“¿Qué pasa en Brasil?”

Por Manolo Ventura

      Me enamoré de Brasil cuando tenía 20 años oyendo un disco de bossa nova. No era un disco cualquiera. Tom Jobim, compositor de la mayoría de las canciones, al piano. João Gilberto, voz y guitarra, Stan Getz, saxofón. Astrud Gilberto, entonces esposa de João hacía pinitos cantando en inglés parte de “Garota de Ipanema”. Lo compré varias veces, porque el vinilo no aguantaba bien…

…a partir de las tropecientas mil reproducciones.

 
Manolo Ventura
Corresponsal del Pollo Urbano en Brasil

   Aprendí de memoria casi todas las canciones, muchas veces sin entender bien las palabras, pero mi oído se familiarizó con el idioma lo bastante para que, cuando la vida profesional me puso en contacto, primero con Portugal y más tarde con Brasil, no me fué difícil entender y hacerme entender con mis interlocutores.

     Cuando a finales del siglo pasado se me encomendaron responsabilidades en la empresa que el grupo para el que trabajaba adquirió en Brasil, acabé mudándome para allá con mi esposa y mis hijos pequeños. Lula ganó las elecciones en el 2002, colocó a Brasil en el mapa de los países importantes del mundo, retiró a Brasil del infame mapa mundial del hambre y comenzó un ciclo de crecimiento, creación de empleo y reducción de las inmensas desigualdades sociales.

    Cuando abandoné la multinacional en la que trabajaba, reuní mis perras y las invertí en una mediana empresa de construcción que nos dio satisfacciones. En el 2010 Lula abandonó la presidencia con un índice de aprobación popular del 83%.

    Rescato estos recuerdos de mi memoria con cierta sorpresa, para poder ligarlos con un presente en el que Lula ha vuelto a ganar las elecciones a la Presidencia, pero con una ventaja mínima frente a su adversario de menos del 2% de los votos, aunque como aquí nada es pequeño, eso sean más de 2 millones de votos. Resulta más sorprendente todavía colocar aquí los datos de su adversario.

   Un ciudadano que llevaba 30 años como diputado cuando fue elegido Presidente en 2018, sin haberse hecho notar excepto por manifestaciones como estas. Mis hijos no se casarán con una negra porque están bien educados. Si en Bahía no quieren a los milicianos (bandas criminales en general formadas por policías o ex-policías) que vengan a Rio de Janeiro donde son bienvenidos. Además de 4 hijos, he tenido una hija pero fue fruto de un mal día. Cobro la ayuda pública para vivir en Brasilia, a pesar de tener un apartamento allí, porque tengo derecho y aprovecho esa subvención para comer gente (para follar). El problema de la dictadura (que gobernó Brasil de 1964 a 1984) es que torturó a muchos pero mató a pocos.

   A eso unimos que durante su mandato ha habido un retroceso en los derechos laborales y de la renta de las personas más desfavorecidas, un aumento disparado de la tasa de desempleados (aunque aquí las estadísticas cuentan como empleados a los que venden botellas de agua en los semáforos) y que la política económica ha vuelto a colocar a Brasil en un lugar destacado del mapa del hambre en el mundo. Que durante la pandemia comenzó explicando que no iba a promover la vacunación porque eso era apenas una pequeña gripe y que todo el mundo tiene que morir tarde o temprano. Que convirtió a Brasil en un apestado en el escenario de las relaciones internacionales, comprando broncas con los principales socios comerciales  (China, los países árabes, la UE) y tejiendo buena amistad apenas con Trump, en su momento, Orban o Erdogán.

   Por eso, la magra victoria de Lula en el segundo turno de estas elecciones necesita, exige, una explicación. ¿Qué demonios ha sucedido aquí?

    A mi modo de ver, muchas cosas entre las que deseo destacar algunas.

   En primer lugar, una campaña que intentó configurar a Lula no como un ladrón, sino como “el ladrón”. Así Lula ha pasado dos años en la cárcel acusado de varios delitos de los que el fiscal reconocía que no tenía pruebas pero si convicciones. Y el juez que lo condenaba actuaba con tamaña parcialidad que los procesos fueron finalmente archivados por el tribunal superior. El hecho de que el tal juez fuera nombrado por el Presidente como Ministro de Justicia hace pensar que la sospecha de que todo fuera armado para apartar a Lula del pleito electoral de 2018 era totalmente cierta.

    Da lo mismo. La campaña electoral de este 2022 por parte del aún presidente (el cambio de poderes se realiza a principios del año que viene) ha estado basada, casi totalmente, en identificar a Lula como “Ladrón”. No importa que se haya hecho público que el mandatario y su familia (se me olvidaba decir que sus tres hijos mayores son, respectivamente, diputado federal, senador y concejal de Rio) han comprado en los últimos años más de 150 inmuebles, de los cuales 51 compraron con billetes.

    Más. El actual mandatario ha aparecido como defensor de la familia tradicional, en la que no hay gays, los niños visten de azul y las niñas de rosa. Eso es cierto únicamente si entendemos como familia tradicional a su propia familia. No sé ni me importa si en ella hay gays o no, pero lo cierto es que decidió cambiar toda la cúpula de la policía y del Ministerio para defender a sus hijos de las investigaciones que indician que practicaban la rachadinha, vieja práctica que consiste en contratar con dinero público a trabajadores fantasmas que luego devuelven parte de su salario a quien los ha contratado.

