África en la piel (II)


Por Gonzalo del Campo

    ¿Qué será de los pigmeos de las cuencas que alimentan el río Congo cuando el telón se levante?
                                                                                 IV

 ¿Se habrán convertido en objeto de postal o se habrán suicidado por no entender nada? Ahora ya sabemos algo sobre el destino de algunos de ellos (Noticias de principios de 2003)

   Las cifras que se han barajado son de tres millones y medio de muertes desde que Desiré Kabila tomó el poder.

  La Amazonía y sus desgracias son un mal ejemplo y la ambición que hay detrás,  mucha y muy destructiva.

   La vergüenza vivida en Mozambique no tiene precedentes, con los » salvadores» regateando el precio del rescate y las víctimas asidas a la punta de árboles engullidos por el agua y el barro.

    Asombra la rapidez con que la tecnología punta mueve dinero alrededor del mundo y lo sordos y ciegos que estamos ante las enfermedades del planeta y las de nuestra especie, que cada vez son más evidentes.

   Un aviso muy serio lo fue, ya, la guerra de Biafra, en los sesenta del siglo pasado, en la que se introdujo a gran escala el mercado de armamento, que ayudó, sin duda, a multiplicar los excesos del enfrentamiento y provocaron las primeras imágenes terribles de una guerra africana poscolonial.

    Nigeria es hoy el pariente pobre en el selecto club de los países exportadores de petróleo. Los nigerianos pagan el petróleo de su propio suelo a precios exorbitantes y la deuda externa se multiplica. Los militares se ponen al servicio de las compañías petrolíferas, todas occidentales, y allanan los obstáculos para que la exportación sea fluida, pese a quien pese.

    Es,  en definitiva, una lista que no acaba nunca de agravios, violaciones, explotación, abuso de poder y genocidio a gran escala.

   África, un gran almacén para quien se quiera servir e irse sin pagar.

    Además de los conflictos mencionados, sin olvidar Angola, Sudán no le va a la zaga en atrocidades.

    En un conflicto enquistado desde hace cuatro décadas, las cifras espantan: dos millones de muertos, 4,5 millones de desplazados y 1 millón de exiliados.

   Sus gentes se apiñan alrededor del Nilo y las venas que lo alimentan desde el sur del país, además de en altiplanicies, tan castigadas desde hace más de un año, como el Darfur.

   Un conflicto étnico, religioso y con un trasfondo que aflora para descubrir a los actores estelares.

   Como aves de carroña aparecen en escena.

    Representan el mismo mundo que vació de población el continente, cuando los teólogos y juristas europeos discutían sobre el carácter humano o animal de los pueblos del África Negra. Sin mancharse las manos directamente de sangre, sobre el suelo sembrado de cadáveres recientes a los que, cuando vivos, la tierra ofrecía cobijo, instalarán la última tecnología en extracción de esa materia negra, viscosa, y definitivamente maldita.

    Otro SIDA añadido que mata las raíces de los hombres  que cuidaban rebaños y emigraban de penuria en penuria, bajo un sol que no alumbra igual para todos.

     El fundamento de nuestro bienestar está tan manchado de sangre que, por muchos filtros que se pongan, algún día nos salpicará con fuerza y no podremos evitarlo.

    Podemos empezar, al menos, por aceptar como ciudadanos en igualdad a tantos inmigrantes africanos que llegan con algo más que suerte a nuestras costas.

   Cerrar el coto y tapar las salidas a la olla a presión en que África entera se convierte  no es, en absoluto, una medida cuerda. A no ser que quien dicta las políticas de blindaje de Europa, esté ciego y sea totalmente impermeable a los males de África y, además, sea cómplice de golpes militares, limpieza étnica de áreas petrolíferas, tráfico de armas entre clanes rivales o naciones enfrentadas…

   Conviven en África dos imágenes difícilmente reconciliables.

