Colchón de púas: La prehistoria de Pedro Luis de Gálvez: “En la cárcel”, crónica y narración


Por Javier Barreiro

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     Como una nefasta premonición, la trayectoria literaria del casi legendario símbolo de la bohemia española, Pedro Luis de Gálvez, empieza en el mismo lugar donde termina su vida: en prisión.

     Pese al interés histórico y sociológico que trasciende la narración, no había visto nunca la primera de las obras publicadas en solitario[1] por el bohemio malagueño –En la cárcel (narraciones), Cádiz, Imp. La Unión, 1906-  pese a haberla buscado en diversas bibliotecas y tampoco había leído ningún comentario acerca de ella. Tras largas y abundantes pesquisas inútiles, localicé nada menos que tres ejemplares en el  archivo de Joaquín Costa en Graus (Huesca), ubicado en la casa donde murió el polígrafo y que conserva con pasión y compromiso José María Auset, gracias al que, finalmente, pude leer la obra.

     Los tres ejemplares estaban sin desbarbar, por lo que es probable que Pedro Luis, invocando su ideario republicano, el que, precisamente, lo había conducido a la trena, los enviara a don Joaquín, acompañados de alguna misiva en la que, tal vez, le solicitara ayuda en su triste situación de condenado y que ayudara a difundir de la publicación. Costa, ya bastante enfermo y, visto que los libros no estaban ni abiertos, parece que no respondió al requerimiento.

   Contra alguna alusión al respecto[2], el libro, con 152 páginas, formato de 20 x 13 centímetros y  una tirada de mil ejemplares, según consta en portada, está correctamente editado, sin apenas erratas y con un tipo de papel no inferior al que era norma en las ediciones populares de aquellas calendas. Dedicado “Al Sr. D. Ramón Yébenes Roldán. Homenaje de Pedro Luis de Gálvez”, incluye un prólogo de D. Juan de V. Portela, “abogado notable criminalista del Ilustre Colegio de Cádiz” y un epílogo de María Marín (Mario). Dicho prólogo no aporta informaciones concurrentes sino que viene a ser una glosa de la doctrina criminalista que se estaba imponiendo por entonces, a través de la edición de numerosas obras con temática carcelaria y las nuevas doctrinas criminológicas defendidas, principalmente en España, por Rafael Salillas[3]. Portela viene, pues, a decir que quien está dentro del penal no es, no existe. Un tanto discutiblemente, aduce que en los países cultos el recluso se rehabilita mientras que el sistema español no regenera. Existen el maestro y el capellán –argumenta- pero su labor queda en estado rudimentario. Por otra parte, el penado no se redime sino que queda estigmatizado por la sociedad. El penal, en suma, empeora e incrementa la criminalidad. Así, “la reincidencia es la consecuencia lógica de la sociología criminal que en las cárceles reina”. En todo caso, sin referirse en ningún momento al autor del libro que prologa, digamos que hace suyas las tesis que pueden desprenderse de la lectura de la segunda parte del libro del bohemio malagueño.

    La obra de Gálvez se abre con una cita de un casi inevitable Schopenhauer: “El mundo es el infierno y los hombres se dividen en almas atormentadas y demonios atormentadores” y su primera parte es la propiamente autobiográfica. En ella describe su conducción desde Pueblo Nuevo del Terrible, donde fue por primera vez encarcelado a raíz de los sucesos que la valieron la pena de prisión[4], hasta Cádiz, pasando por Bélmez, Espiel, Córdoba y la isla de San Fernando. En la segunda parte del libro, de carácter más literario, acomete la semblanza de varios compañeros de prisión.

   Los capítulos de la primera parte vienen fechados, tras su título: En el inicial, “De Pueblo Nuevo del Terrible a Bélmez. 1-IV-1905”, el autor es sacado de la cárcel por la Guardia Civil en plena madrugada y conducido a través del pueblo desierto. Remedando los viejos tonos líricos de los literatos decimonónicos, al desdichado escritor todavía le quedan ganas para escribir una frase con pujos regeneracionistas: “…en el cielo, una estrella zumbona hacía guiños, burlándose, sin duda, de nuestra grandeza nacional”. Efectivamente, Gálvez iba provisto de recado de escribir y, al llegar a sus consecutivos destinos, solía anotar las impresiones del día. En una fotografía, que figura en el libro de Alfonso Camín, Hombres de España y América, y cuyo pie reza: “Pedro Luis de Gálvez en la cárcel de Pueblo Nuevo del Terrible”, lo vemos con su melena bohemia escribiendo en una mesa que preside una botella de vino. Los presos que disponían de algún dinero siempre lo tenían más fácil y también es de suponer que algún correligionario compadecido le facilitara bebida y alimentos. Así, tenemos también la sorpresa de que en la primera parte de su conducción al escritor le acompaña, por su cuenta, Maximino Monje, el autor con el que había colaborado en sus dos primeras obras.

