Por Eugenio Mateo Otto
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¿Qué tipo de gobernantes tenemos? Esta pregunta surge espontanea en la ciudadanía, cargada, a su vez, de un sutil desasosiego por cómo afecta la conducta de los próceres que nos gobiernan.
De unos días para acá viene ocupando los titulares todo lo referente a Venezuela y sus circunstancias, como si no hubiera otras cosas más perentorias de las que hablar. Es muy fácil ponderar o denostar a un país por su inclinación política en función del estatus desde donde se analice la situación. El país sudamericano es un gigante fallido que lucha por asomar la cabeza entre los aliados de ocasión, tanto como para apoyar como para vender y comprar geoestrategia. Al final, unos y otros se limitarán a hacer los mejores negocios sin importar la connotación de quien o cómo gobierna aquellos pagos. Estamos acostumbrados a la hipocresía omnímoda, capaz de no ver la viga en ojo propio y acudir a la ocasión de sacar provecho para sus postulados. La política es la ciencia capaz de hacer posible lo imposible y tan alto valor se desperdicia por la estulticia de nuestros líderes. Ha salido la derecha con toques de fanfarria para hacer ruido, mucho ruido, a costa de quien realmente ganó las elecciones venezolanas. La verdad es que no he entendido muy bien si el PP se queja de haber traído a España al candidato, su correligionario, de la oposición al régimen de Maduro o de no haber llevado a la Legión para instaurar de facto a otro régimen, en este caso de la oligarquía, a punta de fusil. Hace unas fechas el Senado dio por bueno que el Sr. Edmundo González era el ganador de las elecciones y por tanto, presidente electo e hizo todo tipo de declaraciones en contra del silencio del gobierno, injuriándolo. Como ya se sabe la inclinación de este Senado no puede sorprender tal iniciativa, que no pasa de un brindis al sol, porque una cosa es el acoso oportunista y otra ir por uvas. Desde siempre hemos tenido amigos entre los dictadores, sobre todo si nos daban negocio e igualmente hemos tenido enemigos entre las democracias, que sólo querían imponernos algo, y, así, hemos ido consiguiendo contratos que dan trabajo a mucha gente y ayuda a que las cosas vayan tranquilas. Lo de las banderas era sólo por la estructura del documento. ¿O no?
Entiendo que el Sr. Maduro no sea simpático, que recuerde al oso torpón y a la vez irascible. Entiendo que tiene sus maneras, pero no es asunto nuestro, mientras no se lesionen intereses, por supuesto, y quizá debería conocerse aquel país, que en sí mismo es una esmeralda, para entender mínimamente el contexto en el que se mueve el Cono Sur. Sin hablar de carisma, ahí bregaba el coronel Chaves, Maduro gobierna de manera, digamos, “democrática” porque lo han elegido las urnas. Otra cosa es cómo se interpreten esas urnas, añadiendo la cutrez de estas en forma de simple caja de cartón, objeto difícil de manipular llegado el caso y que, en todo caso es un símbolo: un minuto llanero, como llaman los llanitos venezolanos a lo que siempre se retrasa. Recuerdo mi visita a Caracas años atrás. Gobernaba entonces un precursor del populismo, Carlos Andrés Pérez, quien en su primer mandato_– tuvo dos–, consiguió que la renta per cápita fuera la más alta de la historia. El país, con el petróleo, era rico. Él, como presidente quiso ser de los más ricos y fue apartado, juzgado y condenado por malversación y fraude a la nación. Recuerdo las dos Caracas, la de las espigadas torres de moderna arquitectura donde a las puertas de establecimientos de lujo, un sujeto no perdía detalle armado de un M-16, echando un vistazo a las elegantes bellezas rubias que discurrían como ninfas por las galerías de los centros comerciales. Al otro lado del distrito de oro, las colinas terrosas donde se hacinaban todos los que no podían comprar pan todos los días. El “caracazo” fue una revuelta popular en contra de la subida de los carburantes y el trasporte y se saldó con una cifra extraoficial de 3000 muertos. Luego llegó lo Bolivariano con Chavez y sigue con su sucesor, Nicolás Maduro, quien, por cierto, fue ministro de Relaciones Exteriores con aquel y vicepresidente. Todo aquel que gobierna a decretazos es un dictador, aunque sea uno de nuestros dictadores.
Hace mal la derecha en criticar lo que, cuando lleguen al poder se verán obligados a hacer sí o sí. ¿O acaso podrán llamar como si nada al presidente de Repsol para decirle que le han nacionalizado? Si de lo que se trata es de acoso y derribo como sea, hay que recordarles que la paciencia es buena consejera, que ya llegarán al palacete de la Moncloa, es la alternancia natural. Es como una de las fábulas de Esopo: el cascabel y el gato. No hacen bien en ir criticando por ahí lo malo que es el gobierno, precisamente porque es el suyo, el de su país y no es elegante criticar de lo que se practica. Un pelín de patriotismo nos iría mejor, sobre todo a aquellos que lo usan de ideario. Al final, parece que es la cortina de humo que oculta lo que no se puede ocultar: que todos van a lo suyo cuando deberían ir a lo nuestro. De ahí la pregunta: ¿Qué sujetos nos gobiernan o pretenden hacerlo?