      El «paraíso» cada vez mas cercado, con sus reservas cada vez mas reservadas y pueblos que aún tienen una ligazón esencial al territorio y de los que podríamos aprender a curar partes heridas del planeta.

    Sin embargo, estos pueblos, son obligados a abandonar su forma de vida para engrosar la muchedumbre anónima y desposeída de las caóticas y violentas ciudades costeras o comienzan a formar parte del recuerdo.

    El infierno se lleva cociendo desde hace mucho.

   El término «merienda de negros » se identifica con el caos, y quien acuñó y empleó esas palabras y  fue «a poner orden», no hizo otra cosa que avivar el fuego.

    Estimuló rivalidades ancestrales, consiguiendo, en muchas ocasiones la discordia. Hay muchos ejemplos que lo muestran a las claras.

   Estableció barreras absurdas, como en un pastel demencialmente repartido y sin embargo, en algunos casos, con porciones cortadas a tiralíneas.

    Impuso estructuras políticas que nada en absoluto tienen que ver con las tradicionales.

   Era como sembrar metralla y dejar un campo minado al irse sin marcharse

  Tras la mal llamada descolonización,  se inicia  el acaparamiento absoluto, en un planeta que consume tantos recursos y sueña con encontrarlos en el espacio exterior, mientras este no parece importar que reviente.

   ¿Qué país africano se ha librado desde entonces de sobresaltos, dictaduras militares, explotación de las multinacionales, apartheid?

    ¡Sí, han experimentado el abandono absoluto  de quienes parecen más absortos en tener agarrados a muchos países por la deuda externa, que interesados en que sus pueblos no mueran de sida, de meningitis o de hambre!

    ¿Por qué, si no, respondimos tan tacañamente a ese árbol de la esperanza que casi se hunde en Mozambique?

   ¿Cuándo va a haber un respiro para tantos pueblos anhelantes de vida y libertad?

   El Primer Mundo mientras tanto se analiza el ombligo, dando al olvido que cuando damos al contacto de la llave del coche, el carro, el tequi, el automóvil, o como coño lo queramos llamar, también apretamos la tuerca del no saber a donde vamos.

   No oímos el estruendo de la guerra «de baja intensidad «, cuando ruge con su halo de muerte y destrucción sobre el desierto, en las estepas y herbazales que rodean el Nilo.

  Quien empuña el fusil puede ser un  niño a quién se obligó, para asegurar el suministro de petróleo a Europa, Asia o América.  

    Defienden los pozos de petróleo contra los legítimos dueños del suelo, bajo el que se extrae  el maná de las máquinas que despellejan  y envenenan el planeta cada vez de forma más alarmante.

 

                                                                               V

 

    Esos pastores antiguos vagan sin rumbo, presas del hambre, hasta dar con sus huesos, cubiertos solo de piel, en su definitiva tumba, antes de que una ONG, la que sea, levante el acta de defunción y los helicópteros lleguen con picos y palas para abrir y sellar grandes fosas comunes.

    El 0,7, que sigue pareciendo una utopía y no se alcanza en muchos países de crecimiento económico «optimista», seria poco más que una limosna ante la riqueza esquilmada al continente “cuna» de la especie humana.

   Desde el mito, en cuatro zancadas y varios genocidios, se plantaron los imperios en ser los gestores de una nueva esclavitud, la más barata de la historia, quizá más mortífera que la de los galeones y barcos negreros que transportaron su preciosa carga con mucho menos mimo que si fueran bestias.

    La diferencia entre la esclavitud anterior y la nueva es, que en la primitiva, al desposeerles de todo, les quedaba la vida como única esperanza y en la nueva (la del rey Leopoldo, por ejemplo), les iban despojando de todo lentamente, hasta dejarles solo la esperanza de no morir atrozmente, pues la vida era un lastre insoportable de fatigas y el morir se convirtió en costumbre, en la búsqueda o el porteo de marfil, en la febril persecución del caucho, a punta de fusil o bajo la amenaza de no volver a ver vivos a los seres queridos

   En los testimonios de “los acarreadores de manos” quedaba patente que una vida humana no valía la bala de un fusil. En las culatas de los fusiles quedaban las huellas de  cacerías de hombres.

