La caligrafía del bosque


Por Jesús Soria Caro

     Ser la savia del árbol, el corazón de la luz que acaricia la vida del bosque, el viento que esparce el polen, la mañana que otorga al pájaro la razón de su vuelo, la alegría del canto que nace libre, sentirse…

…dentro del ave, sin ser dolor del pensar humano, adquirir la verdad libre de la razón, el sentir poético de poder transfigurarse en lo natural, y así, en la fotosíntesis de nuestra alma, ser uno con la naturaleza, no ver, no sentir, sino estar dentro de su interior. Comentar estos poemas se debería hacer con la voz del viento, con el pensamiento de la raíz, con la mirada del sol, con el sudor de la lluvia, así es como Mar Blanco ha escrito el poemario, desde el otro lado, el del alma de lo natural, tan solo cabe, en este humilde ensayo, fundirse con la fotosíntesis de unos poemas que son naturaleza, que se cuentan desde dentro, desde el interior del bosque. Hay algo elevado que vincula la mirada poética natural de este libro a la de María Zambrano, que en su obra Claros del bosque planteaba el acercamiento a la divinidad, a un saber no racional, sino místico:

El cabello del bosque

se alarga como brazos sin destino.

Lenguaje vegetal que convoca

lo que vibra en el aire,

las cosas silenciosas,

el resumen de la danza

que indultará el tiempo.

Lo que transita

esa lenta migración de las raíces.  (Blanco, 2023: 11).

      La caligrafía del bosque ofrece una nueva forma de saber que fue esbozada por María Zambrano en la que la poesía y la filosofía conviven  en el interior del hombre; ambas operan en dos niveles que son los que la “razón poética” trata de conciliar, en primer lugar desde la conciencia; mediante la lucidez que el racionalismo le otorga, y en segundo lugar, siguiendo lo que Jung llamó «conciencia eclipsada» que es el saber otro, el del inconsciente, que nos conduce a la aprehensión del misterio y al sueño, a los otros niveles de “verdad” que completan aquello de lo que la razón carece. Esto acontecía en Claros del bosque de Zambrano, ya que pretendía reconciliar la filosofía con antiguas formas de saber relegadas a la subconsciencia individual y colectiva por carecer de lucidez cartesiana, maneras de conocer que se acercan a cómo la poesía interpreta y recoge la vida. Por eso la palabra del poeta ansía ser agua, adentrarse en la raíz, comunicar lo natural perdido, sentir ese pensamiento, como decía Unamuno, con la intuición, tratar de nombrarlo desde la “razón poética” de María Zambrano, con su saber unificado que integra también en la verdad la mirada de lo irracional, del sueño, del saber de lo poético; un modo libre de poder acceder a otros ángulos de la verdad más amplios que los que se divisan tan solo desde la razón:

El lenguaje surca

la voz sobre el agua,

fija un camino

de tierra y madreselva. (Blanco, 2023: 22).

     Hay en este libro un proceder similar al de la mística, que para Zambrano constituía un proceso de autofagia, una elevación a esa mirada otra, no racional, que ofrecía como resultado el desvelamiento de la otredad en su interior,  un abandono de nuestra conciencia, de la identidad del yo que conduce a la divinidad, a un orden del todo superior al individuo, así lo definía la pensadora de Vélez que entendía que en este reside un centro, un no lugar epifánico, liberador, que se encuentra al no buscar, al silenciar el ego de la razón:

   El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar; desde la linde se le mira y el aparecer de algunas huellas de animales no ayuda a dar ese paso. Es otro reino que un alma habita y guarda. Algún pájaro avisa y llama a ir hasta donde vaya marcando su voz. Y se la obedece; luego no se encuentra nada, nada que no sea un lugar intacto que parece haberse abierto en ese solo instante y que nunca más se dará así. No hay que buscarlo. No hay que buscar. Es la lección inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni tampoco a buscar nada de ellos.

   Ese “centro” es el desarrollo del ser interno del hombre, estado que se alcanza mediante un adiestramiento que implica el silenciamiento de la razón, que consiste en amplificar el nivel introspectivo, para que la percepción sea poética, es decir, se desplace de la realidad objetiva a una visión más sutil y profunda de la realidad de la conciencia, una mirada de disolución del yo para alcanzar la fusión con el todo. Es tal la unión que se alcanza en estos poemas con un orden natural, con un absoluto ajeno al ego que, si en lugar de poeta fuese narradora, no podría crear mejor voz omnisciente que se adentrara en lo que siente la naturaleza, que está “personificada”, vista desde el ángulo de su introspección, sentida desde su imaginación creadora de vida:

Por el ojo del bosque

pasan caballos invisibles,

sus patas azuladas

-promesas del pasado-

no dejan de asomarse

en los días blancos,

en los días fríos (Blanco, 2023: 13).

    Ese silencio que se alcanza en el centro, consiste en ser alma solo de lo natural, en realizar un viaje místico, cercano al que intuyó Zambrano. Es el encuentro con nuestro ser, despojado de lo racional, de la identidad del ego, hay versos que parecen un recuentro místico con el origen anterior a la materia: “la nada cubre con su desnudez/el silencio de la palabra”. “La periferia es la piel” rezan unos versos, así sucede porque estando dentro el centro es la aurora; un sentir natural del silencio que nos conecta con el Ser, con la unidad superior de la vida, con el todo del que somos un fragmento dolorido de identidad, de necesidad de superar esa escisión:

La periferia es piel,

una sombra verde,

un vuelo,

un pequeño corazón de pájaro

que aletea en las fauces del aire (Blanco, 2023: 20).

