Entre el teatro y la vida


Por Javier López Clemente

     El pasado 23 de febrero se clausuró el quinto ciclo de Teatro rebelde organizado por el Teatro de las Esquinas, una programación coordinada por Raquel Anadón para mostrar obras que reúnan valores culturales, artísticos y sociales.

      Tres características especialmente presentes en “Cabezas de cartel” un espectáculo de la compañía Perigallo Teatro con una dramaturgia construida con amplio muestrario de conflictos.

     Una de las herramientas del teatro es presentar acciones humanas mediante un conflicto dramático que enfrente a personajes con diferentes visiones. El conflicto es el motor de cualquier función y así, mediante un combate que puede ser cómico o trágico atender a cuestiones personales, sociales o medio pensionistas.

     Perigallo Teatro ha construido una dramaturgia que se mueve entre tres planos distintos. Los dos primeros pertenecen a la ficción de una compañía de teatro llamada Urogallo y “Cabeza de cartel”, la función que estamos viendo, es un ejercicio de metateatro que nos muestra el proceso creativo de “Cimarrón, la que será la próxima función de la compañía ficticia (¿y quién sabe si de la compañía real?). El tercer plano se genera rompiendo la cuarta pared y pertenece a la realidad de la sala. Los espectadores miran el espectáculo pero a veces también son objeto de observación de quienes están en el plano de la ficción, y puede parecer que esa observación mutua, en realidad, más que romper la frontera entre ficción y realidad, lo que hace es transformar la ficción en realidad. Estos tres ámbitos son los lugares de conflicto pero, lejos de tratarlos como espacios estancos, hay una continua relación entre ellos.

    La reflexión sobre el acto creativo es el meollo al que se enfrentan los actores Javier Manzanera y Cecilia Nadal de la compañía Perigallo Teatro que, al representar a los actores Javier y Cecilia de la compañía ficticia Urogallo establecen diferentes conflictos en un territorio material y otro moral.

   El territorio material del conflicto tiene que ver con la construcción del espectáculo, con el modo de trabajar del actor, del dramaturgo o del escenógrafo, se trata de trabajar en el ensayo para pulir la entonación, ajustar la rapidez de las réplicas y otras cuestiones de fontanería teatral. En el territorio moral se establece una relación entre la creación teatral, la sociedad y los beneficios económicos que puede generar. Es un debate sobre la utilidad del acto creativo para determinar si el teatro es una mercancía que puede vender en el mercado del mejor postor, o el alimento para almas que se ofrece en un templo. ¿Es igual de digno vocear rimas para vender comida rápida, que recitar sonetos de incienso que eleven la condición humana?

   La escenografía ayuda a plantear esas dualidades de confrontación: Una mesa con extremos que separan, pero que también sirve de espacio común para trabajar y unir esfuerzos. Una escalera para subirse al templete desde el que lanza una homilía espiritual mientras los mortales con los pies en el suelo piden pan. Un micro para contarle al mundo todo lo buenos que somos mientras una parte de nosotros se rompe los puños de rabia contra un saco de boxeo. Y sin embargo lo más importante es que durante todos esos procesos lo que prima es la palabra. Los conflictos se exteriorizan mediante el debate de los argumentos y los contrargumentos, un intercambio verbal rápido y vertiginoso que parece empujar la acción dramática hacia el precipicio de la ruptura, y entonces, cuando el diálogo llega a un callejón sin salida, se produce el milagro. Lo más importante es seguir juntos en la aventura de crear, de vivir, de respirar. Todo se relativiza para “desobispoconstantinoplizarse”, dejar el ego a un lado, mirar a los ojos a la persona que tienes en frente, aprender a relacionarnos con el miedo, y dejar que el azar marque nuestro destino.

   La función muestra que en esa dualidad en la que vivimos entre ficción y realidad, quizás lo más importante es la capacidad de combinar el estado salvaje de un caballo cimarrón con antepasados domésticos, y la entrega sumisa de una cabra de granja con pienso garantizado que a veces, cuando las cosas se ponen mal, puede disfrazarse de la rebeldía necesaria para proteger su espacio. Se trata de mantener todos esos platillos en el aire sin que ninguno de ellos se estrelle contra el suelo.

   La complejidad de la dramaturgia es solo aparente porque los actores, que exudan teatro por cada uno de sus poros, imprimen un gran ritmo al desarrollo de acciones para jugar,  crecer y limpiar un espejo al que deberían asomarse, desde los profesionales que sostienen el tenderete del teatro hasta usted y yo, querido e improbable lector, que acudimos a las salas para que la ficción nos ayude a comprender la realidad.

   “Cabeza de cartel” es una soberbia función de teatro, y quien sabe si tal vez es una magnifica lección de vida.

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