Por Eduardo Viñuales Cobos.
Hace unos meses publiqué una guía de Turismo Sostenible en el Pirineo Central, destacando iniciativas de verdadera sostenibilidad y rutas a pie por la montaña. Esto es lo que pienso y expresé en la introudución del libro editado con Sua y El mundo de los Pirineos.
De la misma manera que…
Eduardo Viñuales
Escritor Naturalista
http://www.asafona.es/blog/?page_id=1036
Twitter (X): @EduVinuales
…únicamente tenemos un planeta, sólo tenemos una cordillera de los Pirineos.
Seguramente no la vamos a rebajar de altura, ni podríamos cambiar los valles de sitio… pero hoy en día tenemos más capacidad que nunca de mancillar las cumbres nevadas con hierros y remontes, de talar los bosques, de construir urbanizaciones en los prados, de trazar pistas y carreteras, de poner grandes barreras en los ríos, de sustituir la vegetación natural por el hormigón… o de contaminar el aire, sus aguas y los suelos fértiles de estas maravillosas y hermosas montañas. Quemamos combustibles fósiles, calentamos el planeta y derrochamos –que no usamos- más agua y energía que nunca antes. Por desgracia, hay quien está en esos empeños a cambio de, según dicen, más puestos de trabajo, de mucho dinero fácil y rápido -para ellos y sus negocios-, de un mal entendido “progreso”… y, en definitiva, de egoísmo a corto plazo.
La preservación de los espacios naturales y el medio ambiente en los Pirineos no es un fenómeno nuevo y moderno. Podríamos revisar los viejos papeles que escribieron ya hace más de un siglo atrás aquellos pioneros pirineístas que, como el geógrafo Franz Schrader, pedían que se protegieran las cumbres como refugios de silencio y de soledad. O como Lucien Briet en los albores del siglo XX pidió que el valle de Ordesa, donde se talaban los bosques de forma desordenada, fuera protegido como un jardín del edén a modo de “Parque Nacional” como el que los americanos ya tenían en Yellowstone.
Medioambientalmente, en todo este tiempo las cosas han cambiado en el Pirineo, para bien y para mal. Hemos cometido más errores y hemos mejorado con ideas e iniciativas que queremos resaltar en este libro de la colección de El mundo de los Pirineos. Algo, al menos, hemos aprendido en positivo… pero resta seguir en el empeño de tener un mundo mejor, de cambiar el rumbo de lo mal hecho. Por eso abogamos por un modelo de montaña que sea un espacio regenerador, un territorio de encuentro entre el hombre y la Naturaleza en el que deben primar los valores espirituales y deportivos sobre cualquier tipo de ambición empresarial, mercantilista, económica o financiera. Somos conscientes de que la montaña posee unos valores ambientales, sociales y culturales únicos, constituyendo un almacén de agua potable y un reservorio de flora y fauna salvaje, pero, sobre todo, siendo un símbolo de belleza y de pureza que transforma el sentimiento de los hombres. Defendemos, no obstante, una explotación racional y sostenible de los recursos naturales, promoviendo aquellas actividades tradicionales que sean compatibles con la conservación de un medio frágil y valioso.
El aprovechamiento hidroeléctrico de los torrentes de montaña -que forman el nacimiento de los ríos-, la construcción y ampliación de pistas de esquí, o la implantación de un modelo de turismo masivo, son algunas de las actuaciones humanas que contribuyen a la degradación de los cada vez más escasos espacios vírgenes de la alta montaña pirenaica, lugares donde reina el silencio, la soledad, el misterio y donde es posible el encuentro del hombre consigo mismo. Cuando contaminamos o destruimos las montañas no sólo acabamos con un rico y valioso patrimonio natural que deberíamos legar a las generaciones venideras para su disfrute, sino que también hipotecamos la posibilidad que nos ofrecen para la observación, la vivencia y la comunicación.
Hace 20 años diversos alpinistas, naturalistas, amantes de la aventura y del gusto por la soledad de los grandes paisajes de la naturaleza, firmamos un manifiesto para defender nuestras montañas. En él abogábamos por un modelo noble, y no vulgarizado, de alta montaña, ajeno a la mecanización, el sobreequipamiento y la construcción de nuevas infraestructuras humanas que domestican los paisajes, hacen más accesibles las cumbres y endulzan las vivencias que éstas producen -grandes refugios, remontes, pistas de acceso motorizado, etc.-. El aislamiento y el peligro son condiciones inherentes a los precipicios, los glaciares y las cumbres elevadas de los Pirineos y de la Tierra, y nos permiten un diálogo silencioso de los alpinistas con las montañas. Por eso venimos propugnando la defensa de los valores emocionales y sociales de la montaña. La historia, la toponimia, la etnología montañesa… deben ser conocidas y estudiadas para comprender mejor el mundo que nos rodea. La montaña tiene un gran valor educativo y también científico, como campo de observación y experimentación en un mundo – el de alta montaña – todavía bien conservado.