   Pero, siguiendo con el vía crucis del malagueño, es al salir del citado pueblo cuando la Guardia Civil le hace subir a un burro escuálido y le coloca cadenas en los tobillos. Los dos números, recordando el real de plus que les concedió la I República, comentan lo injusto de la situación del penado pero no aflojan los grillos. Los trabajadores que se dirigen a la fundición de Pueblo Nuevo se cruzan con ellos pero apenas osan mirar. Sólo uno de ellos comenta: “¡Se llevan al republicano!” Son estos obreros los que suscitan la siguiente reflexión del escritor: “sus rostros me recordaron las visiones del inmortal Picasso”.

    No deja de ser sorprendente la mención de su coterráneo en fecha tan temprana y, sobre todo, el adjetivo “inmortal”, cuando Picasso apenas era conocido en España sino por quienes habían sido compinches en sus correrías artísticas. De hecho, en la prensa española, su nombre apenas había aparecido hasta 1905 y la posible explicación es que Pedro Luis lo conociera de su niñez en Málaga. Pablo Ruiz Picasso había nacido el 25 de octubre de 1881 y Pedro Luis de Gálvez[5], apenas seis meses más tarde, el 3 de mayo de 1882. De cualquier modo, la familia del pintor abandonó Málaga para instalarse en La Coruña en 1891, con lo que, aunque pudieron conocerse, no es de recibo que un trato durante la infancia deparase tal juicio. No obstante, Picasso siguió veraneando en Málaga y en 1897 ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Sabemos que a los dieciséis años, Gálvez había también ingresado en dicha institución, con el numero dos, tras el luego exitoso pintor granadino, José María López Mezquita[6]. Picasso, por razones conocidas, y Gálvez por la indignación de su padre, al saber que pintaba y trataba con mujeres desnudas, abandonaron pronto la Academia pero es cierto que, como conocidos malagueños, hubieron de tratarse y la relación de ambos pudo consolidarse en la muy poco conocida estancia de Pedro Luis de Gálvez en París, donde mal sobrevivió ganándose unos francos haciendo caricaturas. Allí conocería Gálvez de primera mano la revolución picassiana y, tal vez, exista algún otro texto en que nombre al genial artista, así como es posible que Picasso retratase alguna vez a Gálvez, al menos como comparsa.

    Sería ilustrativo que alguien profundizara en tal relación. De todos modos, años más tarde (hacia 1913) Gálvez volvería a París, como corresponsal del diario portugués O Mundo y volvería a ver a Picasso, que le presentaría a Juan Gris, a quien calificaría de “evangelista del cubismo”.

   Volviendo al libro que nos ocupa, el segundo capítulo, titulado “De Bélmez a Espiel”, está fechado el 2 de abril. En la población cordobesa, y para proseguir la conducción, el joven escritor es atado junto a uno de los autores del que fue famoso “crimen de Hinojosa”[7]. Es este un personaje repugnante, de treinta y tres años, que se jacta de haber sido concejal monárquico en Belalcázar y tener veinte mil duros de capital. Escribe Gálvez: “La mano con que trazo estos apuntes, dolorida aún por la cadena de hierro que acaban de quitarme ha estado pegada todo el día a la del acanallado criminal”. Este le ha dado la gran tabarra hablándole de sus rentas, de sus relaciones con Canalejas y de la estafa que supo hacer a la Hacienda Pública con unos terrenos.

    Una sorpresa aguarda al lector este capítulo. Todavía no nos había sido desvelado que a Gálvez le acompañan en la conducción su amigo y colaborador Maximino M. Monje, que debió de estar presente en el mitin desencadenante de la tragedia, y, también, Diógenes, el perro del malagueño. Desconozco si las leyes permitían este tipo de comitivas y no suele resultar la Guardia Civil muy contemporizadora con este tipo de componendas. Fuera como fuese, la España montaraz, contradictoria, cruel y culta de estas décadas suele ofrecernos este tipo de contrastes:

  Monje ha traído consigo nuestros libros: toda una biblioteca ambulante sobre las espaldas encorvadas. Su barba roja y la desgreñada melena están empastadas por el sudor y el polvo. No puede sostenerse sobre las piernas (21).

    Efectivamente, esta parte del trayecto resulta especialmente penosa y está narrada con notable intensidad y realismo: el calor les asfixia hasta que al fin, llegan a unos chozos donde unos pastores les alivian de la sed y preguntan a los de Hinojosa por su crimen. Siguen las penalidades hasta llegar a Espiel, situado en una suerte de reparador oasis.

