Rosita abre una puerta a la esperanza


Por Javier López Clemente

     Lorca en 1935, después de estrenar dos tragedias como Yerma y Bodas de sangre, quiso escribir una comedia sencilla y amable pero no le salió.

    Doña Rosita la soltera “tiene más lágrimas que mis anteriores producciones”. La última obra teatral de Lorca es el poema dramático dedicado a una solterona española de seda, ajuar y sombrilla que ya no existe, y sin embargo, tiene el poder de los clásicos para relacionarse con los tiempos actuales.

    La función de Lorca navega en una doble vertiente. La primera es anecdótica, genera la acción, rasgos de comicidad y se desarrolla alrededor de la soltería que, si Lorca la expresa como una evolución grotesca de una doncella, casi un siglo después permite otro tipo de lectura más actual. Pero el gran protagonista de la función, la proteína con peso argumental recae en el transcurrir del tiempo. No se trata solo de esperar la pasión de un novio, el rocío del amanecer o las luces de los sueños. El tiempo en su esencia es muerte, olvido, anulación de aquellos sentimientos que fueron hoguera, un protagonista que también es capaz de dialogar con nuestro presente para analizar una sociedad que se hunde, se cierra y se fagocita a si misma entre narcisismos, postmodernidad y una avalancha tecnológica.

   El texto de Lorca permite múltiples posibilidades de representación para enfrentarse al  riesgo que supone transitar la línea temporal que va de la juventud a la vejez, de una comedia ligera de pasiones al drama adusto y frío de la soledad. El interés de Lorca por el paso del tiempo se evidente cuando el texto comienza y termina poniendo en boca de sus personajes la exclusividad de la rosa muscosa, una rosa roja de rocío, que se abre al mediodía, se desmaya por la tarde y cuando toca la noche, se comienza a deshojar.

    La adaptación de Laura Plano comienza musical entre bailes, manolas y una hermosa Rosita para centrar toda la atención en su lozanía, su soltería y todo lo bueno por venir. El drama, que Lorca pone en voz de hombre, aquí se anuncia entre notas y trastes, escondido entre la melodía de la canción y una escena que pertenece a la obra “Los sueños de la prima Aurelia”, un texto inacabado de Lorca que dibuja el carácter distraído y soñador de unas mujeres que se consuelan y gozan leyendo novelitas de amores imposibles, ficciones con páginas y páginas de paja y muy poquita pasión. La incorporación de este texto aleja todavía más la dramaturgia del drama y confirma la apuesta por una adaptación que subraya el desarrollo jocoso y humorístico de los personajes. El tono de esta primera parte de la función se advierte aéreo, no pisa suelo, la idea de comicidad, asentada en las cuerdas vocales, reclama más músculo y diafragma, menos caricatura y más corporeidad.

    Entre tanto la poesía toma la escena cuando la mujer y el hombre se encuentran. La mujer es carnal, ebullición y pálpito. El hombre es mito hierático de mármol, palabras de amor y promesas que cosechan besos para tornarse en mentiras de un futuro que nunca va a llegar.

   La idea del paso del tiempo se transmite a través de un elegante vestuario aderezado con flores para Rosita, sus Tías, el Ama y las Manolas. Tocados de color para las Solteras que, entre abanicos chispeantes y un montón de hambre, ponen garbo de comedia a una precaria situación social.

    El drama llega de golpe con la hojarasca del otoño. Las cabezas sin tocados, si acaso una ligera esperanza en el pelo envejecido de Rosita. Tan de repente nos ponemos serios que la discusión, que ya viene de lejos, entre la Tía y el Ama todavía se percibe comedia y le quita foco a la confesión desgarrada que compara el dolor entre un entierro de cuerpo que ya es futuro y la herida abierta imposible de suturar. El peso del tiempo se hace evidente con los muertos a los que llorar, pero también con las esperanzas que terminaran por morir, el reconocimiento de una realidad incontestable que, en el remanso de la oscuridad, evoca lo que pudo haber sido y no es. Es el momento culminante. La lírica se deshoja con el drama anunciado mientras el viento azota una puerta. Esa es la opción de Lorca.

    Laura Plano, ante el inexorable paso del tiempo, apuesta por la esperanza. El viento amaina y abre la puerta para que se cuele la memoria gozosa de quienes fuimos y de quienes podríamos ser. Un final poético que salva la ilusión, traza líneas de memoria y une los puntos cardinales de aquella lejana vez que fuimos felices: “He de volver para llevarte a mi lado en un barco de oro cuajado con las velas de la alegría”.

Artículos relacionados :