   La naturaleza participa de esa unión, carece de la fragmentación del yo que se ha escindido del todo. Esta es la voz del silencio unida, integrada en la totalidad. El dilema ontológico contemporáneo encuentra una nueva reformulación en el método de la razón poética, proposición que Unamuno planteó como un conflicto de resolución imposible: la integración del Ser escindido entre fe y razón, pero que tanto Zambrano como Mar Blanco, logran intuir una posible reintegración, una reconciliación. Tal vez si dicha disquisición ontológica buscara una figura literaria que la pudiera designar, esta sería, posiblemente, un oxímoron:

En la garganta del árbol

hay un sonido

-diáfano y brevísimo-

que convoca lo unitario (Blanco, 2023: 33).

    Se ansía una esencia que integre cada parte de la naturaleza en la unidad, el yo desea dejar de ser quiebra, formar parte de un orden cósmico en el que no hay división. La ilusión del ego debe desvanecerse, “el yo es el otro” que afirmaba Rimbaud invita a dejar atrás la ilusión de nuestra identidad:

Algo se esconde más allá del azul,

como una humedad amniótica

donde la desaparición

extiende su cuerpo al vacío.

La transparencia de la nada

sobre lo firme.

La forma de lo indiviso (Blanco, 2023: 39).

    La disolución del yo que ocurre en lo natural, lleva a una no-conciencia, a un abandono que unifica la disgregación, une a ese no-yo, libre de su identidad con un todo, una unidad del cosmos, un orden superior que le abraza más allá de lo fragmentario:

Venimos de la noche,

del enigma lejano,

del confuso crepúsculo.

Buscamos los ojos luminosos

de la cúpula celeste (Blanco, 2023: 40)

 

      En este poemario de Mar Blanco está presente el no-lugar al que Zambrano accedió para no sentirse desterrada, exiliada; es en él donde todos podemos recuperar la añorada unidad primigenia, anterior a la escisión de la razón que nos separa de un sentir absoluto, total, que tal vez pueda ser intuida con otro tipo de verdad, de visión que nace de lo poético, que es la que encontramos en el poemario que aquí nos convoca. Es un sentir primigenio que nos conduce a un paraíso perdido, una visión primordial. Ese no lugar es el centro de iluminación. Allí el sentir primigenio, anterior al tiempo, al pensamiento, al desgaste de la razón, a la conciencia del ser que se sabe devenir hacia la muerte, tiene un instante de iluminación, es un estado superior de no pensamiento, un intuir con la voz del silencio la unidad, el retorno al origen:

El bosque es una casa

donde nadie llama a la puerta,

un no lugar desde el silencio […]

¿De qué fracción venimos?

La eternidad es una manzana

con el hueco extraído del corazón,

un nido para la alondra

de médula azul,

la lengua invisible de un dios

que hurga en el fondo

de los vestigios. (Blanco, 2023: 44).

     “¿Quién soy yo?” es un poema en el que el yo lírico se cuestiona la identidad. El ser se sabe escindido del absoluto, la naturaleza. El claro de luz, la razón poética, la intuición desde el saber no racional, la voz del silencio, dan forma a lo que el pensamiento no puede abarcar, que es aquello que le dota de una conciencia de supraidentidad; no ser es ser tal vez ser el todo:

¿Quién soy yo

que solo escucha

el eco de sí mismo,

el lenguaje opresor

en la casa solitaria?

¿Quién soy

-entre los árboles-

aprendiendo a caminar

como un niño? (Blanco, 2023: 49).

      Existe el hueco, ese espacio de la nada, una isla de vacío que es silencio rodeado de la forma, allí es donde queda sugerida en esa oquedad la razón poética. Es un no centro donde reside el silencio, se encuentra la libertad de los límites del yo, el abandono de la razón, el acceso a ese otro orden de identidad del todo, de fusión con lo natural:

Lo esencial se vislumbra en el silencio

de la palabra que nos une a las cosas.

Todo existe en el mundo

y se construye en el hueco,

en la grieta que no precisa mostrarse

para ser. (Blanco, 2023: 65).

 

     Al igual que María Zambrano hacía en Claros de Bosque, aquí Mar logra adentrar al lector en ese “no lugar”, es decir, en un espacio poético que proporciona otra forma de acceder a la verdad, a lo que queda de ella fuera de la razón, haciendo posible recuperar un sentir primigenio, anterior a todo tiempo, al que el temible Cronos no tiene acceso y donde se recobra un paraíso perdido, una visión más plena que la que habitualmente rige nuestra mirada, siendo así una mirada racional y poética, una razón poética como decía Zambrano, una nueva perspectiva más libre, surgida desde lo onírico, de lo irracional que nace de la mirada libre de lo poético.

BIBLIOGRAFÍA:

Blanco, Larrosa, Mar (2023): La caligrafía del bosque, Los libros del gato negro, Zaragoza.

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