  ¡Y entramos en Espiel, yo y el concejal monárquico, atados fuertemente con la cadena de hierro, de la que aún conservo señales sangrantes en la mano con que escribo estas cuartillas!

 “De Espiel a Córdoba.3-IV-1905” es el título del capítulo que encabeza el tercer día de viaje y la estancia en la capital andaluza. Comparte el calabozo de Espiel con un anarquista, preso por no quitarse el sombrero ante el alcalde y un vejete descuidero y chivato, al que han depositado allí para salvarle del escarmiento que le quieren suministrar sus compañeros. El veterano recluso echa en falta tiempos pretéritos en los que en la cárcel abundaban el juego y las “jembras”.

   Pagándolo de su propio bolsillo, los condenados consiguen que el desplazamiento a Córdoba sea en ferrocarril. El trayecto depara a  Pedro Luis el conocimiento de una buena moza, seducida y arrojada al arroyo por un desalmado alcalde, cacique y ladrón, cuyo retrato parece extraído directamente de una obra de tesis. Al llegar a la estación, el preso se despide de  Monje, que se dirige en carruaje a un hotel mientras él es atado al concejal monárquico. Cuando después salga para San Fernando, Monje no irá ya a despedirle, lo que depara una reflexión entre exculpatoria y resentida del escritor:

 ¿Quién se desprende de los brazos de una querida cualquiera para saludar a un amigo que camina al presidio y que no sabemos si ha de volver? (31).

El siguiente capítulo, “De Córdoba a la Isla de San Fernando. 21-IV-1905”, comienza con el nuevo viaje en tren hasta Utrera, donde los conducidos se apean para tomar el exprés de Cádiz. Pese a que el libro no abunda en proclamas retóricas, la página 34 es un lamento por España en la línea de las grandilocuentes soflamas regeneracionistas y republicanas. De nuevo, el viaje es un infierno pero aparece su amigo, el pintor Javier Tiscar[8], que le anima comunicándole que su mujer está copiando dos bocetos suyos. Juntos, recuerdan su “vida bohemia, sus correrías por París, mi viaje a Lisboa. Discutimos los últimos libros de Thomas da Fonseca y Lopes d’Oliveira” (36). Finalmente, el encadenado llega a San Fernando y hace notar que es el mismo día que Jesús entra en Jerusalén, es decir, el Domingo de Ramos.

   En el  quinto capítulo, “De San Fernando a Cádiz.3-IV-1905”, hay  un evidente error en la fecha ya que se nos dice que ha permanecido tres meses y pico en San Fernando con careos, declaraciones, etc., por lo que debería referirse al mes de julio o agosto. Poco explícito se muestra el autor acerca de las vicisitudes de su calvario judicial, en cambio, una nueva alusión a Monje, muestra su situación de especial emotividad, su hiperestesia sentimental:

  Monje ha venido una sola vez a verme. Ha traído de Córdoba la querida pero no ha traído a Diógenes… ¡Pobre perro! Cuando en la estación ferroviaria de la Granja de Torrehermosa fui detenido por la Guardia Civil, sólo él (…) osó apostrofar a la pareja. (39).

   Llegado a Cádiz, es ingresado en su prisión. Gálvez remata en mayúsculas. “FIN DE MI CONDUCCIÓN (¿SERÁ LA ÚLTIMA?)”. No lo sería pues, meses después, marcharía para el penal de Ocaña y, a lo largo de su vida volvería en otras ocasiones a cruzar bajo los rastrillos. De la última, la madrileña cárcel de Porlier, saldría ejecutado el 20 de abril de 1940.

   La segunda parte del libro, titulada “Bocetos de la cárcel”, tiene menor interés histórico. Se trata de las semblanzas de varios de los individuos que el autor conoció en la prisión gaditana y que, de un modo u otro, dejaron una impresión profunda en él. “El italiano” es el típico pícaro, vagabundo y aventurero, del que Gálvez debió de aprender algunas mañas que utilizaría en sus posteriores galloferías. “El jerezano”[9]es un presidiario, atlético y bondadoso, que se utiliza como prototipo de víctima de una sociedad que no sirve para formar sino sólo para castigar a aquellos de sus miembros que ha tenido abandonados. Menor interés tiene la historia de “Jamedo Madan”, un pícaro marroquí de dieciocho años, que sale en libertad tras pasar tres semanas en prisión. “Nerón” presenta la particularidad de estar escrito en primera persona y en dialecto andaluz. El protagonista, medio víctima, medio jaque, es un delincuente bragado pero que también pone el ojo de la responsabilidad de sus cuitas en el mundo de afuera. Gálvez, escritor en formación, que llegaría a ser un magnífico estilista tanto en verso como en prosa, como demuestra su siguiente novela, Existencias atormentadas. Los aventureros del arte, ya empezaba a hacer probatinas y a esta breve narración en monólogo sigue una historia dialogada que titula “Escenas de la vida de un cura loco por necesidad”.

