Los memorialistas de la bohemia (1903-1924)


Por Javier Barreiro

RESUMEN

      Son muy escasas las memorias de quienes han sido considerados componentes de la bohemia en España. Se trata de mostrar un panorama de cómo integraron ese mundo en los recuerdos de su peripecia personal. También, de espigar las motivaciones y los puntos en común, que denotan una coincidencia en el gusto por la transgresión, reflejo del Modernismo.

     Zamacois, Bonafoux, Dicenta y Gómez Carrillo, tres de ellos nacidos en la América española, fueron los pioneros cuyas memorias se repasan por orden de aparición, incidiendo en las noticias que ofrecen de su relación con la cohorte bohemia. Con menos extensión, se hace un recorrido, también cronológico, por las memorias y diarios de otros autores (Ortiz de Pinedo, Buscarini, Blanco-Fombona, Gómez de la Serna y Noel).

                                                   —————————

    Es posible que exista cierta incompatibilidad entre los géneros autobiográficos y la bohemia, que, como hijuela del Romanticismo, tiñe de subjetividad su literatura y, por tanto, no precisa explicarse. En cambio, emprender unas memorias suele significar un auto-reconocimiento, una percepción de la propia trascendencia, lo que se conjuga mal con el lugar en el mundo que el bohemio, a un tiempo conmiserativo y pretencioso, se autoasigna. Tal vez por ello, conocemos pocos ejemplos del género y los más relevantes son los de quienes superaron esa condición, se integraron e, incluso, lograron el relativo éxito social o literario que un escritor podía alcanzar en la España de la Restauración. Es el caso de los primeros autores aquí tratados: Zamacois, Bonafoux, Dicenta y Gómez Carrillo; algunos de ellos incluso se disculpan por transcribir sus recuerdos, acogiéndose al pretexto de que les han sido solicitados.

      En todo caso, unas memorias pese a todo lo que pueda aducirse respecto a su parcialidad, limitada perspectiva o maquillaje, son uno de los pocos documentos que, junto a los hemerográficos,  pueden manejarse en este contexto, dada la ausencia de epistolarios y archivos personales, pero también de diarios y dietarios. Se ha escrito que esto últimos subgéneros resultan más modernos, por su carácter fragmentario, frente a las memorias que pueden tomar una construcción de tipo más novelesco. De hecho, el único diario conocido de un autor adscribible a la bohemia es el de Eugenio Noel, por cierto, un extraordinario documento, al que también habrá que referirse.

     Formados en el Naturalismo y la admiración hacia Zola, fogueados en el periodismo de corte republicano y cercanos o no a la estética modernista pero inficionados por su inclinación hacia los márgenes, estos reclutas de la bohemia coquetearon con la novedad y escogieron el adjetivo correspondiente para la revista que pretendía reunirlos y aspiraba a ser su portavoz, Gente Nueva, Entre sus integrantes, fueron Felipe Trigo y, en menor medida, el tan prolífico y valioso Eduardo Zamacois quienes funcionaron  como eslabones entre la novela naturalista y la novecentista (Cansinos, 1925:37). Pero este último, sobre todo en su etapa como inspirador, fundador, director y principal redactor de la revista La vida galante[1], también llevó a sus páginas la estética y el espíritu del Modernismo, como lo trasladará después a El Cuento Semanal y Los Contemporáneos, las dos colecciones inaugurales de novela corta (Barreiro-Minesso, 2011: 7-58).

    Eduardo Zamacois fue, sobre todo en sus inicios, un escritor erótico y sabido es como traspuso esa pulsión a  su vida personal, de modo que pocos a pueden rivalizar con sus éxitos en el arte de la seducción.

     El concepto de erotismo en Zamacois se fija en tres elementos, íntimamente asociados porque cada uno supone una exaltación del cuerpo y ánimo más allá de lo socialmente aceptado, cual superación de lo mediocre y del medio placer o, peor, del placer vergonzoso (…) Trascendentalización del Placer como medida del vivir, trascendentalización de la embriaguez como modo de alzarse a la altura del Deseo para magnificarlo. Trascendentalización de la Belleza, sea la de la mujer, sea la de la obra de arte, que apenas se disocian porque el movimiento de creación y descubrimiento del otro es el mismo. El erotismo según Zamacois da un corte trascendental a cuanto quería considerar la sociedad como pecaminoso. Pero al mismo tiempo introduce el ariete más destructor de los tabúes: el individualismo. Porque el camino que ofrece y defiende Zamacois en su cruzada del amor es un camino individual hacia la “dicha de vivir”, es la exaltación no sólo del cuerpo sino de las fuerzas que tiene el individuo para diferenciarse de la masa, tomar sus distancias con la Sociedad (Robin, 1997: 26).

    Sería extemporáneo insistir aquí sobre el erotismo modernista, ya tan estudiado, sobre el que la mejor síntesis son los versos finales del poema XXIII de Cantos de vida y esperanza:

Pues la rosa sexual,

al entreabrirse,

conmueve todo lo que existe,

con su efluvio carnal

y con su enigma espiritual.

     Mientras  el naturalismo aporta el tremendismo y el sexo, el movimiento modernista se teñirá de erotismo (Barreiro, 2015). Tremendismo que se expande a las artes plásticas que, bajo el lejano manto de Goya y el cercano de Darío de Regoyos, con su colaboración en La España negra de Verhaeren, estallará en las obras de Ignacio Zuloaga (1870-1945) y José Gutiérrez Solana (1886-1945) y se hará carne literaria en los textos de Eugenio Noel, López Pinillos (Pármeno), Carmen de Burgos, Ciges Aparicio, Samblancat, Vidal y Planas y tantos otros. Tremendismo, que pertenecía a la misma entraña de la vida española y que se expresa de manera ejemplar en sus fiestas de toros o en lo salvaje de  las guerras carlistas, que tendrían su casi exacta continuidad en la siguiente guerra civil. Entre los cuatro memorialistas pioneros que se analizan, el gusto por la transgresión puede encontrarse en la vida personal de cada uno de ellos. Zamacois lo fue por privilegiar el erotismo y el gusto por los mundos marginales, patentes en el texto biográfico o en sus novelas sobre la cárcel (Los vivos muertos) o la homosexualidad (La antorcha apagada); Bonafoux, “La víbora de Asnières”, por su mordaz agresividad, Dicenta compartió este carácter de su amigo y fue, además, un desmesurado bebedor que gustó de los tugurios más peligrosos, impenitente don Juan y hombre con quien nadie quiso polemizar ni tener como enemigo; Gómez Carrillo, peligroso duelista, cultivó todos los sensualismos y se acercó a la bisexualidad.

