Otra visión, más emocional, de los bosques.


Por Eduardo Viñuales Cobos.

    Hace unos días participé en un coloquio sobre bosques de Aragón y sostenibilidad que organizaba el Centro de Documentación del Agua y el Medio Ambiente de Zaragoza. Y dije esto…

Eduardo Viñuales
Escritor Naturalista

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Twitter (X): @EduVinuales

    Buenas tardes a todos y gracias por invitarme.

    Vengo aquí como escritor y naturalista que hace libros, que escribe y fotografía los bosques.

    Casi siempre tanto en mis guías naturalistas como en artículos periodísticos y escritos, hablo de los ambientes forestales, pero especialmente creo que estoy aquí invitado por el CDMAZ por dos libros: “Los bosques de Aragón”, colaborativo, del año 2009 / Y “Ruta por los bosques más bellos de Aragón”, de 2017, que fue Premio Búho en ese año al libro mejor editado.

     Esta labor y dedicación de divulgar para conocer, de conocer para querer, y de querer para proteger o cuidar, me lleva a invitaros a los aquí presentes y a los lectores a mirar y a vivir los bosques más bellos, estéticos, escénicos, recreativos, podríamos decir también que turísticos, contemplativos o incluso balsámicos.

    Hay bosques que curan. Hay centros médicos en otros países donde ya se recetan paseos y abrazos a los troncos.

    El otro día escuchaba en una conferencia a Francisco Javier M. Gil, Catedrático emérito de Hidrogeología de la Universidad de Zaragoza, y padre de la Nueva Cultura del Agua, quien se refería a los ríos y el agua como algo más que un recurso natural escaso aprovechable, como un bien vivo y público, como algo emocional que es un símbolo de la pureza, pues los cursos fluviales parte de la cultura y de la identidad de un territorio.

    Pensé entonces en esta charla. En que los bosques o los árboles, igualmente son algo más que madera o setas, que un valor o precio en el mercado, incluso que beneficios directos para el ser humano, como son proveedores de oxígeno o suelo fértil. En uno de mis libros yo argumento los kilos de bellotas que da una encina, la sombra, el Co2 que capta y el oxígeno que libera…

   Y es que los bosques y los árboles también han sido sagrados para muchas culturas, ahí está el tejo, el haya, el roble de los celtas.

   Y han sido referencia de leyendas, de cuentos, historias, lugares de celebración de pactos, tratados y bodas (como es la hoy famosa carrasca de Lecina)… o como fuente de inspiración para escritores, poetas, artistas y pintores. Ellos son, como decía Tagore, “la alegría del alma”.

     A esto le vamos a dedicar un curso monográfico, al sentimiento de la naturaleza, que tendrá lugar entre el 24 y el 27 de abril en la IFC. Para hablar los beneficios intangibles, emocionales, que nos ofrecen la naturaleza intacta, las montañas, la vegetación… o los bosques tal y como nos lo contarán mucho mejor Joaquín Araújo y Eduardo Martínez de Pisón entre otros.

   En otro libro reciente, en el Cuaderno de montaña de los Pirineos le dediqué un capítulo íntegro al bosque de la Pardina del Señor, la masa forestal más deliciosa que conozco para contemplar el otoño pirenaico. Allí se mezclan las especies y la paleta de muchos colores. Cuento el asunto de una visita de la revista Ballena Blanca. Y digo que los bosques, la naturaleza salvaje, sin artificios discordantes, nos hace felices y así escribí: “La Pardina del Señor o de Ballarín se ha convertido en un sitio al que acudo fiel a la cita en cada fiesta otoñal y dónde, a pesar de que ya sé lo que puedo ver y fotografiar, generalmente suelo sentir una euforia y un entusiasmo interior muy potente cuando constato que otro año más estoy aquí, gozando de algo supremo, muy especial. Si se llega a tiempo, este bosque puede volver locos a los amantes de la fotografía. Pero exageraciones aparte, lo que no podré olvidar es que en aquel viaje nos detuvimos en una curva de la carretera, bajamos a mirar y que una vez situados frente a frente con la masa boscosa, una mujer de mediana edad del grupo, de repente, rompió a llorar de emoción. Alguien dijo que eso era el “síndrome de Stendhal”, cuando ante una emoción intensa y serena nuestro cuerpo reacciona con el corazón acelerado, el estómago encogido, las manos sudorosas o, quizás, con lágrimas en los ojos”.

    Los bosques más bellos, mejor conservados, son como los ríos. Son el espejo en el que se refleja qué tipo de sociedad somos, que nos dicen con un simple vistazo lo que estamos haciendo con el mundo natural y el medio ambiente que, al fin y al cabo, es lo que nos mantiene vivos.

     Pese a que en Aragón hay más de 2 millones de superficie forestal (el 55%) del territorio, y de que el 33% corresponde a superficie arbolada (un millón y medio de hectáreas), cuando hice estos libros de Los bosques más bellos, en según qué comarcas y para según qué especies, aún me costó encontrar bosques autóctonos maduros, realmente bellos, bien conservados y representativos… con síntomas de naturalidad y de vegetación climácica propia de esos parajes para poder realizar un paseo y disfrutar con el alma.

    Pero como bien dijo Unamuno: “Hubo árboles antes de que hubiera libros, y acaso cuando acaben los libros, continúen los árboles. Y tal vez llegue la humanidad a un grado de cultura tal, que no necesite ya de libros, aunque siempre necesitará de árboles, y entonces abonará los árboles con libros”.