“Escena en el autobús”

Por Raimundo M. Soriano

            Teo y su mujer, una pareja ya entrada en la cincuentena, corren por el pasillo de la estación de autobuses, porque el metro les ha gastado una pequeña judiada y llegan tarde.

    Miran al autobús que ya tiene el motor en marcha. Dejan las maletas en el compartimento que les indica el chofer. Suben los tres peldaños que dan acceso a sus asientos.

              Teo:(mirando los billetes) “Son el 9 y el 10…Mira aquí están…”

La mujer entra al asiento de la ventanilla, se sienta y se pone el bolso de mano encima. Teo lleva una mochila y la coloca en la bandeja de arriba del autobús. Éste va medio lleno. Casi todos los pasajeros están sentados, aunque hay algunos rezagados que buscan su asiento.

El autobús emprende la ruta a través de la carretera. Cinco asientos más atrás de los de Teo. Un hombre de unos 35 años tiene en brazos a un niño pequeño que sólo hace que llorar y está molestando. Teo, incomodo, trata de levantarse del asiento.

              Mujer: “¿Dónde vas que nos conocemos…?”

              Teo: “El cabrón del niño… nos va a dar el viaje…”

              Mujer: “Tranquilo… que dentro de un momento se dormirá”:

Teo recosta la cabeza sobre la parte alta del asiento e intenta dar una cabezada. El niño continúa con sus lloros y el padre pretende calmarlo andando con él por el pasillo. En el autobús los demás pasajeros están en silencio.

Teo ya no puede más. Se levanta y se dirige a donde está el padre con el niño que se ha sentado. Lo tiene en brazos, pero el niño sigue con la “perra”.

Dos filas más atrás de Teo. Hay una pareja de una rubia, maciza, que le tiene metida la mano en la bragueta de un negro fuerte. Le está haciendo una paja. El negro ya está casi en el éxtasis. Teo los observa, ve lo que están haciendo, pero no les dice nada.

Teo llega donde está el padre con el niño. El niño tiene casi un año.

              Teo: “Quee … no se le pasa el berrinche…”

              Padre: “Es subirse a un autobús y empezar a berrear… esto lo hace desde que tenía un mes…”

              Teo: “¿Y no lo han podido solucionar?”

              Padre: “Que va…yo creo que cada vez llora más fuerte y por más tiempo”.

              Teo: “Pues vaya viajecito que nos va darSu madre será una santa y usted el santo Job…pero el niño les ha salido un hijo puta… que luego puede ser un genio… pero ahora a tocarnos los…”

              Padre: (Cortando) “Es un poco impertinente, pero espero que el sueño y el berrinche lo deje dormido”:

              Teo: “¿Y no ha probado a estrangularlo alguna vez?”

              Padre: “Lo que faltaba… mi mujer me corta los huevos… con lo que nos costó tenerlo. De todas formas… ahí arriba, en la bolsa, llevo una pequeña nevera con una botella de vino de Rioja que me costó 50€ en bodega y espero que con ella se nos haga más ameno el trayecto”.

Teo se levanta. Abre la bolsa. Saca la botella de vino.

              Padre: “Al lado en ese bolsillo está el sacacorchos y también unos vasos de plástico”.

Teo lo tienta y lo encuentra. También baja los vasos de plástico que se los da al padre. Teo con el sacacorchos empieza a abrir la botella de vino. Tira hacia arriba y sale el corcho. Sirve los dos vasos con la botella. Chocan los vasos y le dan un trago.

              Teo: “¿Y no has probado a darle un poco de vino a ver si le entra la modorra…?”

              Padre: “Hombre, que el niño es muy pequeño”.

Teo acerca su vaso a los labios del niño; pega un berrido más fuerte y casi le tira el vaso de vino.

              Padre: “¿Lo intentamos con una paja?… éste se bebe los batidos de dos en dos. Las pajas están al lado de la neverilla”.

Teo se levanta y encuentra un paquete de pajas. Coge una y la mete en el vaso del vino. Se la acerca a la boca del niño y éste absorbe rápidamente el contenido del vaso. A los pocos segundos deja de llorar y se pone a dormir.

              Teo: “Problema solucionado”.

Teo se dirige a su plaza del autobús. Al pasar por los asientos de la pareja de la rubia y el negro; observa que el negro está durmiendo plácidamente.

              Teo: (Dirigiéndose a la rubia) “¿Quée… ya hemos terminado la faena?”

              Rubia: “Y a ti que te importa”.

              Teo: “Nada, nada, pero por cómo duerme el negro… el trabajo ha debido ser perfecto…”

La rubia le saca la lengua como modo de repulsa.

Teo se va y ya repantingado en su asiento, donde su mujer está soñando con los angelitos, se dice: “Y ahora a echarme un sueñecito reparador”.

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