Desde el gallinero: Preguntas del estornudo a la extinción (2) / Carlos Calvo


Por Carlos Calvo
Subdirector del Pollo Urbano

        Pocas preguntas entretienen tanto a nuestros políticos como “¿quién ha sido?”. No “¿qué podemos hacer?” o “¿qué nos ha traído hasta aquí?”, sino “¿quién es el responsable?”.

   Por supuesto, nadie que se hace esta pregunta piensa en él o en la responsabilidad de los suyos. El mayordomo sin escrúpulos siempre es el otro. Es lo que en inglés se da en llamar ‘whodunit’ y es un género que antes del cierre de los cines vivió su particular muestra de genio. En efecto, ‘Puñales por la espalda’, dirigida por Rian Johnson, no solo es el más divertido rompecabezas que ha vivido el asunto desde antes incluso de Agatha Christie, también es una despiadada radiografía de una sociedad clasista, cruel e injusta. La nuestra.

  El resultado es una forma muy política de replantearse la pregunta recurrente. La culpabilidad nunca viaja en solitario. Pero no hay mapas para orientarse, ni una hoja de ruta que nos marque el camino, ni hay planes para un verano que está tan lejos como el jardín de Edén o el país de las Hespérides. Como Ulises, somos perpetuos viajeros atrapados en esa isla de Circe donde nunca se pone el sol. ¿Volveremos algún día a Ítaca? ¿Nos aguardará la paciente Penélope tejiendo el sudario de Laertes?

  ¿Qué sentido tiene existir? Para Heidegger, la verdadera pregunta era esta. La angustia es una de las claves. Es ahí donde uno se pregunta de verdad qué sentido tiene todo esto. Habría que buscar el refugio estoico –“sustine et abstine”- para no sucumbir al desaliento. Y ante la necesidad de huir de la hipocondría, quizá sea más apropiado el hedonismo que el añorado Roger Scruton plasmó en ‘Bebo, luego existo’, y que emana de la guía del hombre libre que nos regaló Ignacio Peyró con ‘Comimos y bebimos’.

  ¿Cómo explicamos el hecho de que siendo la crisis climática más grave que la del coronavirus, esta última nos haga modificar más nuestra conducta, que aceptemos mejor el confinamiento que la modificación de nuestros hábitos de consumo para frenar el cambio climático, que los estados se pongan más fácilmente de acuerdo y en poco tiempo frente a un virus que en las rondas de negociaciones sobre la crisis climática? ¿Somos, en el fondo, una sociedad que funciona a base de incentivos y presiones, que atiende a lo urgente, a lo que hace ruido y es más visible, pero no se entera de los cambios latentes y silenciosos, aunque puedan ser mucho más decisivos que los peligros inmediatos? ¿Hasta dónde aceptaremos proporcionar acceso a datos privados para garantizar nuestra salud? ¿No es hora de rehabilitar el gasto público y los impuestos? ¿Y, ante todo, perseguir la evasión fiscal? ¿Sigue siendo aceptable la competencia fiscal entre miembros de la Unión Europea?

 ¿Sobre quién recaerá la culpa de la epidemia de la covid-19? ¿Sobre la República Popular China, por esconder información al resto del mundo sobre la envergadura inicial del contagio? ¿Sobre la OMS, por no ser más tajante? ¿Sobre el capitalismo neoliberal, que ha debilitado los sistemas públicos de salud, allí donde existían? ¿Sobre ciertos líderes que han insinuado la posibilidad de sacrificar a los más débiles en beneficio de la “inmunidad del rebaño” y la estabilidad de la economía? ¿Sobre la Comisión Europea, incapaz de coordinar la compra masiva de material médico para los países afectados y establecer una estrategia común? ¿Sobre los gobernantes alemanes y holandeses, que no quisieron mutualizar los costes económicos de la pandemia en el sur de Europa? ¿Sobre el presidente francés, Emmanuel Macron, que mantuvo la primera vuelta de las elecciones municipales cuando Italia y España ya estaban en alarma? ¿Sobre el gobierno italiano, que decretó un cierre caótico de Lombardía y después un cierre muy poroso de todo el país? ¿Sobre el gobierno español, que tardó tres días en definir el alcance del estado de alarma, por discusiones internas con el área económica, que temía –y teme- el disparo del déficit? ¿Sobre los gestores autonómicos encargados del control de las residencias de ancianos que se han convertido en verdaderas casas del terror? ¿Sobre las organizaciones que convocaron las manifestaciones del 8 de marzo? ¿Sobre los responsables de la liga que mantuvieron los partidos de fútbol? ¿Sobre los recortes en la sanidad? ¿Sobre los que gestionaron las compras fallidas de material sanitario en China? ¿Sobre los que usan las redes sociales para crear un clima de odio? ¿Sobre los aventureros de todo tipo que quieren sacar tajada de la tragedia?