Montañas como los Pirineos son auténticas catedrales de la Naturaleza, de aspecto sublime y poderoso, pero al mismo tiempo vulnerables a la acción perturbadora de los hombres. Las montañas son templos de encuentro del hombre consigo mismo y con la Naturaleza, por lo que no sólo debe ser preservado su armazón físico, sino que también se ha respetar el ambiente y la esencia de estos parajes.
En mayo de 2021 se pretendió conseguir fondos de turismo sostenible para unir las estaciones de esquí de Formigal y Astún a través del valle salvaje de la canal Roya. Detrás estaba la Diputación de Huesca, el Gobierno de Aragón, la entidad bancaria Ibercaja y algunos empresarios o familias poderosas. Las voces de montañeros, organizaciones ecologistas y habitantes de los valles o pueblos pirenaicos no dejaron de gritar ante tamaño despropósito ecológico. Para ello se quiso reventar un rincón pirenaico debajo del pico Anayet que ya tendría que haber sido Parque Nacional o Natural. Algunos políticos han dicho que se hará, pero sin apenas impacto ambiental, algo imposible de lograr. Y otros han tenido el valor de defender que es un proyecto sostenible para evitar emisiones de CO2 en el transporte por carretera. La idea no era nueva y aún hay quien sigue pensando en ese lado oscuro.
Sin embrago este libro demuestra que hay otras ideas, personas, grupos de gente, iniciativas reales que van en otro sentido, en dirección contraria al crecimiento insostenible para el Pirineo Central. No están todos los que son, pero sí todos los que están. Los protagonistas de estas páginas consideramos que son desarrollo sostenible real, de verdad, del bueno. Un ejemplo a imitar por otros que vendrán después o que viven en el pueblo del lado y en el valle vecino.
Hablemos, mejor, de “decrecimiento”
Las personas que aparecen en este libro han apostado por nuevos conceptos de estar en la montaña que van más allá de bajarse la basura a los contendedores, de no urbanizar el entorno de los pueblos pirenaicos o de adentrarse monte adentro con el vehículo todoterreno. Hablan de nuevos modos de vida, de modelos de crecimiento económico basados en la soberanía alimentaria, el freno a la despoblación, el papel de la mujer en el mundo rural, de calcular y compensar la huella climática de sus actividades económicas… o de apostar por un tipo de turismo respetuoso con los valores naturales y que lleva por delante el prefijo “eco-“.
Están preocupados por la pérdida de la biodiversidad, por la reducción de ecosistemas naturales, por la subida generalizada de la temperatura media, por la calidad de las aguas, por la falta de ordenación del territorio o por la procedencia de los alimentos que consumimos.
Pero como dice el ecólogo Fernando Valladares, la prosperidad está en anteponer un decrecimiento programado y democrático. Hay quienes dicen que ya vale de tanto “desarrollo sostenible”, que la verdadera sostenibilidad para el futuro se basa en “el decrecimiento”, una teoría que a quien no sabe de qué va este concepto le puede llegar a asustar en un primer momento, pensando erróneamente que ello sea sinónimo de un retroceso que puede comprometer su bienestar. Pero que en realidad es una propuesta que consiste en la premisa que busca reducir el consumo global de recursos para detener la emergencia climática, sin perder calidad de vida o empleo, más bien al contrario, tratando de buscar un crecimiento con otro ritmo, más lento, eficiente, equilibrado y sensato. De hecho, no es una teoría nueva, ya que desde los años 70 se habla de producir menos para hacer sostenible la vida en el planeta, aunque es cierto que ha adquirido más importancia en los últimos años. Sus defensores intentan recuperar o volver a incorporar la actividad económica dentro de los límites planetarios, ya que si continuamos con el modelo actual de desarrollo o de crecimiento podríamos llegar al colapso. El científico Antonio Turiel asegura que “hay que planificar y organizar ese descenso, cambiando los valores sociales y de consumo, pero también desde el punto de vista técnico en, por ejemplo, el gasto de petróleo en un sistema mundial hipertrofiado que reparte beneficios obscenos a ciertos sectores privados”.
En los Pirineos los recursos naturales también son limitados. E igualmente nosotros, aquí, en esta parte del mundo, también somos interdependientes y no podemos romper más los equilibrios de la Naturaleza para sobrevivir y llegar más lejos. Somos vida, y estamos preocupados por la vida. Tenemos que pensar en nuestros hijos y, por supuesto, visto lo visto, en el presente.