     Por su parte, la bohemia, ya se apuntó que, heredera directa del romanticismo, pone el acento en el yo, por lo que gran parte de sus producciones son, de alguna forma, autobiográficas. Para acotar el terreno me  referiré únicamente a aquellas obras que tienen un propósito declarado de ser tomadas como memorias, aunque se citen ocasionalmente otras obras. Excluimos, pues, las numerosas narraciones con fondo autobiográfico -lo que desde hace unos años suele denominarse autoficción- y los libros de siluetas de autores o contemporáneos, en los que el narrador sólo se implica como descriptor de asuntos ajenos. Por tanto, hablaremos principalmente de Memorias o Autobiografías, en las que el autor expone su vida y sus circunstancias y que, se dijo, son un oportuno hontanar para penetrar más a fondo en ese mundo todavía inasible que llamamos bohemia (Barreiro, 2011: 5-20).

     Precursor, como se ha visto, del erotismo en España, como fundador de La vida galante y creador de la novela corta (El Cuento Semanal), Eduardo Zamacois (1873-1971), sin ser propiamente un bohemio, fue un compañero de viaje y, por tanto, un privilegiado observador de este microcosmos y, sin duda, el más contumaz relator de su propia peripecia personal a la que dedicó siete libros biográficos (Durán, 1997: 328-329), que compiló y resumió en el último, Un hombre que se va…, probablemente, eldocumento memorialístico másimportante de su generación.

      Nos referiremos, únicamente, al primero de ellos, De mi vida (1903), por ser cronológicamente el más temprano, en cuanto a la temática que nos ocupa. Compuesto por 17 artículos de disímil contenido y extensión, son los dos primeros “Treinta años” y “Humo” (pp. 5-50) los más específicamente autobiográficos; otros se refieren al proceso de producción de algunos de sus libros, a episodios amorosos, a las peripecias de la fundación y primeros pasos del efímero semanario republicano El libre examen (pp. 148-164), etc., pero tienen especial relevancia los dedicados a algunos amigos suyos como el actor Antonio Vico y, sobre todo, aJoaquín Dicenta y Manuel Paso. En el segundo de ellos, “El socialismo en el teatro” (pp. 125-140) acomete un interesante cotejo entre  el Juan José (1895) dicentiano y Los malos pastores (1897) de Octavio Mirbeau, a los que considera “los dramas socialistas más acabados de la literatura latina contemporánea” (p. 140). “La última conquista de Manuel Paso” (pp. 207-214) narra la curiosa anécdota de cómo Manuel Carretero (Buil Pueyo, 2017), hermano mayor de El Caballero Audaz,  suplantó la personalidad del malogrado poeta granadino, para alcanzar los favores de una ferviente admiradora de aquél, episodio que también comentaron otros autores. Resulta significativo que a Manuel Paso (1864-1901), fallecido, como tantos de sus compañeros de bohemia, por mor del alcohol y la tuberculosis, se le dediquen sendos capítulos en los tres primeros libros que analizamos. Cierto es que Joaquín Dicenta fue su amigo del alma, al que transformó vivencialmente la muerte del joven poeta.

     Especialmente relevantes en cuanto al gusto por el exceso resultan “Neurosis” (pp. 165-175) y “Post Mortem” (pp. 215-221). En el primero reflexiona sobre el agotamiento de impresiones y de ideales que depara un afán de emociones nuevas, que  ejemplifica en los establecimientos del boulevard de Clichy en el que se encuentran music-halls como “El Cielo” o “El Infierno”, de descabalada imaginería modernista, o el Café de la Muerte, a cuyos macabros espectáculos dedica la mayor parte del texto, que finaliza:

    Hartmann ha visto en el suicidio el fin de la Humanidad. ¿Se cumplirá tan siniestro vaticinio?… ¿No empieza ya a esbozarse el amor a la muerte en esta sociedad de neuróticos que van a buscar, tras el pavoroso misterio de las tumbas, sensaciones nuevas que remedien su hastío?… (p. 221).

    Del mismo modo tendente al tremendismo, “Post mortem” toma como pretexto su encuentro con el verdugo de Madrid para –acorde con sus preocupaciones científicas (en 1893 había publicado el segundo de sus libros, bajo el título El misticismo y las perturbaciones del sistema nervioso– exponer teorías y ejemplos acerca de la pervivencia de la consciencia en los decapitados durante unos segundos después de su ejecución.

    Fue el propio Zamacois quien solicitó a Luis Bonafoux (1855-1918) un esbozo de memorias que aparecieron el 25 de julio de 1909, como número 26 de Los Contemporáneos, su entonces joven colección de novela corta. Incluso el título[2]De mi vida y milagros, se asemeja al anteriormente comentado texto del autor de Pinar del Río.

     El librito, con el tono humorístico y distanciado propio del periodista y expresivos dibujos de Cilla, refieresu expulsión del Seminario de Jesuitas en Puerto Rico en el que estaba interno, la llegada a Madrid, donde tuvo su primer hospedaje en el número 4 de la calle de Cádiz, sus avatares como estudiante de Derecho, con aventuras de juego y amor, y la aparición de su primer compañero de bohemia, el artista Pepe Cuchy, Después, se trasladaría a Salamanca, según cuenta, porque la gente le seguía para aplaudirle burlonamente por sus atuendos y los chicos le tiraban piedras. Quizá más por diversión que por odio, lo de apedrear al diferente ha sido una costumbre nacional hasta no hace muchas décadas:

      Usted sabe, puesto que vive en España, que una de las costumbres de provincias, y aun de Madrid, es tomarle el pelo al forastero por la ropa. No habiendo inventado nada, ni siquiera la capa –cuyo origen es teutónico- en materia de indumentaria, exigimos del forastero que de buenas a primeras vista de corto y ceñido, que es como visten casi todos nuestros elegantes; y si el forastero viste de otro modo no sólo le miramos y pitamos sino que le hacemos comprender que está muy expuesto a que le peguemos.

     Para ir a Salamanca debí empezar por vestir, o de charro, que es el traje provinciano o de cura, que es el traje nacional; pero no pensé en ello y allá me fui con lo que usaba, con un traje kaki, que tenía perspectivas de tela de jergón. Este traje, que ya había “dado golpe” en Madrid, causó una revolución callejera en Salamanca. Charros con bombachos, presbíteros con manteos y mozas con sayaguesas iban procesionalmente detrás de mí, comentándome los zancajos. (p. 7).

      En la capital charra colaboró en el semanario El Eco del Tormes, aprobó Derecho, pese a que se destacó por sus actitudes revolucionarias en una ciudad que era carlista y clerical a ultranza y, finalmente, resolvió  volver a Madrid, donde permaneció varios años.

