La risa de los ignorantes / Irene Magallón


Por Irene Magallón

    Cada minuto de nuestra vida revela lo que somos y lo que fuimos en un momento anterior. Escribo esta reflexión desde la ventana de mi cuarto, no una noche cualquiera…

…ni en una hora cualquiera. Son las once de la noche de un mes de Abril del año 2021, el segundo año de la Covid 19. Entre tanto ruido, muchas veces, no somos conscientes de las nefastas consecuencias cotidianas que está acarreando la pandemia mundial que asola el mundo en cada uno de sus rincones, con la misma intensidad pero no con los mismos medios para combatirla. La división entre las zonas geográficas ricas y pobres es un flashback histórico que refleja la repetición de una dinámica capitalista y neoliberal que ha mutado hacia otros escenarios. El poder y la sumisión de los Estados a las farmacéuticas es un claro síntoma del beneficio privado por encima del beneficio comunitario. El veto de los Estados ricos comúnmente llamados países del Primer Mundo, supone la exhibición de la superioridad económica de la que son dueños frente al denominado Tercer Mundo. La obediencia del dinero absorbe a la inmunidad global y al acceso universal a las vacunas determinando el derecho a la salud de millones de personas. Lo que debiera ser una realidad con la exención temporal de las patentes, se convierte en una reivindicación necesaria frente a los que tildan este tipo de propuestas como utópicas. Porque claro al fin y al cabo es inevitable que el sistema funcione así. La desafortunada denominación de inmunidad de rebaño para expresar objetivos sanitarios, no es menos cierta para reflejar una realidad en la que vivimos de manera permanente. No hay mejor sentimiento de grupo que aquel que te hace recordar que perteneces a él sin importarte lo más mínimo.

    Del avance imparable del conformismo social y de la marea de información existente en los medios de comunicación, crecen personas con una debilidad ideológica palmaria en lo relativo a los acontecimientos actuales y no tan actuales. El aprovechamiento por el Establishment de la carencia de pensamiento propio, de ideales comprometidos con hacer una sociedad más justa, es lo que hace que nos convirtamos en sabios ignorantes. ¿Se ha hablado lo suficiente sobre el quinto aniversario el pasado mes de Marzo, de la entrada en vigor de una ley aprobada en 2015 para sofocar el hartazgo mostrado en las movilizaciones sociales? La vulneración de derechos fundamentales no es una realidad exclusiva del período pandémico que estamos viviendo, sino que viene de lejos con respuestas legislativas como esta; cuya utilización es muchas veces cuestionable en contextos tan delicados para los derechos como el actual. La Ley Mordaza ondea como un instrumento legal para acallar los derechos de reunión y manifestación, el derecho de huelga, legitimando prácticas abusivas como las devoluciones en caliente en aras de una seguridad chamuscada por la arbitrariedad y la desidia hacia los derechos humanos. El orden público es el que es, cuando interesa y como interesa que sea. Ahora parece ser que las letras de canciones suponen un grave ataque para la colectividad, cuando algo semejante no es tolerable en sociedades con unos valores democráticos fuertes.

      La libertad de expresión supone una ofensa para quien busca el pretexto de sentirse ofendido.

     Precisamente para garantizar un espectro social en el que las desigualdades agravadas por la pandemia no se conviertan en un hoyo en el que hundirse definitivamente, hay que garantizar servicios esenciales accesibles a toda la ciudadanía. Los recortes en sanidad durante la última década llevados a cabo por aquellos que propugnan la libertad, han ido socavando uno de los pilares fundamentales de la igualdad social. Si a quienes defendemos unos servicios básicos de calidad nos llaman comunistas, sólo se atacan a ellos mismos al reflejar por un lado que no saben qué es el comunismo y por otro que no defienden a la gran parte de la población. Es difícil reírse y a la vez retratarse de una manera tan flagrante. Tenemos un serio problema en lo referente a la concepción del Estado social cuando se usa la gresca para atacar al adversario político al proponer un Ingreso Mínimo Vital, la paralización temporal de los desahucios, el refuerzo de la sanidad y la educación pública. Esta actitud es lamentable cuando miles de personas con patologías diversas están desatendidas y en una situación vulnerable por la falta de personal sanitario, hay una tasa de paro disparada, interminables filas de gente para pedir comida, incertidumbre laboral, en definitiva un auténtico drama social.           

     Además del monotema del que se habla en los telediarios, tenemos que darle la importancia que tiene a la reciente aprobación de la Ley de Eutanasia. Después de años de lucha por la dignidad y el derecho a decidir sobre la vida somos un país mejor, más humano. La elección sobre una muerte digna no es algo que se vaya a imponer sino que es una opción personal, por lo que la ideología no debe estar por encima de la propia muerte. Esto sí que es adoctrinar por muy inmoral y antinatural que crean que es su existencia. Porque lo que queremos no es su cielo, es nuestra dignidad y nuestra libertad.

    No quiero acabar este artículo sin recomendaros que no os dejéis llevar por la crispación y polarización de una era en la que la desinformación es el arma más poderosa para sumir a la población en un constante duermevela. O cambiamos las concepciones que tenemos o las concepciones acabarán por resquebrajar el sistema. Cuando todo parece irreal resuena el estruendo de la ignorancia. Antes que contando ovejas, me duermo contando ignorantes.

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