  ¿Cómo habría sido el encierro por la pandemia en los años 80? ¿Qué significa vivir aislado? ¿Cómo nos afecta cortar de golpe toda relación con otros seres humanos? ¿Qué ocurrirá cuando se levante el confinamiento y la catástrofe económica que se avecina empiece a dar lugar a movilizaciones laborales o sociales? ¿Se dejarán arrastrar jueces y policías por la inercia represiva creada durante el estado de alarma? ¿Se seguirá apelando a la excepcionalidad de la situación y a la unidad frente a la catástrofe? ¿Continuarán las metáforas bélicas para exhortarnos a acatar las decisiones del gobierno? ¿Cuántas veces maldecirán los ministros de Sánchez el momento en que aceptaron sus carteras? ¿Hay abuso de poder en las fuerzas del orden? ¿De verdad es razonable que la policía imponga tantas sanciones relacionadas con el incumplimiento del encierro? ¿Podríamos decir, parafraseando a Borges, que era el último habitante de la Tierra y llamaron a su puerta… para multarle?

  ¿Cómo podemos tener un sistema desarrollado como el nuestro y que no existan en nuestro país empresas que sean capaces de producir en dos días todas las mascarillas, guantes y equipos de protección para todo el complejo sanitario español? ¿A nadie se le había ocurrido pensar que podría pasar esto? ¿De dónde quitaremos para no incumplir el mandato constitucional que nos obliga? ¿Por qué, como siempre, el pequeño autónomo es el pagano de esta economía circular en la que la riqueza siempre termina en los mismos bolsillos? ¿Por qué mandó el gobierno a patrullar a militares si dice que todo va bien? ¿Están a la altura de sus responsabilidades los ministerios de sanidad, trabajo y hacienda? ¿Es ineficaz y está paralizada la administración porque los sucesivos gobiernos desde la época de Felipe González se han preocupado de colocar a los amigos al frente de los puestos clave, de desmotivar a los funcionarios y de utilizar el estado como una finca privada? ¿Ha respondido Europa como un bloque a la pandemia?

  ¿Se hubieran soportado los amantes de Teruel de haber confinado juntos? ¿Hubiera acabado en tragedia? ¿Más vale estar solo que mal acompañado? ¿Sobrevivirá a la crisis quien sobreviva al coronavirus? ¿Caeremos en el mundo cósmico, en el temor ante lo inconmensurablemente grande y poderoso, que es lo que, paradójicamente, proyecta sobre nosotros un diminuto virus? ¿No es cierto que el tabaco, maldita sea, mata a cincuenta mil españoles cada año? ¿Cómo es que cuando todo lo cerramos por una enfermedad que al final te mata por crisis respiratoria los estancos permanecían abiertos, como producto esencial? ¿Puede la actual pandemia estar relacionada con la caída el otoño pasado de un gran meteorito en China? ¿Hasta dónde es capaz de llegar el ser humano en una posición extrema como, por ejemplo, un rapto extraterrestre o, por qué no, una pandemia?

  ¿Qué ganamos con los principios morales del clero? ¿No vive la Iglesia de abstracciones: bondad, caridad, santidad, amor…? ¿Por qué predican los obispos castidad y pobreza mientras su vida privada es un escándalo de riquezas y sometimientos? ¿Sirve de algo la corrección política cuando llegan los problemas reales? ¿O es otra elegancia burguesa? ¿Faltan estadistas y sobran estadísticas? ¿Qué somos cuando ya ni somos nada de lo que fuimos ni seremos lo que quisimos ser?

  ¿Por qué se reducen a cifras lo que son biografías íntimas? ¿Cuánto vale la vida de una persona? ¿Es normal tratar al personal sanitario como burros? ¿Por qué hay personas que antes te daban un par de besos o te abrazaban sin pedirte permiso y ahora se apartan y te miran de soslayo? ¿Nos hemos convertido todos en unos apestados? ¿No eran los atracadores quienes se tapaban la cara para no ser identificados? ¿Cómo influirá este parón en nuestro ánimo? ¿Reforzará los lazos entre nosotros o nos hará más hoscos y distantes? ¿Nos va a comprometer a todos el futuro inmediato en el peligroso dilema de la salud y la libertad como derechos contradictorios? ¿Podremos evitar que estallen la ira y la ansiedad contenidas hasta ahora? ¿Pediremos cuentas democráticamente o mediante la violencia? ¿Cómo evitar esta violencia que nos amenaza y a los demagogos que intentarán apropiarse de ella?

