Por María Dubón
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Conocemos a los hermanos Lumière, a Edison, a Méliès o a Segundo de Chomón.
A todos estos hombres los vinculamos con el cine, fueron pioneros. Sin embargo, desconocemos quién fue Alice Guy, que ha sido deliberadamente apartada de la historia de la cinematografía.
Siendo secretaria de Léon Gaumont, industrial y productor francés, Alice Guy asistió con él a uno de los primeros pases privados del invento de los Lumière en el Boulevard de las Capuchinas, era 1895. Mientras los Lumière y Gaumont se centraban en los beneficios que generaría la venta de los cinematógrafos, Guy vislumbró otras posibilidades al invento y quiso demostrarlo rodando una historia de ficción, alejada de las escenas documentales de la vida real hechas hasta entonces. Un año más tarde, Guy presentaba la primera película de ficción de la historia: «El hada de los repollos». En poco más de un minuto recreaba la tradición francesa respecto al nacimiento: las niñas salen de las rosas y los niños de los repollos. Esta película la convierte en la primera cineasta de la historia.
A partir de aquí, Guy empezó a trabajar en un mundo que le apasionaba. No se limitó a contar historias, se aventuró con los trucajes y amplió las posibilidades técnicas hasta rodar en 1906 «La vida de Cristo», una superproducción en la que invirtió gran cantidad de medios y de actores, que superaron en número a los trescientos. A la par, Guy grababa mediante un fonógrafo a los actores y amplió las posibilidades incorporando música.
Casada con el cámara de la Gaumont británica, Herbert Blanché, empezó a firmar sus obras como Alice Guy-Blanché. El matrimonio se trasladó a Estados Unidos y allí fundaron la productora Solax, una de las más importantes del momento. Ambos dirigían películas, pero las de Guy tocaban diversas temáticas desde unos puntos de vista inéditos y originales, como «A Fool and His Money», 1912, protagonizada en su totalidad por actores negros, que no representaban el estereotipo de criados, sino que pertenecían a la clase media.
Al divorciarse en 1922, Guy perdió el control del estudio. Regresó a Francia, aunque para entonces su país ya no tenía la primacía industrial de sus orígenes, y murió en Nueva Jersey en 1968. La mayoría de sus obras, cerca del millar, se perdieron o fueron atribuidas a su marido o a otros autores. Desde hace solo unos años, Alice Guy empieza a salir del olvido para recuperar el lugar que por derecho le pertenece en la historia del cine.