De trinos y rumores / Paco Bailo


Por Paco Bailo

  Dichoso aquél que lejos de los negocios,
dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con sus bueyes,
libre de toda deuda,

y no se despierta, como el soldado, al oír la corneta,
ni se asusta ante las iras del mar,
manteniéndose lejos del foro
y de los umbrales soberbios de los ciudadanos poderosos
Horacio, 30 a C.

    Baudelaire fue el primero en aplicar la expresión “paraísos artificiales” a la experiencia del mundo…

…creado por el opio, esa ebriedad que desemboca en remordimiento, alegría, deseo o abandono. La ocurrencia tuvo éxito, y los «paraísos artificiales» designan ahora toda droga que estimule la creatividad poética, la invención de imágenes inéditas o la aleación de inusitados timbres y armonías. De ahí aquella concepción decadentista de los llamados poetas malditos a los que Verlaine conoció y honró como Rimbaud y Mallarmé, entre otros.

     Sin llegar a tan exquisito nivel me acabo de encender un ducados,  sustancia legal de momento, sentado sobre la misma piedra en la que a la entrada del huerto se sentaron mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo y como ellos me sosiego mirando los sinuosos troncos e intrincadas ramas de los olivos que este último debió plantar a mediados del XIX mientras Baudelaire escribía sus “Flores del mal”, aquellas «ofensas a la moral pública y las buenas costumbres» por las que fue multado con trescientos francos de la época. Entre calada y calada recuerdo que el profundo, oscuro y visionario T. S. Eliot, nacido mientras despuntaban estos olivos, que de momento no auguran portentosa cosecha, las cita varias veces en “La tierra baldía” (véase El Pollo nº 202).

     Más allá de las márgenes de esta media hectárea adornada de trinos, hierba en exceso, gentileza de las abundantes lluvias y tormentas primaverales, gravilla que hace carraspear a la azada, insectos varios de minimalistas melodías y margaritas al albur, hay rumores de indultos, de controvertida ley trans, de corruptelas, de facturas de la luz, de desahucios que no cesan, de refugiados que tampoco, de pelotazos urbanísticos, de variantes del virus, de patrimonio  olvidado, de amnesia histórica, de huelga del bus,… “Rumores lejanos”, me susurra el olivo y corrobora un almendro que alojado a su vera entra en la conversación. Observo al manzano que asiente también desde los aromas del laurel encorvando el ramaje y no por el peso de sus escasos frutos. Entiendo que estos árboles llevan tiempo escuchando todo tipo de rumores, el viejo olivo me recuerda que a su infancia llegaron ecos del reinado de Isabel II y de la liberal ley Moyano que pervivió hasta los años setenta, y supo del saboyano Amadeo I y de los borbones posteriores, cuarenta y cinco largos años de Alfonso XIII en el trono, hasta aquel hermoso abril del 31. Añade el almendro que no hace tanto falangistas y leales anduvieron a tiros por la sierra que sus ramas señalan, que una docena de familias acariciaron sus troncos en su huida hacia Francia, aquel bisiesto, siniestro, del treinta y seis. Los laureles abren sus hojas al oírlo, con la sorpresa propia de su juventud. Como diría Rushdie “vivimos una época de ignorancia agresiva” que sería urgente remediar.

     Pero hoy no. Estoy en mi paraíso artificial, guardo el filtro del cigarrillo en el bolsillo y aparco los rumores retomando podadera, hoz y azada para conminar a hierbajos y varetas a que emprendan una digna retirada, que al ocaso acusará mi espalda. No logro esquivar la mirada de estos árboles añosos, ¿qué no habrán visto? Y ahí siguen, luna tras luna, sabios de sabia, haciendo su labor, Sísifos sin roca, tenaces, humildes y generosos, regalando aceites y frutos sin reclamar cuidados.  A la intemperie, estatuarios, a pecho descubierto.

    Cuentan que se nos exilió de un paraíso terrenal, a una manzana y una mujer había que echarle la culpa, Adán, por dios, y que un ángel vigilaba sus puertas con espada de fuego tal cual hace hoy el Frontex, esa agencia europea de la guardia de fronteras y costas, creada hace quince años “para ayudar a los estados miembros de la UE y a los países asociados a Schengen a proteger las fronteras exteriores” (322 millones de euros el año pasado). Han cambiado al ángel por setecientos empleados y unos diez mil guardias y la espada de fuego por drones y satélites del programa Copérnico (6700 millones de euros). El paraíso perdido, ay. Más de 82 millones de personas vivían forzosamente lejos de sus hogares a finales de 2020, según datos de ACNUR, otro nuevo récord de desplazamiento forzoso, y más de un millón de niños y niñas nacieron como refugiados.

    Rumores lejanos a los que hoy no quiero hacer caso. Se trata de mi salud mental, quiero dejarme encantar por estos trinos que en mi barrio no se escuchan, por estas margaritas que no asoman por el asfalto, por estos musicales insectos que añoraré de vuelta a la ciudad donde sin recurrir al baudelairiano opio ni a la absenta de Rimbaud o Verlaine redescubriré mi paraíso real, natural, tirando a inhumano, en el que este sistema que nos hemos dado de fronteras y exilios nos tiene entretenidos.

   Pero hoy no. Levanto la vista hacia Gratal, la cumbre que preside el paisaje, y recogidos los bártulos enciendo otro pitillo recordando al incisivo, molar y canino Gracián: “no hay cumbre sin cuesta”.

   Sí, cuesta el camino de vuelta hacia el paraíso que tú y yo, amable lectora, dilecto lector, nos merecemos. Sigamos en grata compañía.

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