     El criollo, a pesar de la fama de indolencia que arrastran los nacidos al otro lado del Atlántico, achacaba a Madrid, precisamente, un exceso de calma, galvana e inmovilismo, defectos que, desde luego, no compartía. Estuvo entre los fundadores del Círculo Nacional de la Juventud, en el que militaron Urbano González Serrano, que fue un tiempo presidente, Sawa y el cura Cid (Lorenzo Cid Bravo, autor de La Chiflanópolis de Ciudad Rodrigo o ventosa mirobrigense). Acerca de este presbítero, escribe Bonafoux: “Ignorante como una carpa, bastábale que le contasen media docena de cosas sobre el tema que se discutía para improvisar un discurso brillante y elocuentísimo. Murió, prematuramente, de bohemia crónica”. A Sawa, en cambio, lo considera la figura más interesante del círculo en lo físico y en lo intelectual aunque le reproche su gran vanidad. Reconoce Bonafoux que, pese a su fugaz existencia, se sirvió del Círculo para huir de peñas y tertulias. “¡Qué porquería!”, exclama para atacar, luego, a los autobombos, do ut des, banquetes, recomendaciones y demás parafernalia nepótica que, ayer como hogaño, acompañaban al escritor español. Ilustrativas resultan asimismo sus palabras acerca del primer periódico en que escribió, El Paréntesis:

      …fundado por un señor gordo y bruto, que quería ser diputado. Mientras Cuchy y yo preparábamos el número, que era semanal, el director, en mangas de camisa, preparaba un arroz a la valenciana en un picadero que servía para todo, para redacción inclusive. Amenizábanlo, a veces algunas ninfas cogidas al vuelo en la calle, y delante de las cuales el director, coloradote y sudoroso, poníase como su madre lo parió y se daba paseítos, cuando no se refrescaba lo que no puede escribirse con irrigaciones de agua con ron, de cuya bebida tomaba buches y luego se los soplaba fuertemente en salva sea la parte. Era una diversión que hacía mucha gracia a las excelentes chicas (p. 12).

       Bonafoux pasó también por el semanario El Español, con cuyos artículos literarios formó su segundo libro, Mosquetazos de Aramís (1885), seudónimo que utilizaba en esa época. Vivía ya en el hotel de las Cuatro Naciones, en el mismo piso en que moraba Menéndez y Pelayo. Problemas de índole política propiciaron su salida de El Español y hubo de marchar a París donde pasó un mes escribiendo por quinientos francos un libro que había de firmar otro. Allí le llegó el folleto en que Clarín arremetía contra él. La polémica la tomó como un deporte: “Creí oportuno mortificar un poco a Clarín, tanto más cuanto que me tenía asqueado el espectáculo de general sumisión a su persona, de los que le besaban los faldones; asqueado no por Clarín sino por los sumisos a su férula”. Al parecer, esa audacia pasmó al Madrid respetuoso con las jerarquías. A su vuelta a la capital, señala: “observé que me miraban con asombro los eunucos literarios”. De tales cosas se ríe con Dicenta en la puerta de Fornos. Por cierto, fue Bonafoux el primero que habló del famoso dramaturgo y vaticinó su talento. Aduce que estaba muy satisfecho de sí mismo “como si estuviese empollando sus dramas” y que su principal defecto estribaba en intentar “abarcar mucho”. Habla también de sus manías de ser un valiente, visitar los tugurios más peligrosos y meterse en broncas constantes para acabar tachándolo de insincero porque jamás pudo sentir dolor o hastío “hombre tan pagado de sí propio”. Tanto esta semblanza como la de Manuel Paso dan cuenta de su capacidad de observación.

     El publicista portorriqueño no cejaba en su afán de fatigar redacciones: fundó El Intransigente  y colaboró en El Resumen, “que me daba mucha pena porque el hambre era general en aquella casa”. Cierto día, al salir de la redacción se encontró con un amigo que le convidó a comer, rechazó la invitación por tener otra a la que también se sumó el poeta Celedonio Arpe (1868-1927), que hacía mucho tiempo que no comía y, según nos cuenta, por falta de costumbre, enfermó aquella misma noche. En 1898 este sevillano, que publicó Trianerías El capote de paseo, casó con una Álvarez de Sotomayor y llegaría a redactor-jefe de Heraldo de Madrid.

     Como muchos que procedían de otras tierras, Bonafoux, hastiado de la miseria madrileña,  decidió volver a América pero, esperando el vapor en Barcelona, recibió el nombramiento de director de una importante mina en la provincia de Santander, asunto sólo explicable porque un su tío –el Marqués de Rojas- era el fundador de la compañía. Estuvo un tiempo en el valle de Campóo, donde se casó, asunto que omite totalmente en estos recuerdos, y poco después aceptó un puesto como registrador de la propiedad en Puerto Rico, al que renunció tras un año de desempeñarlo para marcharse a La Habana sin aceptar el momio oficial que le ofreciera Cánovas. Eran los años duros de la revuelta de los mambises. El Liberal aprovechó la ocasión para nombrarlo corresponsal en la isla y, con el seudónimo Luis de Madrid, remitió al diario abundantes crónicas que, en gran parte, fueron censuradas. Con todo ello, escribió El Avispero (1892) donde denunciaba la situación social y política de la isla.

     Al regresar, militó en El Globo, dirigido por Alfredo Vicenti y único periódico madrileño en el que ejerció el cargo de redactor-jefe. La afilada pluma del portorriqueño deparó una riada de procesos que Vicenti procuraba capear con resignación.

     La descripción de la redacción de este diario, uno de los más importantes de la época, da cuenta de la percepción del país que predominaba en el cronista antillano:

…era baja de techo, sombría, polvorienta, con barrotes a la calle. Como no se cobraba sueldo, y los más de los redactores alimentábanse de hostias consagradas –pues, aunque republicanos y anticlericales, eran católicos apostólicos y romanos- tenían un colorcillo especial de ala de mosca en invierno y, como al anochecer no se encendía luz por ahorrar, parecían en la penumbra agrandadora, gigantescos percebes disecados (…) Allí todo era así, pardo, opaco, indefinible, triste, tristísimo, invitando a llorar, invitando a morir. (p. 17).

      Aburrido y hastiado de fantasmas, hipócritas y arribistas, de la ausencia de ética en la vida política y de la zafiedad y miseria de la vida social, Bonafoux decide establecerse en París, donde –son sus palabras- comenzó a matar el hambre. Seguiría colaborando en la prensa española como corresponsal de Heraldo de Madrid y ocupándose de los asuntos hispanoamericanos pero sin implicarse personalmente. Cosa que no siempre lograría.

     El resentimiento con su país adoptivo queda plasmado en sus líneas de manera incuestionable: 

      …yo estaba asqueado de todo, principalmente de tropezarme en la calle con escritores y periodistas, cuya presencia, por indigestos, me descomponía el vientre. Por no verlos vociferar en sus cervecerías de la Carrera de San Jerónimo, por no oírles frases campanudas y rebuscadas y echárselas de superhombres –no siendo, en realidad, más que unos supercaquéxicos, hacía un rodeo desde mi casa…

    Cuando llegué (…) con una porción de baúles vacíos –que es lo que se saca de trabajar honradamente en Madrid- y con 11 francos y 60 céntimos para toda la vida, respiré, y cuenta que jamás hice viaje más perro ni siquiera (…) cuando me hicieron el honor de echarme a pedrada limpia.