  ¿Salieron los presos (y las presas) a aplaudir? ¿Salieron las prostitutas (y los prostitutos) a aplaudir? ¿Qué diría hoy James Stewart mirando por su ventana hitchcockiana? ¿Dónde están esos vecinos que cantan ópera? ¿Cuántos de los que han estado aplaudiendo votaron en su día a quienes han desmantelado la sanidad pública? ¿Qué nos aportan los bares para que los echemos tanto de menos en este trance? ¿No estaremos ya en un mundo desalojado, desahuciado? ¿Por qué no se ha puesto en marcha una campaña masiva y progresiva de test a toda la población cuando ya llevamos tres meses de confinamiento? ¿Cómo es posible que a estas alturas de la situación haya muchos sanitarios a los que todavía no se han hecho pruebas, cuando deberían ser los primeros? ¿Cómo es posible que, según denuncias de colectivos de sanitarios, todavía no tengan los elementos imprescindibles de protección individual y colectiva? ¿Por qué no se han utilizado todos los recursos disponibles en la lucha contra la pandemia como, por ejemplo, los laboratorios públicos veterinarios que disponen de una capacidad masiva para analizar las pruebas de los virus, según denuncian los propios veterinarios?

  ¿La masturbación y la pornografía van de la mano después de decretarse el encierro? ¿Se contagian los legionarios de esta enfermedad? ¿Y las cabras? ¿Éramos solo libres cuando nos sacaba el perro? ¿Cómo es eso de que nuestros mayores, la generación que más ha sufrido y ayudado a levantar este país, se autoconfinen, que no tengan contacto social ni vean a sus familiares hasta que todos se inmunicen? ¿Queremos que todos los ancianos caigan en depresión o se vuelvan dementes? ¿Regala el gobierno cien gramos de libertad vigilada a los niños, como si fueran los reyes magos? ¿Decimos a los niños que se vayan a jugar a la calle para pedir perdón luego por lo que le pasó a la abuela? ¿Nos dejan hacer deporte porque hemos sido buenos? ¿Están midiendo hasta dónde llegan las tragaderas de la sociedad? ¿Es la estrategia del miedo? ¿Todo el mundo cumple con lo que se le exige, sonríe cuando puede y aplaude a las ocho de la tarde con emoción? ¿Cortinas de humo, en fin, para lo que en realidad importa? ¿Varados y sin plan?

  “¿Vuelve el polvo al polvo? / ¿Vuela el alma al cielo? / ¿Todo es sin espíritu / podredumbre y cieno? / No sé, pero hay algo / que explicar no puedo / algo que repugna / aunque es fuerte hacerlo / el dejar tan tristes / tan solos los muertos”. ¿Seguiremos dedicando un dinero que no tenemos a gastos militares que en nada nos aprovechan, mientras que los que de verdad luchan contra la enfermedad y la muerte deben hacerlo con pistolas de agua? ¿Seguiremos sin hacer de la investigación y de la educación de niños y jóvenes, objetivos prioritarios de nuestra sociedad; haciendo oídos sordos a las reiteradas advertencias de los científicos acerca del deterioro del mundo; encerrando a nuestros ancianos en residencias de las que preferimos no saber nada; haciendo, en definitiva, del ‘homo economicus’ el único Señor de la Realidad (o debería escribir el Señor de la Guerra)?

  ¿Cuáles serán los cambios que esta pandemia que estamos viviendo hoy provocará en la sociedad actual? ¿Seguiremos hacinándonos en ciudades, en pisos mínimos y hasta insalubres, y abandonando el campo y sus anchos horizontes? ¿Continuaremos almacenando a nuestros viejos en residencias para que allí esperen la muerte, sin molestar, o los reintegraremos a la sociedad? ¿Seguirá el trabajo mayoritario siendo presencial, incluso cuando se pueda realizar vía internet o telefónica? ¿Seguirá siendo el consumo desaforado el motor de la economía mundial? ¿Continuaremos contaminando el planeta como hasta hoy? ¿Seguirá siendo la política el arte del enfrentamiento entre grupos de personas y países o mutará en algo diferente? ¿Seguirá siendo la condición humana la de siempre, para bien o para mal?

  Me gustaría tener una respuesta, pero, de momento al menos, solo poseo intuiciones. El tiempo dirá cuáles son las respuestas. Solo sé que no sé nada, que diría el filósofo. Y lo único que tengo claro es que acaban de dar las ocho de la noche. O de la tarde, vaya usted a saber. ¿Es posible la gloria sin aplauso? Nadie aplaude ya, sin embargo. Pero un vecino de ventana grita: “¡Gobierno dimisión!”. Día tras día, ha ido subiendo el tono de señor enfadado hasta estremecer a los niños y a los cachorros del barrio. Y se hace la pregunta definitiva: “¿Es Sánchez honrado, modesto y firme?”. O dicho de otro modo: ¿Realmente ha querido y quiere el gobierno de Sánchez enfrentarse con el coronavirus o está aprovechando el desastre, más que acrecentado por su pésima gestión, para ir avanzando una hoja de ruta que lo afianzaría en el poder, pero que resultaría calamitosa para la inmensa mayoría de los españoles? Dejo un espacio en blanco al pie para que cada uno, a la vista de los hechos, escriba su respuesta.

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