La resistencia y la épica / Eugenio Mateo


Por Eugenio Mateo
http://eugeniomateo.blogspot.com/

    No se podría entender la evolución sin la capacidad de resistir, ni que la necesaria superación de situaciones vitales no viniera de la mano del instinto de supervivencia.

   Si acaso se pudiera definir con precisión aquello que desde lo más profundo impele al hombre a guardar lo que le es propio, no sería descabellado destacar a la resistencia como sentimiento primigenio y núcleo de todas las capacidades de adaptación. No se podría entender la evolución sin la capacidad de resistir, ni que la necesaria superación de situaciones vitales no viniera de la mano del instinto de supervivencia. 

     Por desdramatizar, yo hubiera querido haber estado en las Termópilas, haber sido uno de los trescientos de Leónidas. Lo que pasa es que tengo la imaginación contagiada por el cine y tal deseo solo tiene base de guion. Si lo que nos cuenta Heródoto no se lo inventó, aquello fue algo entre seis mil contra doscientos mil. Un asunto gordo. Una hombrada, aunque se perdiera, teniendo en cuenta que sólo parecen importar 300. Y cuando digo que me gustaría haber estado en aquella batalla, realmente es mi imaginación peliculera la que desvaría ˗˗en el fondo, el cómic gore que nos regaló Hollywood hizo gala de una manera novedosa de sublimar el concepto épico de resistencia con desparpajo doctrinal, y estuvo a punto de reclutarme ˗˗ si acaso. La cuestión es que bordeé la paranoia llegando a poner en solfa la propia capacidad de resistencia en determinadas ocasiones. Claro es que intentar compararme con los bizarros espartanos es una gilipollez, porque de ellos se dice que supieron resistir sin despeinarse para venir a morir hechos una pena, tan de oropel sus pectorales a pesar de todo. Desde las propagandas oficiales hasta el mundo del cine, pasando por los medios de comunicación, alguna, más bien numerosas, visiones maximalistas de la Historia y una parte importante de la novela histórica, siempre se veneró a la épica de la resistencia con la estética manipuladora de los ideales; parece ser un valor que nunca cotiza a la baja porque ha aprendido, en su larga trayectoria por la evolución, a calar en las conciencias. Hay que ser muy templado para venir a hablar hoy día de ideales o para resistirse a reconocer que se ha caído en el adoctrinamiento. No tengo rubor en admitir que ciertos titubeos hayan mordisqueado mi integridad, (que dudar es de sabios), y que, de todas formas, tire la primera piedra aquel que no haya comido de la manzana de la indecisión. En el fondo, todo esto no sería más que un estéril preámbulo de la película real de mi extravío, aunque yo, a lo sumo, preferiría escurrir el bulto en la butaca o hacer mutis por el foro. Pero, claro, no puedo olvidar que yo mismo soy un resistente. Lo soy a tantas cosas que a veces pierdo la noción y lo olvido. No obstante, haber llegado hasta aquí ha supuesto hacer cotidiana mi íntima resistencia. No se debería perder de vista un detalle: la edad es la mejor aliada para ir restándole protagonismo al resistir, y paradójicamente, es en la vejez cuando es más necesario resistirse.  He sido testigo de las guerras soterradas del día a día, y a la vez, actor y víctima de sus derrotas. En el sin cuartel de la cronología han ido llegando, sin previo aviso, consignas de cuerpo a tierra, y he ido tratando de seguir adelante sin importar el cómo resistir. Me agota tanto ejercicio mental. Resistir requiere de entrega, de determinación, de lucha, y más si se suma una terquedad hereditaria, pero al final es agotador. Se ha convertido en algo tan cotidiano que para que se la valore se tiene que revestir de épica. La resistencia muta su esencia y se convierte en hazaña. Es entonces cuando se cubre con la aureola de heroísmo. A partir de ahí, el camino a los luceros se abre inexplorado. Pongamos por ejemplo aquel de ese hombre que se convierte en héroe de una manera casual simplemente por qué le dieron órdenes y pudo cumplirlas; tales órdenes implicaban resistir hasta el final, y acatadas, supusieron el fin. O ese otro que resistió martirio hasta que su fe le dispensó de la tortura con una muerte horrible. La historia de la humanidad está hecha de proezas, los fracasos no han servido, aunque se debería haber aprendido de ellos; sin embargo, más allá de la exaltación, de consignas, de propaganda, incluso de la ironía, la resistencia es el catálogo moral de la actitud de prevalecer. Nos encontraremos con la dicotomía de resistir para vivir o de vivir para resistir. En cualquier caso, dicen que resistir es vencer. Si ellos lo dicen…

      Llegados hasta aquí, esta mañana he resistido el impulso irrefrenable de echarme a la calle. Tenía yo ganas de decirle al aire cuatro cosas. Me lo pensé mejor viendo la tele. No sé cuántos cataclismos se nos venían encima; me decidió también el temporal que llegaba con nombre de mujer: Filomena. Total, que me quedé en casa a resistir, pero no recuerdo frente a qué. Sí que recuerdo que tuve que resistir varias tentaciones, todas culinarias, y acabé metiendo mano al bote de los cacahuetes, que, por cierto, saladitos están de muerte. No es lo mismo comer manises que perdices, naturalmente, pero ejercitar la resistencia empieza por las cosas pequeñas, que ya habrá tiempo para las grandes; tarde o temprano, nos alcanzan. Durante un solo día de nuestra vida es increíble la cantidad de ocasiones en las que se hace necesario resistir.  Recordamos situaciones domésticas, laborales, profesionales, afectivas, personales, imprevistas. En el tejido del tiempo en el que cada cual estampa su ex libris, resistir su paso es la primera actitud. Viene luego, todo lo demás. Así, nos convertimos en héroes vulgares a los que no asiste la épica. Es una resistencia sorda, no menos feroz, que debería ser contada en el celuloide, pero, claro, no hay set de rodaje para cada vida, y no nos engañemos, lo común nunca ha importado salvo para los protagonistas involuntarios. Vende más fabricar héroes de pacotilla. Con su ejemplo se fabrican adhesiones. Se diseñan valores fieles a intereses. Sustentar el tinglado como opción de alienación.  Puestos donde nos corresponde, desde el ras del suelo las cosas se ven diferentes. Nos lanzamos a la calle tras los batallones de anónimos flamantes, desconocedores de las consecuencias a ultranza, habitantes conspicuos de distinta naturaleza, que, al fin y al cabo, son sólo carne de cañón predestinada. Habitamos barricadas decoradas por Don Sofá, por Ikea y por Le Corbusier, todo depende del cash Flow, y hay cierta diferencia en la manera de resistir los obuses: unos, desde su bunker; otros, en su dormitorio de sacos terreros, los más, desprotegidos bajo el fuego, pero todos derrochando energía para hacer de su resistencia vital un objetivo. La suerte que depare a cada uno ya es otra cuestión.

Publicado en CRISIS #19

Artículos relacionados :