    …me acallaron el hambre madrileña (…) pensaba que en Madrid había hecho un pan como unas hostias (…) ¡si tendría ganas de dejar eso! Si no hubiera podido venir por agua, habría venido a pie, se lo juro. (p. 18-19)

     La visión de España del escritor, a pesar de su frecuente tono humorístico, es descorazonadora de principio a fin de estas breves pero abigarradas memorias. Aunque no se le suele incluir en el movimiento regeneracionista, Bonafoux lo fue, desde su primera juventud y, de hecho, los problemas que tuvo con su patria, adonde tenía prohibido volver, provenían de uno de los primeros artículos (“El carnaval en Las Antillas”) que publicara en España. Nacido en 1855, era nueve años más joven que Joaquín Costa y ocho que Macías Picavea pero superaba a Ganivet y Rafael Altamira en diez y once años, respectivamente.

    De cualquier modo, la escritura autobiográfica de Bonafoux se diferencia poco de la de sus crónicas periodísticas. No le interesa volcarnos su interioridad sino contar observando, dar su visión humorística, distanciada, como buen satírico, y un punto regeneracionista sin aspavientos. Estos los guarda para los alfilerazos personales. Tampoco nos proporciona fechas, que hay que ir deduciendo de algunas claves –por ejemplo nos dice que llega a París el día del asesinato de Carnot (25-VI-1894)- y la secuencia cronológica no siempre es fiable.

     Dos meses y medio después, en la misma colección Los Contemporáneos, donde Bonafoux había publicado sus memorias, aparecen con el título, Idos y muertos (10-IX-1909), las de Joaquín Dicenta (1862-1917), que también dice escribirlas a pedido de Zamacois.

     

      Con un estilo sencillo, desprovisto de florituras y muy eficaz, el bilbilitano, al contrario que los dos memorialistas precedentes, pondrá más el acento en sus circunstancias personales que en la relación con el medio, a pesar de su acusado sentido social (Barreiro, 2001: 153-179). El lapso temporal abarca unas dos décadas, desde su bachiller, con doce años, hasta el triunfo de Juan José, con treinta tres. 

     Ocupan las primeras páginas la locura y muerte de su padre, algunas peripecias colegiales, su llegada a Madrid a los catorce años y las muchas sus fechorías juveniles que su talante rebelde, audaz y pendenciero le hicieron protagonizar. Junto a ello, el repetido elogio a su madre, que tanto le consintiera y ayudaría.

     Muerto él, cuando vino la total ruina, le diste cara y, con el trabajo de tus manos hechas a la ociosidad señoril, ayudaste a mi educación. Fue otro calvario que subiste, llevándome por cruz y teniendo como solo cirineo el amor maternal. (p. 2).

     Llegan después la expulsión del ejército, los estudios frustrados de Medicina y Derecho, los empleos abandonados, el apasionamiento por el teatro, su primer amor  “rubia de pelo y garza de ojos”, que depara sus primeros versos, también, su primer desengaño: “Luego supe que, aun llegando con ella a todo atrevimiento no le hubiera enseñado ninguna novedad (…) Era mi primer choque serio con la realidad. Ni aun desquitarme del engaño quise gozando su hermosura”.

     Es en el capítulo V cuando el protagonista empieza a inmiscuirse en “esa bohemia del artista joven y sin recursos que quiere conquistar la vida y gozarla”. Como Bonafoux, Dicenta no mitifica los años de la bohemia. Todavía  no había un Carrère que hubiera empezado a hacerla objeto de sus crónicas y, después, de su leyenda. Ambos la habían vivido de cerca y no habían corrido los suficientes años para ponerla en la diana de la mitificación o del anatema. Tampoco habían vivido la mugre, ni las noches al raso y, sobre todo, porque, salvo en temporadas muy cortas, no habían padecido penuria económica.

    Decir bohemia en las últimas décadas del siglo XIX era decir periodismo y, mejor aún, periodismo de tintes republicanos y vindicativos. Desfilan por el texto dicentiano los redactores de La Piqueta y sobre todo de Las Dominicales de Libre Pensamiento (Robin: 1993)Chíes; su director, Fernando Lozano “Demófilo”; Sawa; Odón de Buen; Torromé; Francos Rodríguez; el pintoresco cura republicano y anticlerical  José Ferrándiz, tan presente en estos ambientes; Luis París; Ricardo Fuente; el malogrado Antonio García-Vao, asesinado de una puñalada en la espalda por un desconocido cuando acudía al estreno de El suicidio de Werther, el primer drama de Dicenta; Manolo Cid, Luis Reparaz… También se cita con cariño y admiración a Bonafoux, presentador del autor en las lides literarias e, igualmente, se afronta, a lo largo de varias páginas, el elogio de Manolo Paso, tanto para Dicenta como para Bonafoux, ejemplo bohemio por antonomasia.

    Tras Las Dominicales, Dicenta pasa a dirigir, en abril de 1895, La Democracia Social, diario fundado por su primo, Ricardo Yesares, que sólo duró un mes y, todavía menos, Dicenta y sus principales redactores, que dimitieron  a los diez días. Sin embargo, ello da ocasión para que se nos presente un esperpéntico cuadro de las condiciones de vida de gran parte del periodismo de la época: el director tiene como único vestuario “el chaqué, que fue negro y a puro uso se tornó verde (…) un chaleco azul con motas encarnadas y unos pantalones a cuadros y a zurcidos (…) unas botas de caza y el sombrero de copa”. Con Anita, su amante sevillana de 16 años, se domicilia en la misma redacción –un piso tercero de la calle del Pez- y ambos duermen en el sofá y dos sillones arrimados,  con el chaqué y la falda de ella como cobertores. Dicenta acomete el elogio de los redactores que continúan vivos –sólo habían transcurrido catorce años-: Ricardo Fuente, Antonio Palomero, Lus París, Ernesto Bark, Ricardo Yesares y Carlos Soler y se detiene, especialmente, en el retrato del muy rebelde, honrado, talentoso y extremadamente mísero, Rafael Delorme[3], éste ya fallecido.

    Quizá el rasgo de carácter más característico de Dicenta fuera la independencia. Él lo explica con enorme claridad:

    Esta intranquilidad, esta arisquez de mi persona, este no acomodarme a ningún estudio, trabajo o situación reglamentados y ordenados es de esencia en mi buena o mala condición privativa. Merced a ella me ha sido posible conservar la personal independencia.

    Graves inconvenientes trae la independencia. Como práctica no es muy práctica: para medrar cómodo y deprisa vale más entrar en la recua y meter el morro en la pesebrera común. Hacer lo contrario, en disgustos y privaciones se traduce. No pocos he sufrido; y los que me restan. ¡Bah! Bien vale la pena de arrostrarlos. Ser uno, uno mismo, es ya alguna cosa en este mundo, donde tan pocos saben serlo. (p. 4).

