Carta a un pino negro del Pirineo aragonés


Por Eduardo Viñuales
     
     Anotaciones en el cuaderno de campo de un naturalista

    Llevaba años observando la silueta de ese viejo pino negro. Está a más de 1.200 metros de desnivel del pueblo, en lo alto de la montaña y muy cerca de la cresta cimera, con su forma extraña en forma de cruz recortada contra el cielo, y con sus raíces buscando suelo entre tanta roca, tanto peñasco y tanta piedra suelta.

 
Eduardo Viñuales Cobos
Escritor y naturalista de campo
Texto, fotos y dibujo
http://www.asafona.org/default.aspx?info=000320

     No parecía ser un árbol grandioso, pero cada vez que cogía los prismáticos para seguir el vuelo de los buitres leonados o buscaba la silueta del quebrantahuesos mi mirada se fijaba y detenía en él. Su simple y solitaria presencia siempre llegaba a obtener un poco de atención.

   Visto desde abajo parece estar medio seco, casi muerto. Su designio fue vivir allí, azotado por las ráfagas de viento que barren estos altos relieves pirenaicos, cubierto por la nieve en el invierno, creciendo en un suelo que no es tal… y lo que es peor, azotado una y otra vez por los rayos de las tormentas al haber elegido ese lugar, esa posición tan alta y tan prominente.

   Este pino negro del macizo de Cotiella tenía todos los números para haber muerto. Pero pese a todo pronóstico allí había prosperado, y en sus dos únicas ramas laterales –en forma de cruz, como ya he escrito- aún se intuían ligeros vestigios de acículas verdes. Unos pequeños muñones vegetales testimoniaban su supervivencia. El resto de él parecía ser el esqueleto de la madera muerta y casi imputrescible que tan a menudo exhiben este tipo de árboles heroicos en la alta montaña pirenaica.

   Cada vez que lo encontraba con los prismáticos me preguntaba cómo sería visto de cerca. Pero llegar hasta él requería tiempo y esfuerzo ladera arriba.

   Finalmente me decidí a subir ex profeso, intrigado por el verdadero tamaño de este pino negro, por su estado de salud, por su entorno… A mitad de recorrido empecé a pisar nieve. Luego proseguí fuera de toda senda, por unas pendientes laderas llenas de canchales de piedra y cortadas por verticales paredes.

   Cerca de él, pero a cierta distancia, había más pino negros, unos aislados, otros en grupo, los había grandiosos, espectaculares… e incluso muertos en pie. Y, finalmente, en lo más alto estaba él, allí, solitario, envuelto en una niebla cada vez más cerrada.

   Quise subir hasta aquí arriba para conocerlo, para tocar su tronco y sentir el tacto de su corteza, para ver su dos grandes ramas enfrentadas desde otro ángulo de vista… y para hacerme una foto junto a este venerable pino negro capaz de soportar una vida dura en lo más alto de este desierto de las montañas del Sobrarbe.