Las bordas de Viadós, tesoros del Pirineo


Por Eduardo Viñuales Cobos.

    ¡Qué maravillas encierra el Pirineo Aragonés! Paisajes de montaña, bosques, ríos e ibones… y a veces la mano del hombre que cuida de estos lugares como si fueran un pequeño jardín. Nos vamos a las Bordas o Granjas de Viadós, al valle de Chistau.


Eduardo Viñuales
Escritor Naturalista

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    El paisaje del valle del río Cinqueta de repente se ensancha en su parte alta, cerca de su origen. Allá donde el ambiente se abre y se ilumina nos podremos situar al pie de los bosques de pino negro del Clot, justamente debajo de las cumbres poderosas de Posets, Espadas y los Eristes. En este cautivador decorado, una aguja rocosa emerge en la ladera cercana: es el Puntal de Barrau.

     Pero es por ahí, en ese gran escenario, al final de la larga pista forestal de 12 kilómetros que remonta el fondo del valle, donde nos encontraremos con las bordas de Viadós, humildes casitas con cubierta de pizarras que fueron emplazadas en tan lejano rincón, como si los hombres que las construyeron hubiesen querido domesticar algo de los más remotos y bellos paisajes pirenaicos.

    Las dieciocho bordas de Viadós -o Biadors, en aragonés- componen nuevamente un conjunto etnológico que testimonia esa sabia interacción entre el hombre y la naturaleza del valle de Chistau. Se trata de un legado patrimonial de altísimo valor cultural, puesto que aquí tradicionalmente se almacenaban las gavillas de hierba cortada a mano –con dalla (guadaña), hoz y zoqueta-, el heno que sería el forraje para épocas frías y desfavorables, y porque en estas bordas también se guardaban los animales recién paridos o enfermos, mientras que en unas cabañas contiguas se llegaban a alojar pastores y montañeses al cuidado de los rebaños y los pastos. Éstos son campos de siega y de diente, pero también lo fueron agrícolas de cereal -de centeno- situados muy altos, a 1.750 metros, algo que hoy es impensable. Son prados que se cuidaban, se cortaban, se volteaban, se rastrillaban, se regaban y se estercolaban periódicamente.

   Algunos saúcos salpican tan frágil paisaje. Y una de estas bordas fue reconvertida hace años como refugio de montaña, una utilidad que ya sugirió en 1916 el pirineísta catalán Julio Soler y Santaló. En el “Ángel Orús” o “Forcau” pernoctan cada año cientos de montañeros haciendo la travesía del sendero GR-11 o tratando de salir al amanecer hacia la cumbre del Posets, distante a cuatro horas de marcha. El refugio es como un pequeño hostal para montañeros en medio de un paisaje de Suiza. Sólo que aquí estamos en pleno corazón de los Pirineos, allá donde nace el río Cinqueta que surca lleno de fuerza y sonido el valle de Chistau.

   Al refugio, que fue una antigua borda ganadera, le rodea un paisaje humanizado de altura, todavía vivo, de prados y “granjas” pastoriles dignas de contemplación. Al otro lado del río se extienden los bosques de pino negro del Clot. Y aún más arriba todavía se yerguen los grandes picos nevados del macizo de Posets.

  Pero, sin subir, detengámonos a disfrutar del ambiente de los prados y veremos un jardín de montaña a base de clavelinas, cuajaleches, digitales, alcachofas silvestres, umbelíferas collejas, gamones, lirios, gordolobos y frambuesas silvestres. Escucharemos el canto de la tarabilla y de la codorniz. Y nos sentiremos afortunados simplemente por estar aquí, cerca del cielo, ociosos, en un decorado hecho a base de mucho trabajo.

    Otro paraje natural con mucha fuerza, muy próximo a Viadós, es el valle de Tabernés. Para penetrar en su interior hay que tomar el camino que sale desde las praderas del Campamento de Virgen Blanca. Una vez en el refugio libre de Tabernés se puede llegar, paso a paso, a las apartadas laderas en las que reposan los ibones de Bachimala, hasta el Puerto de la Pez o al Puerto de la Madera.

*Texto extraído del libro “Tesoros naturales del Pirineo Aragonés”, de Sua Edizioak: https://sua.eus/es/libros/tesoros-del-pirineo-aragones-los/