     Y también su inclinación hacia las mujeres, especialmente, las del pueblo, los bajos fondos sociales y  la clase trabajadora. En su vida, fue especialmente significativo su romance con Encarnación, prostituta toledana de veinte años, que se enamoró perdidamente de él. Su figura aparece repetidamente a lo largo de su obra e, incluso le dedica una novela, Encarnación (1913). La dramática historia terminó con el suicidio de la joven, del que Dicenta siempre se consideró responsable. En Idos ymuertos lo cuenta tan breve como expresivamente:

    “En el Hospital General murió. Empezó su agonía cuando terminaba la hora de visita. Como no era pariente suyo me echaron a la calle.

     A la mañana siguiente me la enseñaron trasquilada; las buenas hermanas habían cortado, para revenderla aquella hermosa cabellera negra que le llegaba hasta las corvas. También la dejaron sin ropas, con un mal guiñapo para envolver sus canes enverdecidas por el fósforo”. (p. 12)

      Los capítulos finales están dedicados a sus inicios teatrales: los dramas no estrenados, los esfuerzos y manejos de su madre con Manuel Tamayo para que favoreciera la subida a las tablas de El suicidio de Werther, como así sucedió en 1888, el fracaso de La mejor ley (1889) y, finalmente, la época de miseria, tras el fracaso de La Democracia Social, que desembocó en el estreno de Juan José, tras no pocas dificultades con los repulgos de los actores y empresarios ante la obra, para terminar con las cuatro temporadas en las que ofició de genio. Finaliza, coincidiendo con el fin del siglo XIX,  pues el resto de su trayectoria lo considera bien conocido.

    Matizada por la ironía hay una mueca de desengaño en estas memorias de un hombre de 47 años, prematuramente envejecido por su intensa vida y sus muchos vicios, que contempla con distanciamiento su pasado presidido por la pasión y el arrebato. Fuera de ellas queda su defensa de los perseguidos, su lucha por la justicia, es decir, la cuestión social de la que fue pionero y a la que dedicó buena parte de su obra. Aquí, Dicenta se mira a sí mismo y a quienes fueron sus cercanos y trata de reivindicar a quienes como Paso, Delorme o alguna de sus amantes no tuvieron la suerte que merecían. Respecto a sí mismo, no practica la inquina ni el narcisismo, tampoco el resentimiento con los muchos enemigos que coleccionó ausentes de estas tan rescatables páginas.

    Enrique Gómez Carrillo (1873-1927) publica los tres tomos de la primera edición de Treinta años de mi vida entre 1919 y 1921[4]. El segundo tomo, “En plena bohemia”, transcurre en París y es en el tercero, “La miseria de Madrid”(reciente) , dedicado a su reciente esposa Raquel Meller[5], donde nos va a hablar de su relación con la bohemia española. El guatemalteco hace, pues el trayecto inverso a lo que era la ilusión del bohemio hispánico: París-Madrid. La explicación está en la curiosa la carta del general Barillas, presidente de Guatemala, al que había escrito Carrillo pidiéndole socorro económico:

      Estimado joven: A pesar de que los informes que de usted me dan, en vista de su conducta, no son honrosos para usted, consiento en atenderlo en virtud de su familia. Pero se servirá usted salir en el acto de la capital de París cambiándola por Madrid, donde recibirá sus mesadas. El señor Medina, Ministro de la República en Francia, le dará para viático de traslado la suma de 200 pesos oro. Sírvase darme cuenta de su cambio de residencia y conducta y reciba la expresión de mis saludos.

     Con sólo dieciocho años y acompañado de Alice, su amante francesa, EGC arriba a la capital en diciembre de 1891, diez meses antes de la llegada de Rubén Darío. En seguida son estafados, se presentan en una juerga flamenca donde su querida lo hiere por mor de los celos y buscan pensión en un Madrid sórdido y vulgar, poblado de gentes que transmiten sensación de pereza y abandono, excepto para la juerga. La pareja se aloja en una pensión de la plaza Isabel II, al final de la calle Arenal, donde la ropa y actitudes de la francesa llaman mucho la atención de la dueña.

    Estando en Fornos, un beso del joven en la cara de su novia hace que estalle un murmullo de indignación en el café. Se acerca entonces a ellos Dicenta “ya entonces conocido y temido por su mal carácter y su mala lengua” y con su intervención protectora y su mirada de reto, acalla los gritos hostiles. Bonafoux, que no asistió a esta escena, la utilizó en uno de sus artículos.

      En Madrid, el guatemalteco escribe Esquisses  (1892), su primer libro, que es bien recibido por Clarín (El Imparcial, 11-XII-1893). De nuevo en Fornos se encuentra con gentes como Palomero, Antonio Cortón, Catarineu, Luis París, Sarmiento, director de El Resumen, Dicenta y Bonafoux. Se discute sobre el Naturalismo en España y cuando EGC les muestra la reseña con los elogios clarinianos, los contertulios sonríen zumbones y le hacen el vacío. Igualmente, le decepciona Núñez de Arce, con el que se relaciona a raíz de una confusión. Las figuras de la literatura, bohemios y consagrados, se parecen mucho a sus tres compañeros de pensión de una vulgaridad y autocomplacencia atroces, reflexiona Enrique.

     No acaban de llegar los fondos necesarios para la supervivencia y Alice ha de ir vendiendo de mala manera sus ropas y joyas hasta que son echados de la pensión. ¡Ya están en la bohemia! ¡Pero tan lejana a la de París…! Por siete pesetas diarias consiguen alojarse en un lúgubre piso de la calle de las Veneras, donde también habita el latinista y pederasta Jesús Miura y Renjifo, el personaje más asiduo en este tercer tomo, y que da ocasión al autor de mostrar, practicar y presumir de la transgresión: Rengifo lleva a su efebo en la casa de huéspedes y éste provoca en todos admiración por su belleza e instrucción. La pareja se fascina por él pero es Enrique, efectivamente, quien se atreve a besarlo, lo que provoca los denuestos de Alice y Rengifo. Al fin, un episodio de bisexualidad y androginia que muestra a un Gómez Carrillo -que, por otro lado siempre quiso ejemplificar al seductor- como un adalid de la modernidad, el decadentismo y la libertad de costumbres. La sensualidad típicamente modernista que pone en la bisexualidad uno de sus horizontes estéticos tendría ejemplificación en otros contemporáneos, bien en el horizonte personal (Antonio de Hoyos y Vinent, José Zamora, Álvaro Retana…) o en los protagonistas de sus ficciones (Ciges Aparicio, Belda, Zamacois…)

     Tras unas semanas de la mayor miseria, el joven escritor consigue que Paco Beltrán, entonces asociado con el editor Fernando Fe, le entregue 300 pesetas por los 600 ejemplares que quedan de Esquisses. Y,  a raíz de la publicación  de un artículo en el que divagaba sobre París, los críticos franceses en “Los lunes de El Imparcial”, Bonafoux y la prensa comienzan a prestarle atención. También, recibe una larga carta de Clarín, comentando dicho artículo. Como contrapartida, confiesa que abandonaba sus reuniones en Fornos con Bonafoux y Dicenta, en las que se defendía y atacaba  a Clarín, lleno de amargura y con las ilusiones agostadas.