    Por otro lado, quiero destacar la, en mi opinión, pésima catadura moral de gran parte de la élite económica brasileña. No hablo de que hayan donado graciosamente a la campaña publicitaria del aún mandatario más de 40 veces el dinero recaudado por Lula entre sus afiliados. Están en su derecho. La ley prohibió que las empresas hagan donaciones a candidatos, pero lo pueden hacer las personas físicas. Si tenemos en cuenta que Brasil es casi el único país (creo que solamente sucede así en Estonia) donde los beneficios retirados de la empresa no tributan en la renta de quien los percibe, no hay problema.

   Hablo de que odio de esa gente hacia Lula no está basado en una desconfianza sobre su política económica. Al fin y al cabo, no les fue nada mal en sus 8 años de mandato, con crecimientos de la economía que no solamente eran inauditos aquí, sino que contrastaban con los resultados que la pavorosa crisis del 2008 dejaron en el resto de occidente. Lo que no soportan es la política que hizo que los más pobres pudieran acceder a la universidad, que su empleada doméstica tuviera los derechos laborales aumentados o fuera de vacaciones a Disney. !Dónde vamos a parar!! Lo que es aún peor es que su voto vale lo mismo que el de su empleada. A pesar de que algunos han intentado torcer el voto de sus empleados prometiendo que cierran la empresa si Lula gana, han perdido.

  Los empresarios que si tienen motivos para temer la llegada de Lula al poder son algunos de los más poderosos dentro del negocio agrario, más concretamente aquellos que han aplaudido con las orejas el relajamiento de la política medioambiental, que ha permitido la ocupación de muchas tierras antes ocupadas por bosques convenientemente incendiados o el uso de agrotóxicos prohibidos en los países más avanzados. No importa que esas prácticas pongan en peligro el acceso a los mercados de los países con más conciencia medioambiental, como Europa o USA. ¡Qué me quiten lo bailao! Sobre todo porque estos últimos años han cobrado en dólares con un cambio de más de 6 Reales por USD, cuando llegó a estar a menos de 2 reales por USD.

   Entre el público en general ha tenido mucho éxito la apropiación que la extrema derecha ha practicado de los símbolos nacionales, la bandera o la camiseta de la selección de fútbol. ¿Os suena de algo?

   Dejo para el final lo que en mi opinión ha sido el factor que casi derrota la candidatura de Lula. El factor religioso.

   Confieso que no sé si hubiese apostado tan firmemente por este país de haber percibido la importancia del factor religioso en la vida ciudadana, fuera del ámbito privado de las diferentes creencias. Yo ya sabía que a raíz de la retirada del apoyo vaticano a las llamadas teologías de la liberación, la iglesia católica, otrora supermayoritaria en el país, perdía un número creciente de cuota de mercado en favor de los llamados evangélicos, sean ellos las tradicionales confesiones que en España llamaríamos protestantes o, sobre todo, las fundadas por predicadores que, a cambio de un módico 10% de sus ingresos, prometen a los afiliados no solo la vida eterna, sino apoyo cuando van mal dadas. Estos personajes, desde los más importantes y ricos, encabezados por Edir Macedo, dueño de un conglomerado de empresas entre las que destacan televisiones y periódicos, hasta los que simplemente han fundado una iglesia en un barrio, no siempre han sido enemigos de la izquierda, incluso apoyaron a Lula en sus primeras campañas, pero ahora no se han resistido a ponerse a los pies de un personaje que nombra a dios 23 veces en cada discurso y que defiende lo mismo que la iglesia católica del siglo XVI en cuanto a los asuntos de la moral y las costumbres, menos la quema de herejes, de momento al menos (a él le gustan más las armas automáticas)

  A caballo de las redes sociales (en este caso redes hace alusión a riendas, como el ínclito Elon Musk no tardará en demostrarnos) miles y miles de vídeos y de audios han acusado a Lula de abortista o de permisivo con la pedofilia. Y la evidencia de que la criminalización de las mujeres que abortan aquí se aplica solo a las mujeres pobres pero no impide a las mujeres ricas hacerlo en Europa o, hasta ahora, en USA, no ha sido óbice, obstáculo, valladar o cortapisa para que mucha gente se haya movilizado con toda su alma (literalmente) contra Lula

    La pregunta pertinente ahora es que va a suceder. El aún mandatario no ha reconocido su derrota ni felicitado al ganador. En un principio, a lo que parece, esperó los resultados de una auditoría electoral que practicaron las fuerzas armadas y que no parecen haber encontrado ninguna anomalía en el sistema (al parecer, él cree que su victoria en 2018 solo podía estar basada en un fraude). Después sondeó a los mandos militares sobre su posible apoyo a un autogolpe de estado. Me imagino que éstos ha hecho lo que se hace tradicionalmente en estos caso, consultar a la embajada norteamericana, en la que sospecho que no han encontrado mucha simpatía (que nostalgia de Trump, ha debido pensar el tipo).

   De  lo que no cabe ninguna duda es que a Brasil le esperan tiempos difíciles. Un congreso nacional superfragmentado, donde una mayoría ha apoyado al actual mandatario, aunque muchos de ellos son famosos por apoyar al poder, mande quien mande, a cambio de algunas bagatelas, ministerios, empresas públicas, etc.

    Una situación económica delicadísima con un presupuesto comprometido por la pésima gestión y por las promesas hechas en la recta final de la campaña sobre subsidios, desgravaciones fiscales y demás.

   Y, un país dividido fanáticamente en dos mitades casi exactas, que se han enfrentado con un nivel de violencia, sobre todo verbal, aunque no solo, y que ha destruido familias y amistades.

   En fin, que yo justificaba mi apuesta por el Brasil sobre todo porque aquí veía gente sonriente por la calle cuando eso ya no sucedía en mi querida España, pero hace tiempo que no veo a nadie sonreír. Pero seamos optimistas. Como decía mi abuela, amanecerá dios y verá el tuerto los espárragos.

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