    Parece que en África sigue latiendo el Corazón de las Tinieblas, no al ritmo del látigo y las bayonetas; lo hace al de las ametralladoras y los machetes, entre los gris-gris que protegen de las balas enemigas, la brujería.

     También bajo la vigilancia atenta de los satélites espías que propician victorias, derrotas, masacres, cuando debieran servir para evitarlas.

    El Panóptico de Bentham a escala planetaria, con sus torres-vigía inalcanzables, escudriñando las vías de comunicación, las pistas, el curso de los ríos.

   La tupida selva que puede resultar un obstáculo, es objeto de venta y devastación, con el conocimiento de muy pocos y de forma, ilegalmente, encubierta.

  ¿Qué límites se imponen a la devastación, la desertización, el hambre o la pobreza, al sida, a la sangría de las guerras “tribales” y al gotear incesante de vidas que se estrellan ante nuestras costas por miles?

    El límite de los imperios blindados guarda el  “limes”, con el celo que propicia el miedo.

    Miedo ¿a qué?

     ¿A desaparecer diluidos en el mestizaje?

 

                                                                       VI

 

      Hoy se habla a diario de las armas de destrucción masiva.

    Con ellas por excusa, se han utilizado y se utilizan, a veces con estruendo, ríos de sangre y tinta, otras silencio total en los diarios, hasta que surge el drama o la catástrofe, o continúa la epidemia larvada y salen estadísticas del sida, que atenaza a gran parte de África.

    Quien ha conocido las ciudades de Abidján, Accra, Lagos o Ouagadougou sabrá algo del tránsito humano, tan denso, que se acumula en ellas.

    La ciudad atrae a los aldeanos, al igual que lo hicieron aquí, Barcelona, Madrid, Bilbao…, pero con grandes diferencias.

    Entre otras la gran necesidad que impone el número y la falta de recursos para todos.

    Espacio hipotecado en plantaciones, que restan tierra, a la necesidad pura y dura de comer.

    Mas al norte, el avance implacable del desierto en un gran arco desde Senegal a Etiopía, con las venas del Níger y del Nilo como vías fluviales. Caminos en el agua en mitad de la arena, atravesando países enteros, tan grandes y tan largos como Sudán.

    El tiempo no va al ritmo de jet y teléfono móvil, si no a la pausa que marca el río.

   ¿Por qué no se da un respiro a África?

    ¿Porqué no se intenta, al menos, no hundir sus economías en este mercado libre tan curioso.

    La humanidad, somos todos y no se puede cercar a un continente entero, sacarle, además su jugo en metales y muchas otras riquezas y pretender además que sigan pagando deudas externas, saldadas ya, con creces, en todos los países.

    Mundo de mercaderes que, al parecer, piensa la tierra igual que si fuera el Monopoly.

 

*Quien lea estos textos que tienen África como motivo, han de tener presente que están escritos en los años noventa y principios de la década del dos mil, por lo que no reflejan los cambios que  el continente puede estar experimentando en la actualidad. Como, por ejemplo, los derivados de la presencia china en numerosos países del África Subsahariana y la venta a gran escala de territorios a países y empresas de fuera de África por parte de algunos gobiernos. También, por supuesto, el caos que reina en Libia tras la muerte del unánimemente reconocido como dictador Muamar el Gadafi y las repercusiones que ha tenido en países de su frontera sur.

   Comencé a escribir estas reflexiones hace más de quince años y todas tienen relación directa o indirecta con el deseo de paz y la repulsión que siempre he sentido por la explotación que el hombre hace del hombre.

   África siempre ha estado en el ojo del huracán de los abusos y hoy, como siempre, desaparece de las páginas de los periódicos, en los que habitualmente apenas asoma.

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