     Del mismo modo, cuando conoce a Echegaray, al que admiraba, la impresión que recibe es “vulgar y grotesca”. Algo parecido le ocurre con Castelar, al que acude motivado por la admiración que Rubén le profesaba. Únicamente Valera le provoca mejores sensaciones.  Pero la imagen que nos comunica acerca de los literatos madrileños a los que conoce en la tertulia de la librería de Fernando Fe es de agotada ranciedad. Al matizado aprecio que otorga a Juan Valera sólo se unen su protector Clarín y su amigo Blasco Ibáñez. Finalmente, EGC recibe tres mil pesetas para volver a Guatemala.

     Como le había sucedido a Bonafoux, el contraste entre la brillante vida parisina y la sordidez madrileña, provoca en el centroamericnano una impresión de profundo malestar y desengaño. La ramplonería de sus intelectuales de café, la desgastada retórica de  políticos y escritores y el miserabilismo general no podía sino repugnar a alguien que construía su propia figura bajo el paradigma del dandismo, el cosmopolitismo y la exquisitez, bases de la nueva estética de la que se sentía embajador y así quería que constase en sus memorias publicadas casi tres décadas después, precisamente,  cuando acababa de matrimoniar con Raquel Meller la figura más glamourosa de su tiempo. Viene a cuento la mención de la artista turiasonense porque más que un flechazo, Gómez Carrillo utilizó su publicitada relación para dejar bien sentado quien seguía poniendo el mingo entre los escritores españoles. Treinta años de mi vida y, especialmente, “La miseria de Madrid” es también un recordatorio de que fue él quien primero trajo a España el gay-trinar, la nueva estética, la nueva sensibilidad, la nueva óptica y la nueva rebeldía, que, luego, llamaríase Modernismo, una forma y, por consiguiente, un estado del alma. Cristián H. Ricci (2005), en un excelente artículo, ha visto muy acertadamente como Gómez Carrillo en estas memorias publicadas sólo dos meses después de la aparición de Luces de bohemia en la revista España, amalgama esperpento y Modernismo. La miseria de Madrid tiene mucho más de puntualización que de recuerdo impresionista.

     Si los cuatro autores tratados se inmiscuyeron en la bohemia con mayor -caso de Dicenta- o menor intensidad –casos de Zamacois, Bonafoux y Gómez Carrillo, los tres nacidos en América-, todos tuvieron un respaldo económico con el que, al cabo, podían mirarla por encima del hombro.

     No así José Ortiz de Pinedo y Garrido (Jaén, 1881-Madrid, 1959) que publicó sus recuerdos, De mi vida y milagros,en 1923, con el mismo título que Luis Bonafoux endilgó a los suyos. Hoy muy olvidado, fue un autor desigual y prolífico[6] pero que alcanzó cierto estatus literario, principalmente como cuentista. Su última publicación también es un libro de recuerdos, Viejos retratos amigos (1949), en el que dibuja la silueta de varios escritores de su tiempo[7].

      En De mi vida y milagros narra su peripecia desde que a los veinte años dejó Fuenllana, pueblo manchego, para allegarse a Madrid, matricularse en Derecho e ingresar en El Eco Nacional, periódico obrero. En el Café Habanero, derribado cuando se abrió la Gran Vía, se relacionó con el alpujarreño Antonio Sánchez Ruiz, que luego destacaría en el periodismo literario con el seudónimo de Hamlet Gómez. También acudían a la tertulia los poetas y periodistas, consecuentemente, cercanos a la bohemia, Javier Inchausti, Paco Roldán, Gustavo Romero y Samuel Brabo, al que dedica varias páginas. Inchausti lo lleva a la tertulia del librero Pueyo, al que Ortiz de Pinedo tilda de introductor del Modernismo y hombre bueno. En varios párrafos se ocupa de Galdós, A. Sawa y Carrère, del que se convirtió en seguidor incondicional de. De El Eco Nacional pasó a La Raza, El Globo, ya un diario importante y vivió de sus colaboraciones en los periódicos y revistas más difundidas en estas primeras décadas de la centuria.

     Es reseñable la impresión que produjo en Ortiz de Pinedo la figura de Hamlet Gómez, uno de tantos periodistas que murieron tuberculosos, en este caso en 1910 a los 33 añosEn un título  ligeramente posterior, Episodios de una vida, Madrid, La Novela Corta nº 443, 31-V-1924, el protagonista es una mixtura del propio autor y el susodicho escritor alpujarreño. También le dedica un capítulo en Viejos retratos amigos.

    Poco interés ofrecen las páginas que, a finales de 1924, reunió Armando Buscarini en un tomito titulado Mis memorias. Figura gemebunda, el logroñés apenas se refiere a su desastrada trayectoria vital sino que nos ofrece una especie de popurrí con episodios sueltos que tienen casi siempre que ver con sus propósitos económicos: agradecimiento a quienes le entregan lo suficiente, solicitación de incremento de la soldada a los que ya le han dado algo y  puyas a quienes han pasado de él. El capítulo más extenso es “La camisa de fuerza” (pp. 27-37), donde informa de su primera estancia en el manicomio. De la segunda tenemos el testimonio de Alberto Escudero Ortuño en Por los caminos de Hipócrates.

    Es curiosa y poco amiga de la sintaxis, la dedicatoria:

     A MI AMIGO SANTOS SÁNCHEZ, que me ha dicho que todo favor que no esté forjado en el sacrificio, es una conveniencia y que los que creo que me protegen en relación con la canalla que no ayuda, no hacen nada por mí, están sólo en lo normal; don Santos Sánchez que ha dado palabra de dejarse cortar un brazo si yo no triunfo. 

     También, una de las cartas de Vidal y Planas –ya cumpliendo su condena por el asesinato de Luis Antón del Olmet- que, tras el prólogo de Francisco Cermeño, van al frente de la edición:

    Le voy a pedir un favor con el alma. Tenga V. para mi humilde nombre y para mi feliz desgracia (feliz porque me lleva al cielo), un poco de consideración y haga V. con mis cartas lo que V. quiera pero ¡¡por Dios!! No las pegue usted en las esquinas ni aluda a ellas en carteles públicos. Cometería usted un pecado horroroso de ingratitud contra mi cordialidad (…) Si V. cree que mi admiración modesta puede favorecerle y que mi firma insignificante puede aumentar la venta de sus libros, siquiera en un solo ejemplar, publique mis cartas al frente de sus obras; pero no escriba V. mi nombre en las esquinas.

