Tina Turner el musical: La vida y el espectáculo son dos caras de la misma moneda


Por Javier López Clemente

     Aunque el musical lleve el nombre de Tina, en realidad nos cuenta la vida de Ann Mae Bullock, una niña que nació en 1939 en el estado…

…de Tennessee, en la planta baja de un edificio municipal que atendía exclusivamente a enfermos negros. Una mestiza con sangre de indios navajos por parte de madre y raíces africanas como la hija de un diácono Baptista, una condición que le permitió acceder desde muy pequeña al coro de la iglesia donde su voz góspel escapaba de un hogar donde la vida transcurría entre golpes, discusiones y reproches.

    Ann Mae Bullock cruza el umbral del anonimato cuando Ike Turner la sitúa al frente de su banda para aportar potencia vocal y una espléndida imagen visual. La relación artística termina en un desdichado matrimonio donde las habituales armas del machismo provocan incontables actos de vejación al mismo tiempo que alcanzan un gran éxito en la industria de la música circunscrita al ámbito negro del Soul y el R&B.

    La calidad en la voz de Tina Turner los convierte en uno de los mejores grupos de los sesenta, su proyección internacional se amplía participando en el muro de sonido ideado por Phil Spector hasta que la pareja se despeña en una relación tóxica entre un hombre despechado en fase de autodestrucción, y una cantante venida a menos por tanto desprecio que se refugia en las drogas y en las actuaciones crepusculares que le ofrecen en los hoteles de La Vegas, ese cementerio de estrellas.

    Las suerte de Tina Turner cambia con la llegada de los años ochenta gracias a  jóvenes y nuevos productores que visualizan la posibilidad de darle otro aire a su música mediante la incorporación de los nuevos sonidos propios de la época que la llevaran desde el pop salpicado por una incipiente música electrónica hasta caminar de la mano de los más grandes exponentes del Rock & Roll y alcanzar el cetro del éxito mundial.

    La escenografía juega un papel muy dinámico, propicia múltiples cambios de plano y genera movimientos del atrezo y una parte del escenario para conseguir imágenes que juegan con la profundidad del espacio y desarrollar escenas apoyadas en coreografías que subrayan la narración dramática de la acción.

   La dramaturgia combina dos elementos: Los teatrales de una trastienda personal donde los prejuicios siguen siendo la norma, y los momentos musicales de lentejuelas y minifalda. Esa dualidad proporciona la tensión narrativa de la obra, y lo hace con resultados desiguales.

    Hay una decisión artística tan valiente como arriesgada que consiste en modificar la producción musical de algunos de los temas más populares de la cantante para transformarlos en elementos narrativos propios del lenguaje del teatro musical, algo que va en favor de la historia pero merma el recuerdo que esas canciones han dejado en la memoria colectiva.

   Las interpretaciones musicales que se insertan a lo largo del relato para reflejar los directos y la evolución musical de la cantante son excepcionalmente brillantes gracias a un fabuloso elenco de músicos, bailarinas y a la espectacular voz de Kery Sankoh, que acierta de lleno al alejase de una imposible imitación de Tina Turner para construir su personaje con algunas pinceladas de sus movimientos más particulares y así, en lugar de atarse al icono, consigue una libertad en su interpretación que conecta de manera sobresaliente con la platea.

    Las acciones esencialmente dramáticas de la función tienen mucha menos consistencia que los números musicales y, en la segunda parte, incluso restan el dinamismo que la historia requiere, una carencias dramáticas que sin embargo, cumplen la misión de subrayar el mensaje que se quiere transmitir: Incluso cuando Tina Turner ha alcanzado el cetro de la fama mundial, su condición de mujer negra juega en su contra desde la xenofobia de la industria musical, pero también desde el machismo arraigado en lo más íntimo de su familia.

   El tramo final de la función concentra todas las energía en un soberbio número final propio de un gran concierto y que pone a todo el público en pie para jalear un elenco en su máximo esplendor y entonces, con la energía en lo más alto, se apagan las luces, y en el aire flota el mensaje que nos trae este gran espectáculo: El escenario, ese lugar donde las estrellas nos entregan emociones, sueños y fantasías, tiene un reverso donde la vida sigue jugando su propia partida. El musical de Tina Turner traza la frontera entre el brillo de la diosa que vemos los espectadores y la oscuridad que se cierne sobre Ann Mae Bullock cuando se apagan las luces y los micrófonos.

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