“Tetas” en la sala El Extintor

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Por Javier López Clemente.

     Hace algunos meses ruló por las redes sociales un cartel en el que Oscar Castro, alma mater de la sala El Extintor, ofrecía sus servicios como Director de alquiler para pingüinos de garaje, actores sin ejercer, amateurs con aspiraciones o cualquier otra especie de las que habita un escenario.

     “Tetas” nació de ese proyecto, de la conjunción de Oscar Castro como director, las aportaciones de la autora teatral Paloma Pedrero y Ana García que, además de actriz, ha escrito una parte importante del texto.

      El texto es uno de los ingredientes básicos de “Tetas”, desde las cosas más sencillas hasta las más profundas necesitan que estén bien escritas para que funcionen desde las tablas de un escenario, ese espacio que recrea la vida y que se alimenta del buen texto, un texto que debe abonar lo que ocurre en la escena.“Tetas” cumple de sobra con esos requisitos y, para quien esto escribe, la función ya tiene ganado la mitad de mis aplausos. En alguna nota de presentación de la obra leí que “Tetas” quiere expresar una visión personal de todo lo que rodea a las mujeres y claro, con esas palabras todos esperamos los tradicionales clichés de mujeres que empiezan la vida, de jóvenes ilusionadas, de rebeldes, de exitosas, en fin, ustedes ya me entienden, ese viaje que va de la psicología hasta el corazón. Es un recorrido que todos conocemos pero, sin embargo, la mirada de Ana García tiene la singularidad de su juventud, ella pertenece a un mundo diferente al mío y, sin embargo, la forma de comprender y demostrarnos la problemática femenina no ha cambiado tanto porque, desde el punto de vista histórico, quizás las cosas no hayan evolucionado demasiado porque el hecho de ser mujer todavía se construye desde el punto de vista masculino y así, los roles y los clichés perduran en los mecanismos de socialización y educación para imponer al género femenino una acumulación de tareas que van desde madres proveedoras hasta esposas amantísimas, y por el camino, una enorme galería de retratos de los que “Tetas” es un excelente catálogo

      Pero claro, el teatro es mucho más que un texto, el teatro o es territorio de actores o no es nada. Y lo voy a escribir ya porque me queman las manos. Ana García es una excelente actriz en periodo de formación, y eso es lo mejor de todo, todo lo que le queda por crecer. Su presencia en escena es fresca, tiene chispa en la mirada y su sonrisa delata que el veneno de las tablas es capaz de vencer a los nervios que se transforman en actuación. El principio de la función le va de cara porque ella ha escrito las palabras que nos llevan hasta la infancia y la ternura que poco a poco se tiñe de rojo.

     Uno de los momentos más difíciles de un espectáculo es, una vez que se ha conseguido que la risa fluya, lograr que el interés del público gire y el silencio se abra paso. Esos territorios de frontera entre géneros y ambientes son mis preferidos. Ana García dibuja a lo largo de la obra un par de esas situaciones; y por ahí, por ese camino debería profundizar en su trabajo actoral. Porque el silencio, más allá de la risa, hace que las palabras sean más importantes, entonces es preciso que todo lo etéreo, todo lo que hasta entonces era aire se transforme en algo biológico: Las palabras que nacen en el silencio necesitan más musculatura; ya no vale que los sonidos se generen en la garganta, lo realmente importante cuando el silencio ocupa la sala es que todo lo que fluya del escenario lo haga desde la tripas del actor y ahí, Ana García todavía tiene un trecho por recorrer: La distancia que va de la corrección hasta la emoción, desde el trabajo bien hecho y la excelente dicción hasta el puñetazo que me hace llorar. Estoy hablando del trecho que va del escenario hasta la conexión emocional con el espectador. Ana García recorre esa distancia desde las cuerdas vocales cuando lo que yo necesito es la profundidad de su corazón, la bilis de su estómago, la pena de cada uno de los poros de su piel. No solo es una cuestión textual, también necesito que el cuerpo del actor se transforme de la infancia a la soledad. Para ese tránsito es necesario limpiar un poco los gestos que, de tan bien trazados, adolecen de un poquitito de vida: Coger la taza de café, el manejo simbólico de la cucharilla son momentos primordiales que precisan un trazo más real, que no sean un juego, que sean verdad. Ocurre lo mismo con los cambios de vestuario que la actriz realiza a vista del público, estoy seguro que la obra se enriquecería mucho más si esos cambios, en lugar de un mero trámite con banda sonora, fueran una perfecta coreografía de movimientos que construyera el trampolín para que el salto entre personajes fuese más convincente.

     Los improbables lectores de esta nota no deberían preocuparse por estos pequeños detalles, lo mejor que pueden hacer es consultar la programación teatral alternativa de Zaragoza, ver “Tetas” y disfrutar del excelente trabajo de Ana García, una joven actriz con las cualidades necesarias para amarrar su indudable talento al universo de la interpretación.

      Sin embargo, me gustaría terminar con una confesión de parte: Si Ana, es cierto, lo más importante en esta vida son las caricias, menos consejos y más caricias. Más caricias.

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