     Como todo Buscarini, la obra es demencial y tiene el interés de lo grotesco, de lo gratuito, de lo extemporáneo. Comienza con diversos cuadros dedicados a sus tratos con lo contemporáneos, escritos con tanta sinceridad como inocencia o desfachatez, así consigna las palabras que  redactor-jefe de  La Libertad Antonio de Lezama le transmite: “No me asedie usted, Buscarini. Usted va a ser la causa de mi suicidio”. Y él: “Don Antonio no podrá olvidar nunca que yo fui el mayor entusiasta en la representación de su primera obra cuando se estrenó en la Princesa”.

    Con todo, las memorias del desdichado aspirante a artista nos presentan otro de los espectros de la bohemia, el que tiene que ver con sus elementos más cercanos a la marginalidad, al desbarre, a la locura, extremos que siempre estuvieron en el campo de intereses del Modernismo.

      Aunque exceda del periodo que nos hemos marcado, incluso del género, ya que se trata de diarios citaré dos relevantes textos para completar el panorama de la bohemia esbozado por sus propios cofrades. El pugnaz escritor venezolano Rufino Blanco-Fombona es autor de un muy poco leído, Diario de mi vida  (1904-1905), con observaciones y noticias sobre una buena porción de escritores españoles[8]. Hombre adinerado, él no ofició de bohemio pero conoció a muchos de ellos y compartió sus horas. Como otros de los iberoamericanos antes aludidos, Blanco-Fombona destaca la cerrazón mental, fanatismo religioso y autosatisfecha ignorancia de muchos españoles. Hay varios episodios directamente relacionados con la bohemia: un redactor de El Radical va a visitarle mientras está cenando. En cinco minutos le hace una interviú e inmediatamente le pide tres duros. El venezolano que tenía un carácter de mil demonios e iba sobrado de agresividad, lo echa con cajas destempladas. Dicenta lo lleva al teatro y, luego “a sitios donde ni siquiera quiero acordarme”. Otorga a Pedro Luis de Gálvez el título de “Gran Condestable de la bohemia de Madrid” y se refiere a un “reciente y magnífico soneto” que le dedicó. Por otra parte, siendo inminente la caída de Madrid, el escritor ultramarino se lo quiso llevar a Sudamérica. Gálvez no aceptó porque, con la conciencia limpia, no creía correr peligro alguno.

      memorias que Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) tituló Automoribundia son de fecha tardía (1948) y no se editarían en España hasta 1974[9]. En su prólogo Ramón hace una afirmación categórica que  viene a proclamar que ya no es el Ramón del juego y la paradoja sino un escritor maduro y un punto desengañado, que a menudo busca la trascendencia: “…este libro es un retrato completo, es la historia de un viviente y de una pequeña época, reflejadas con toda la veracidad posible”. Y él mismo asegura poco después que hay autobiografía en muchos libros suyos que, además, enumera.

     El grueso volumen de más de 800 páginas es una maravilla repleta de páginas antológicas como “La noche toledana” o su llegada a Madrid en un coche detrás del que corre un golfo para subirle a casa las maletas. Pese al estrecho contacto de Ramón con la bohemia, con la que comulgaba, al menos en la excentricidad, las noticias que hay sobre ella en Automoribundia son episódicas. El escritor madrileño fue un testigo constante, que a menudo retrató a sus integrantes y, desde el punto de vista de la rebelión literaria, resulta más bohemio que nadie. De cualquier modo, un tipo que en una conferencia en el Ateneo de Bilbao imita a las gallinas y se come una vela podía ser adoptado por cualquier cofradía marginal

     Por cierto, encontramos en ellas al Eugenio Noel principiante a cuyo sótano acuden Ramón y los asistentes al primer banquete que se celebra en su honor, con motivo de la publicación de su segundo libro, Morbideces. Allí es donde Noel confiesa “Ya ven ustedes si seré pobre, que bebo y desbebo en este único vaso”.

     Eugenio Noel (1885-1936) llevó siempre a mano su diario. Una selección del mismo fue publicada  por Taurus en dos tomos editados en 1961 y 1968 con el título de Diario íntimo[10]. La poco explícita edición se debe a José García Mercadal. Noel llevaba siempre consigo el borrador de esta obra que llamó La novela de la vida de un hombre y que él pensaba que iba a ser la obra de su vida. Cuartillas escritas con letra menuda y llenas de fotografías y recortes, donde está el germen de sus obras y muchos materiales que luego utilizó en sus libros de crónicas que con tanta razón podríamos llamar carpetovetónicas.

       Aparte de las numerosísimas noticias sobre casos y cosas de su tiempo, es pasmoso ver la progresiva inmersión en la miseria de alguien que, por otra parte, era tan conocido y ganaba bastante dinero con sus conferencias que, inevitablemente, se gastaba en cervezas y, sobre todo, en lotería. La parte del diario que nos ha sido dada a conocer termina en 1924, cuando Noel en América hace cuentas del dinero que ha ganado en el año: unas 50.000 pesetas, de las que ha mandado a su mujer 10.000, el resto ha sido gasto. Ha dado 38 conferencias, lo que hace un número total de 706, cuando sólo tiene 39 años, pero, en su tono, es un viejo prematuro. El viaje a América le ha proporcionado gran popularidad pero su bolsillo sigue exhausto. Concluye así:

     Consumiéndome en la inacción bebo, recorro estos sitios o pienso en ayudarme con algo en esto de las conferencias, cuya mayor parte de entradas son para los teatros y empresarios. He perdido definitivamente las 200 libras del Gobierno peruano. La última noche de este año en que puse tantas ilusiones, convido a amigos a champagne, y a las doce, en la cantina española llamada “Pullmann” comemos las doce uvas y levanto mi copa entre el ruido de las músicas y voceríos de la plaza, por lo único que amo, Amada y el nene, a los que creí salvar este año con lo de la Universidad de Guatemala, lo del Ideario de Bogotá y lo del Perú, tres cosas ya muertas… Y esta noche caigo un poco enfermo.

    Como es notorio, las últimas memorias publicadas de un bohemio o contemporáneo de esta cofradía han sido las de Cansinos-Asséns, en los tres libros que se titularon La novela de un literato (1982-1995) y su amplificación en Bohemia (2002), seguramente las obras que mayor información acerca de este mundo y que son suficientemente conocidas[11].

      Podríamos traer a colación otros textos memorialísticos de contemporáneos de la bohemia pero que sólo la tocan de forma circunstancial. Otra cosa son las abundantes novelas que se refieren a ese mundo, entre cuyos autores destaca Carrère por la frecuencia de sus alusiones, o los libros que tienen el propósito de retratar a sus componentes con pretensiones de crónica o erudición. Aquí sólo se ha intentado mostrar un panorama de cómo quienes estuvieron entroncados con el mundo bohemio lo integraron en la memoria de su peripecia personal.

 

NOTAS

[1] El primer número apareció el 6 de noviembre de 1898 y Zamacois conservó su puesto de director hasta el número 168 (principios de 1902) en que fue sustituido por Félix Limendoux aunque el prolífico novelista continuara como redactor.

