La regeneración Institucional (I) / Mariano Berges


Por Mariano Berges
Profesor de filosofía

    Hemos entrado en un proceso de cansancio vital que deja pequeña a la teoría de la fatiga de materiales.

    Este cansancio vital lleva un ritmo fuerte y peligroso, pues afecta al ánimo en profundidad y porque se presta a dar credibilidad a cualquier bulo que vaya en una línea de llegar pronto a una normalidad de verdad, no nueva, más bien vieja, la de siempre. El hombre es un animal de costumbres y, como a los niños, nos gusta repetir gestos  y actos. Si a esto añadimos la mala praxis comunicativa de nuestras autoridades y de su leal oposición, el cansancio lleva camino de generar otra pandemia paralela depresiva, además de proseguir la sanitaria.

    Ahora estamos en época de brotes y rebrotes, concretamente en Aragón vamos a cientos diarios. ¿Somos los aragoneses transparentes y veraces en dar nuestros datos y los demás mienten? No lo sé. Si es así, prosigamos, porque solo la verdad nos sacará de este atolladero. 

   Dos han sido los factores esgrimidos como causantes principales de los brotes: la precariedad existencial de los trabajadores agrícolas inmigrantes y el ocio nocturno juvenil. Con el elemento positivo de su rápido rastreo y su correspondiente confinamiento puntual. Y, entre los brotes, hay noticias diarias de una (o varias) pronta vacuna y de tratamientos posibles que nos traigan una nueva o vieja normalidad.

   Pero el tiempo corre y desde el 13 de marzo en que se decretó el estado de alarma hasta hoy han pasado ya cinco meses. Y las tareas pendientes de nuestros políticos aún siguen pendientes. Tanto la cuestión sanitaria, como la económica y la social. Y no digamos nada de la cuestión institucional, que siempre queda como la cenicienta y es la clave de todas las demás.

    La crisis derivada de la pandemia ha dejado al descubierto las vergüenzas de lo público en España: la falta de anticipación o prevención, el desconcierto autonómico, la pésima gestión de los datos y la inexistencia de una gestión profesional hablan claramente del vacío institucional. Nos hemos entusiasmado con nuestros héroes sanitarios y no hemos sabido ver que cuando un sistema funciona bien no hacen falta héroes. Y el sistema sanitario no ha funcionado ni funciona bien, independientemente de sus profesionales, especialmente la enfermería, verdadero sostén del sistema. Hace falta más gestión y menos comunicación. Es necesario otro modo de hacer las cosas, con mayor profesionalidad técnica y con menos amateurismo político. Y, sobre todo, con una mejor organización que se derive de unos buenos principios estratégicos y metodológicos.

    El sistema político-administrativo está mostrando todas sus limitaciones. Fuera de la fase procedimental de expedientes y normativas varias, se nota demasiado la ausencia de inteligencia política, suplida con esa falsa y exuberante “comunicación” que no es más que retórica ocupadora del vacío. Y el bienestar de la gente no se defiende con retórica sino con buena política y eficacia administrativa. Lo que no tiene nada que ver con las conclusiones de la Comisión parlamentaria de la reconstrucción, conjunto de desiderata que no transcienden la pura retórica política. Veremos la calidad de los proyectos que hay que presentar a Bruselas para conseguir los fondos europeos. El esfuerzo económico de la UE tiene como contrapartida necesaria una transformación radical de las instituciones españolas. Y para eso hace falta otro tipo de directivos, políticos y técnicos, que sepan priorizar estratégicamente y con la vista puesta en los resultados, especialmente en sanidad, educación y servicios sociales. Vale de retórica.

   Hoy el país está roto. Si exceptuamos a políticos y funcionarios, todos los demás (salvo la élite) están bajando la persiana: empresarios, trabajadores por cuenta ajena, autónomos, profesionales varios, jóvenes que, sin haberse estrenado en el mercado de trabajo, reciben sus segundo mazazo laboral y profesional. La población empieza a desesperar, lo que pone en peligro la estabilidad política y social. Y los vándalos están vigilantes por si hay ocasión de actuar. Dejemos de jugar a progres y carcas que la situación está muy mal. Aprovechemos la oportunidad de una crisis tan profunda para modernizar nuestras instituciones, y pensemos que la bondad de un Estado democrático de derecho llega a los ciudadanos por el buen funcionamiento de sus instituciones y no por la retórica de los partidos políticos, meros instrumentos funcionales del Estado.

Publicado en el Periódico de Aragón

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