Paseo de montaña hasta la Canal Roya


Por Eduardo Viñuales Cobos.

     Un paseo entre amigos para asomarnos al valle pirenaico de la Canal Roya, pura poesía natural de sonidos y aromas, de vistas y especies vivas. Nos saludan las alondras y un sarrio, recortado en el horizonte, parece desear que estos paisajes de alta montaña queden en paz, que sean un Parque Natural.

     El paseo se realizó  el día 4 de junio acompañado por Juan Carlos de Hita, Antón Castro y Virginia Vázquez . Salimos andando del aparcamiento de Formigal que hay antes…

Eduardo Viñuales
Escritor Naturalista

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….de llegar del Portalet de Aneu, donde ya en Francia s e extiende la protección del “Parque Nacional de los Pirineos” y, por allí, por encima del collado fronterizo, se alza asomando entre brumas la figura emblemática del gran pico Midi d’Ossau, célebre por sus escaladas clásicas y difíciles.

    Canta un acentor común y, más algo más allá, un escribano cerillo. Vemos flores de gencianas, de torvisco, de serpol, amarillos lotus, del regaliz de montaña además de distintos tipos de orquídeas silvestres de colores amarillo pálido y rosa fucsia. Avanzamos entre aromas y colores de primavera.

    Por pista y por sendas remontamos las verdes laderas herbosas del barranco de Espelunciecha, hasta alcanzar la pequeña cubeta donde se alojan las aguas del deshielo del ibón del mismo nombre. Es como un cristal. Calma y silencio. Transparencia en las aguas. Hay puestas de sapo, largos cordones de huevos que serán renacuajos en muy pocos días. Me gusta esa isleta de rododendros diseñada por un buen jardinero como un césped flotante. Nos rodean los picos de Espeluciecha. Rocosos, aún con manchas de nieve. Unos niños tienen el lujo de todavía disfrutar de este bonito escenario natural de las montañas de Aragón.

     Al otro lado del valle del Alto Gállego se elevan, como el decorado de un telón de fondo, los picos de Ferraturas, el macizo del Balaitús y los Infiernos.

    Ganamos altura por el pasto, entre hierbas alpinas, hacia el puerto de la Canal Roya. Se escuchan las marmotas, que más que silbar en realidad ladran. En el cielo suspendidas en el aire vaporoso flotan y cantan las alondras. Otro pájaro, el bisbita arbóreo se deja caer, en época de celo, como un paracaídas que quiere llamar así la atención de las hembras.

     Arriba nos espera una blanca collalba rubia. Reclama y salta. Vuela, se va y vuelve a la misma roca que usa de atalaya. Nosotros nos asomamos a la Canal Roya, ese valle glaciar perfecto que drena hacia la cabecera del río Aragón, con perfil en forma de U, un claro ejemplo de modelado glaciar para un libro de geografía. Todo es sereno, y está incólume. Emocionante. Parece un paisaje verde de Escocia. O quizás sean las Highlands las que se parezcan a estos valles intactos y altos del Pirineo de Huesca.

     Al fondo, el pitón volcánico del pico Anayet, que es lo que queda de la chimenea de un antiguo volcán apagado, se va poco a poco despejando. La suerte nos sonríe. Surge en el horizonte como una “punta de flecha” hacia el cielo. No es de extrañar que el conde Russell lo denominara “el pararrayos de la comarca”. Y más en un día como hoy, tormentoso. Cerca, las Puntas de las Negras. Desde este lugar no vemos, pero adivinamos, el sitio donde se alojan los lagos del Anayet a los que volveremos este verano para pasar una noche en plena montaña, practicando el vivac.

     Sí que contemplamos desde lo alto de este valle vecino hacia los meandros y turberas de la Rinconada de Canal Roya, donde allá abajo pasta un rebaño de vacas y donde quedan restos megalíticos de nuestros ancestros pastores del Neolítico, al menos un dolmen y un túmulo prehistórico. Al fondo quedan las antenas del pico de La Raca, y más al este el collado de Mala Cara, a donde llegan en peligrosa avanzadilla los hierros y remontes de la estación de esquí de Astún para la contestada unión con Formigal a través de los parajes maravillosos que ahora degustamos.

    Al Anayet, decorado por nubes y nieves, le rodean rocas areniscas del Triásico que un pirineísta definió como “rojas como la sangre”, vestigio geológico de cuando el Pirineo era un desierto bermellón. Todo se combina en espontánea perfección. Nada sobra, ni falta.

    De repente un sarrio, un ejemplar macho, se asoma a la ladera que tenemos justo al lado. Se queda quieto, estático, recortando su silueta contra el cielo gris. Parece una escultura, pero es real, es de verdad.

   Vuelve a llover y comenzamos el regreso, empapados de belleza y de nuevas emociones.