los Alpes: un amasijo de cumbres recortadas, agudas, erizadas, de las que el color es tan blanco como las nubes, tan azul como el cielo… según reflejen la luz o estén cubiertas por la sombra”. Ese mismo verano, Ramond, y el cortejo entero de Rohan, sube a la cumbre del Midi de Bigorre, montaña de 2.865 metros por la que Louis Ramond tendría gran predilección y a la que ascendería en otras treinta y cuatro ocasiones más a lo largo de su vida.

 Pero Ramond persigue con mayor ahínco la conquista de otra cumbre de los Pirineos, considerada por aquel entonces como la más alta de la cordillera –a la que se le supone una altitud de 3.436 m.-, y donde no se tiene constancia de que hasta el momento nadie haya sido capaz de pisar sus piedras cimeras: el Monte Perdido. Esta obsesión personal, y sus tareas naturalistas y científicas en las montañas, provocan que nuestro pirineísta sea comparado popularmente con su homónimo Horace-Bénédict de Saussure, quien en el año 1787 llegaría por vez primera en la historia alpina a lo alto del Mont Blanc.

   A pesar de que las propias gentes del país en aquellos años consideraban la ascensión al Monte Perdido como una empresa inviable, Ramond inicia una repetida serie de tentativas, estudiando la difícil geografía del lugar, la existencia de hielos glaciares… y de paso va descubriendo la flora y la geología.

   Pero en el año 1788 el pirineísta se ve forzado a regresar a París, se separa de su protector –el cardenal Rohan- y se ve envuelto en las agitadas políticas previas a la Revolución francesa que frustrarán sus planes de nuevas exploraciones por las montañas de los Pirineos. Tras la publicación del libro “Voyage et observations fates dans les Pyrénées”, habrá que esperar al año 1972 cuando regresa de nuevo a Baréges, y cuando conoce al hostelero de Gèdre apodado como “Rondou”. Sus paseos cerca de la línea de la frontera, subiendo cumbres y herborizando plantas, serían mal interpretados: en 1973 es arrestado fugazmente, y en 1974 es encarcelado en Tarbes acusado de federalismo y de querer huir a España. Tras diez meses de prisión ingresa como profesor en la École Central de Tarbes, donde toma con renovada pasión sus estudios de Ciencias Naturales.

    La idea propia de Ramond de que el Monte Perdido se hallaba sobre un terreno secundario -que fue un mar primitivo-, le lleva a un enfrentamiento intelectual con el ilustrado de Toulouse, Philippe Picot de Lapeyrouse, quien sostiene la tesis contraria de que la montaña es un relieve principal, y que por tanto no resulta fruto de una decantación. Para zanjar la polémica, ambos estudiosos inician una expedición por el valle de francés de Estaubé, acompañados de estudiantes y ayudantes. Aconsejados por un grupo de pastores y contrabandistas, deciden atravesar el Puerto de Pineta para descender al valle principal del Cinca –denominado en las crónicas como “Béousse”- y así poder ascender hacia el Monte Perdido por el Puerto de Fanlo –Collado de Añisclo-. Phillipe de Picot, con 53 años de edad, desiste de esta empresa deportiva. Mientras, Ramond prosigue y arriesga su integridad en una ruta que le lleva finalmente hasta la Brecha de Tucarroya. Trece hombres avanzan ladera arriba, por una pendiente de 60º de inclinación, tallando escalones en el hielo y cramponeando. En el collado les espera la recompensa visual: el Monte Perdido está más cerca que nunca. Envuelto por las nieblas que vienen y van, la montaña aragonesa deja entrever sus rocas y glaciares suspendidos en la verticalidad del terreno. Era el 12 de agosto de 1797.

Impresiones del año 1802 en alto de la cumbre de Monte Perdido.

   Tras varias tentativas de coronar la cumbre del Monte Perdido, y de ver que la opción por cara norte de la montaña que ha visto desde la Brecha de Tucarroya resulta una ruta inviable, Ramond opta en el año 1802 por probar suerte por el lado del collado de Añisclo. El día 5 de agosto decide mandar a sus guías a reconocer la ascensión, dando indicaciones expresas de que en ningún caso deben llegar hasta la misma cima, pues es un privilegio que el naturalista alsaciano quiere reservarse para sí mismo. Sus dos guías, Laurens y Rondou, se dejan aconsejar por las indicaciones de dos pastores de Bielsa, uno de los cuales les acompaña: atraviesan la terraza Belle-Vue, cruzan la cascada de Pineta y, hacia el este, remontan una canal que conduce a las proximidades del collado de Añisclo. Esa noche efectúan un vivac y, al amanecer, emprenden la marcha por la Espalda de Esparrets y los Picos de Rabadá y Navarro. A las 8 de la mañana del 7 de agosto, Rondou, Laurens y el pastor de nombre desconocido alcanzan la cumbre. El regreso, pensando en una ruta menos arriesgada y difícil hacia Francia, lo efectúan por la vía de las Escaleras del Monte Perdido y la Brecha de Rolando, donde correrían grave riesgo de despeñarse. Rondou, asustado, jura no volver a pisar la montaña.

    Una vez en Gavarnie, el relato de Laurens, contando lo sucedido creará gran enfado en Ramond de Carbonnières, quien entiende la ascensión precipitada como una desobediencia y una especie de traición a sus deseos. Al día siguiente, Ramond llega en caballo a Estaubé. El guía Laurens, su hermano Henri y Pierre Palu le acompañan en la que sería la última tentativa del padre del pirineísmo a esta montaña. Cruzan nuevamente al valle de Pineta, y remontan hasta la cascada, junto a la cual duermen en la noche del día 9 al 10. Los terrenos colgados de la Faja Tormosa les llevan entre fuertes pendientes al collado de Añisclo y, bajo la Punta de las Olas, bordean por la cara norte el Pico de Añisclo –que luego sería conocido como Soum de Ramond-. Grietas y neveros dificultan el tramo final, subida que culminará con éxito para los cuatro caminantes en el Monte Perdido a las once y cuarto de la mañana del 10 de agosto. El barómetro de Louis Ramond registra con mucha precisión 3.354 metros de altitud.

   Ramond escribe victorioso: “Esta montaña no es solamente la más alta de los Pirineos; es además el punto más elevado de nuestro hemisferio; es, en una palabra, de todos los monumentos conocidos de los últimos trabajos, el más considerable por su volumen y el más extraordinario por su estructura”.