Por Andreu Jerez
El estadio del 1. FC Union Berlín está en medio de un bosque a orillas del río Spree.
Para llegar a pie a la Alte Försterei hay que atravesar un camino de tierra entre árboles. Por el peregrinan en asombrosa armonía ultras bebidos, padres con sus hijos y familias al completo.
La mayoría recorre a pie el kilómetro largo que separa la estación de tren de Köpenick del estadio: el trayecto es un viaje a través del universo unionista. Grupos de hinchas calientan motores a las puertas de los bares, aficionados venden el libreto del club, músicos callejeros le cantan a la larga memoria del Union mientras la reventa de entradas da sus últimos coletazos.
Försterei significa en alemán algo así como casa en la que viven los guardas forestales. La sede del Union estaba situada originalmente en una casa forestal que todavía hoy sigue en pie, frente al estadio. Probablemente no haya mejor detalle para entender la importancia de las raíces para la identidad de este club. “Esto es más que fútbol. Es una comunidad, el lugar donde te encuentras con amigos, familiares y compañeros de trabajo”, explica Uwe mientras apura su cerveza.
Equipo de barrio
El Union es un equipo de barrio y Köpenick, el distrito que lo ha visto crecer. Situado en la periferia oriental de la capital alemana, es el bastión de un club acostumbrado a sobrevivir en las orillas del mundo del fútbol. Esto fue así durante el sistema socialista de la desaparecida República Democrática Alemana – en la que el Union no fue precisamente el equipo preferido del régimen – y lo siguió siendo tras la caída del Muro de Berlín. Que hasta hace poco fuera líder de la Bundesliga es una anomalía, un milagro en un deporte cuya élite vive entregada al dictado del dinero.
El periodista que escribe estas líneas publicó el pasado octubre un reportaje sobre esa anomalía futbolística. Tras enviar el texto al departamento de prensa del club, llegó la respuesta: “Hola Andreu. Gracias por el reportaje. Te invitamos a ver un partido en nuestro estadio”. La invitación no es cualquier cosa: conseguir una entrada para ver en directo al Union en la Alte Försterei es casi misión imposible. Desde su ascenso a la Bundesliga en 2019 – el primero en su historia –, el estadio, con capacidad para 22.000 espectadores, está siempre lleno hasta la bandera. Esta es la crónica de la visita a la casa de un club sin igual.
Salchichas, tabaco y cerveza
En la Alte Försterei se anima y se sufre sin concesiones, se tutea y se habla, sobre todo, con dialecto berlinés. Venir aquí es como pasar la tarde de un domingo en el salón de tus abuelos. Esta hinchada llama, de hecho, a su estadio la “sala de estar” del Union. “Esta familia era pequeña y ha ido creciendo poco a poco, como en la vida misma. Esta familia pasó tiempos de mierda, las cosas no fueron tan bien como nos van hoy”, dice Joachim en el descanso del partido entre el Union y Borussia Mönchengladbach que se disputa esta tarde de domingo.
La Alte Försterei huele a salchichas, tabaco y cerveza, que corre entre los aficionados antes, durante y después de cada partido. Aquí continúa habiendo un marcador con tablillas que se cambian a mano y la mayoría sigue el juego de pie, como en los estadios de los 80: sólo la tribuna principal, donde se ubican directiva y prensa, cuenta con asientos numerados. Ya sea de pie o sentada, algo une a la afición: aquí se grita los 90 minutos del partido más el descuento. “¡Eisern Union, Eisern Union, Eisern Union!”, vocifera la hinchada cada cinco minutos.
“Eisern” significa “de hierro”. Nadie sabe muy bien cuál es el origen del adjetivo, pero recuerda el carácter obrero del club. En el siglo XIX, la zona de Köpenick era una de las regiones más industrializadas de Europa. La base social del Union ha sido históricamente trabajadora y orgullosa de ello. El tuteo entre aficionados y el acento berlinés forman parte de esa identidad.
Juego sin florituras
La hinchada del Union no necesita una jugada de 30 pases para aplaudir. Una recuperación tras un balón dividido, un saque de esquina a favor o un disparo a las nubes bastan para arrancar una ovación. Los unionistas saben cuáles son las limitaciones futbolísticas de su equipo y no se avergüenzan de ello. La entrega física de sus futbolistas hace posible que ese juego sin florituras sea efectivo. Van quintos de la Bundesliga y disputan competiciones europeas.
El público grita “Fußballgott” (“dios del fútbol”) cada vez que hay un cambio local. Pero aquí los dioses son de carne y hueso, y están obrando un milagro con un club que estuvo al borde de la desaparición hace dos décadas por problemas financieros. Si el Union sigue existiendo es porque así lo quiso su masa social, que llegó a donar sangre para conseguir fondos para el club y a trabajar en la reforma de su estadio sin cobrar un euro.
“Cuando gritamos que el Union Berlín será el próximo campeón alemán, por supuesto lo gritamos con ironía”, aclara Georg con la voz rota tras otro partido épico. El Union ha ganado esta noche al Gladbach por 2 a 1 con un gol de cabeza en el último minuto del descuento. Vasos llenos de cerveza han volado por encima de la tribuna de prensa. El milagro continúa en Köpenick.
Crónica publicada por El Periódico de Catalunya y el resto de diarios de Prensa Ibérica.
El blog del autor: http://cielobajoberlin.blogspot.com/