[2] El subtítulo “Fragmentos” parece abonar la posibilidad de que el autor tuviera en mente o en cartera una autobiografía más extensa.

[3] Rafael Delorme Salto (1867-1897), del que han trascendido muy pocas noticias, fue uno de los más característicos  ejemplos de bohemio puro, de altos sentimientos y ocupado en los ideales de la Fraternidad Universal aunque también resultara un implacable polemista y uno de los ejemplos de mayor pobreza y desaseo. Muy amigo de Manuel Paso, Limendoux y Dicenta, y de ideas muy radicales, fue redactor del diario republicano La Justicia y sus artículos llegaron en más de una ocasión a los tribunales. Publicó también en La Tribuna Escolar, Las Dominicales del Libre Pensamiento, El País, la Revista de España, Germinal… No cultivó la literatura de creación. Escribió un ensayo, Los aborígenes de América (1894) y el folleto, Cuba y el problema colonial de España (1895). Ingresado en el Hospital de la Princesa, con el auxilio de sus compañeros de la redacción de El País, murió a resultas de una afección cardiaca, aunque la opinión común es que el hambre no fue ajeno a dicha enfermedad.

[4] En Sensaciones de París y Madrid (1900),  ya se incluían algunos episodios, luego reelaborados en estos volúmenes.

[5] La boda fue en Biarritz, con asistencia de famosos personajes: Galdós, el conde de Romanones, Benlliure, Machaquito… en septiembre de 1919; se separaron en agosto de 1922. (Barreiro, 1992: 70)

[6] Comenzó como poeta con Canciones juveniles (1901), género en el que publicó una decena de títulos. Como cuentista en las diversas colecciones de novela corta, sobrepasó el medio centenar, aparte de los que publicó en diarios y revistas. También editó 13 novelas y 6 obras de teatro.

[7] En su primer libro, Canciones juveniles (1901), ya dedica versos Antonio Palomero, Luis Morote, A. Larrrubiera, Claudio Frollo, José Martínez Ruiz…

[8] En 1933 publicó una continuación, Camino de imperfección. Diario de mi vida (1906-1913), de menor interés.

[9] En 1957 Ramón Gómez de la Serna editaría, Nuevas páginas de mi vida. Lo que no dije en Automoribundia, que apenas añaden nada sobre el asunto que nos ocupa.

[10] Diario inédito que se conserva en la sala de manuscritos de la Biblioteca Nacional.

[11] Se dice que el archivo del escritor conserva otros textos del mismo cariz, que, de momento, no han sido publicados.

El blog del autor:  https://javierbarreiro.wordpress.com/

  BIBLIOGRAFÍA

BARREIRO, Javier (1992), Raquel Meller y su tiempo, Zaragoza, Gobierno de Aragón.

– (2001), “La bohemia y sus contornos” Cruces de bohemia, Zaragoza, UnaLuna, 2001

-(2015) “Algunos datos sobre erotismo y tremendismo en las colecciones españolas de novela corta (1907-1936)”,Ambigua. Revista de investigaciones sobre género y estudios culturales, nº 2, pp. 111-132.

http://www.upo.es/revistas/index.php/ambigua/article/view/1552/1392

BARREIRO, Javier y Barbara MINESSO (2011), Edición e Introducción de Un hombre que se va… (Memorias) de Eduardo Zamacois, Sevilla, Renacimiento-Biblioteca del Exilio.

BARREIRO, Javier y Ada del MORAL, (2018), Edición e Introducción de Obra autobiográfica (Idos y muertos-Encarnación) de Joaquín Dicenta, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza-Instituto de Estudios Altoaragoneses-Instituto de Estudios Turolenses-Gobierno de Aragón.

EPSON scanner image

BUIL PUEYO, Miguel Ángel (2016), “Manuel Carretero. Un escritor malogrado (1878-1908)”, Revista de filología románica, Vol. 33. 2, 237-255.

CANSINOS- ASSÉNS, Rafael (1925), La nueva literatura II. Las escuelas literarias, Madrid, Páez.

DURÁN LÓPEZ, Fernando (1997), Catálogo  comentado de la autobiografía española (Siglos XVIII y XIX), Madrid, Ollero y Ramos.

ESCUDERO ORTUÑO, Alberto (1981), Por los caminos de Hipócrates, Barcelona, Noguer.

RICCI, Cristián H. (2005), “La miseria de Madrid del guatemalteco Enrique Gómez Carrillo: esperpento, dandismo y bohemia”. Chasqui 34.2: 62-77. 

-(2006)“Itinerarios de la bohemia madrileña: Vía Crucis, cabaret y Viaducto”, Letras peninsulares. (Spring Issue): 81-98.

ROBIN, Claire-Nicolle (1993), “’El Romancero de la blusa’”. La bohemia entre modernismo y populismo”, El Bosque, 6, septiembre-diciembre, pp. 13-27.

-(1997), “Eduardo Zamacois o La fiesta del cuerpo” en El cortejo de Afrodita. Ensayos sobre literatura y erotismo (Ed. de Antonio Cruz Casado), Málaga, Analecta Malacitana.

                                                           TEXTOS

-Blanco-Fombona, Eduardo, Diario de mi vida  (1904-1905), Madrid Renacimiento, 1929.

-, Camino de imperfección. Diario de mi vida (1906-1913), Madrid, América, 1933.

-Bonafoux, Luis, De mi vida y milagros, Madrid, Los Contemporáneos nº 26, 25-VI-1909

-Buscarini, Armando, Madrid, Jaime Giralda impresor, 1924.

-Cansinos-Assens, Rafael, La novela de un literato, 1, 2, 3, Madrid, Alianza Tres, 1982-1985-1995 / Edic. corregida y aumentada: Madrid, ARCA ediciones, 2022.

-, Bohemia, Madrid, Fundación Arca-Archivo Rafael Cansinos Asséns, 2002.

-Dicenta, Joaquín, Idos y muertos, Madrid, Los Contemporáneos nº 37, 10-IX-1909.

-Gómez Carrillo, Enrique, Treinta años de mi vida. La miseria de Madrid, Madrid, Sociedad

Española de Librería, s. f. (1918).

-Gómez de la Serna, Ramón, Automoribundia, Buenos Aires, Sudamericana, 1948.

-, Nuevas páginas de mi vida. Lo que no dije en Automoribundia, Alcoy, Marfil, 1957.

Noel, Eugenio, Diario íntimo (La novela de la vida de un hombre), 2 vols., Madrid, Taurus, 1962 y 1968.

-Ortiz de Pinedo, José, De mi vida y milagros, Madrid, La Novela Corta nº 415, 17-XI-1923.

-, Episodios de una vida, Madrid, La Novela Corta nº 443, 31-V-1924.

-,  Viejos retratos amigos, Madrid, SGEL, 1949.

Zamacois, Eduardo, De mi vida, Barcelona, Ramón Sopena, 1903.

EL blog del autor:https://javierbarreiro.wordpress.com/

Artículos relacionados :