   Al principio de dicho texto, anota: “He dialogado estas escenas en homenaje al maestro Galdós, al que pido indulgencia por la mezquindad y pobreza del homenaje”.  Se trata de un capellán de monjas, procesado por sustraer alhajas del culto y al que clérigos, abogados y procuradores aconsejan hacerse el loco para evitar la condena. De hecho fueron muy pocos los curas que cumplieron prisión efectiva, incluso por delito de asesinato. Pero la intención de Gálvez, antiguo seminarista, no parece ser tanto denunciar esa realidad como transmitir las angustias del cura, que había robado más por necesidad que otra cosa. Postura extraña en tiempos de republicanos provistos de tan feroces como justificados anticlericalismos. En suma, el texto en el que intervienen el enfermero y otros personajes reales de la prisión no resulta excesivamente feliz ni ilustrativo.

   El siguiente relato, “Por una inglesa”, es tanto el más literario, como el de más contenido social. Se trata de la historia de Juan Riveiro, natural de Pedre (Pontevedra)[10], que cuenta las historias de sus trabajos y miserias. Se trata de una de esas narraciones tan abundantes en la España de su tiempo, que nos hablan de los sufrimientos, hambres, injusticias y negruras de una época en la que el país pugnaba por acercarse a la modernidad pero en la que subsistían todos los barros de la España negra. La literatura de la época está repleta de este contraste, que es el verdadero caballo de batalla de la llamada Edad de Plata.

   Los dos últimos relatos parecen escritos con prisa, como de relleno, una especie de “corta por donde puedas” que recuerda los textos finales del Lazarillo de Tormes. “El hijo del canónigo”, inclusero a quien su padre no quiso reconocer, es el típico marica, cínico y ladronzuelo, que vive bien en prisión donde sus gustos son más apreciados que fuera de ella y donde puede conseguir dinero, que gasta en ropa. “El duende” es un mero apunte lírico de una página escasa: el ordenanza de los cabos de vara sale de noche a vigilar los patios. Termina de esta abrupta manera:

     Tiene puntas y ribetes de hechicero… Habla a estas horas con los espíritus.

-¿No tienes sueño? Anda. Vámonos a dormir.

    Tómese por donde se quiera. Gálvez parece que tiene prisa por terminar, tal vez porque esperara que la publicación del libro le ayudara en su situación o por su no desmentida vagancia. Su libro de 1910, Por los que lloran (Apuntes de la guerra), escrito en colaboración con Francisco Martínez, tiene 232 páginas pero sólo son 99 las redactadas por Gálvez y el libro se rellena con el prólogo de Colombine, las páginas escritas por Francisco Martínez y un vasto popurrí de textos cortos solicitados a distintos personajes. Más grotesco es el caso de El sable. Arte y modos de sablear (1925). Al acabársele en la página 122 la inspiración o el material para el tema que le da título, incluye poemas que no vienen a cuento, otros ya publicados sobre Zuloaga o distintos políticos de la Dictadura y una cínica conversación dramatizada entre el editor y el autor, escrita en escalera, de modo que consigue llenar las páginas con tan sólo quince palabras. Son recursos, como los refritos y autoplagios, que repetirá en otras ocasiones.

    El epílogo que cierra En la cárcel, firmado por una desconocida, María Marín (Mario), autora de algunos sueltos en el periódico El Motín, de José Nakens y en Heraldo de Cádiz, también es una suerte de pase de aliño: El hombre es el que da sentido a la Naturaleza y a las cosas, su medida. Muchos hombres de genio han pasado por la cárcel y esta los ha elevado. Allí es donde pueden perseguir el Ideal, sin las preocupaciones mundanas. Sea, pues. Todo viene a ser una glosa de aquella frase de Francisco Ferrer y Guardia: “Todo hombre que ha mejorado su patria pasó por las cárceles”.

    No le sirvió este libro a P. L. G. para sustraerse a los más de ocho años de prisión, a los que había sido condenado en la Audiencia de Cádiz, por delitos de lesa majestad e injurias al ejército. A pesar de que por entonces era un semidesconocido, hubieron de ser sus compañeros escritores y periodistas quienes comenzaran una campaña para su indulto, en la que destacaron los artículos en El Liberal[11] de Alberto Insúa (7-I-1908) y Antonio Zozaya (24-II-1908). Pero, como escribió el anónimo comentarista de La Lectura (enero 1908) en su reseña de Los aventureros del arte, “da la casualidad de que ha ofendido a la misma ruedecilla oficial que tiene la dulce función de la misericordia. ¿Cómo queréis que sea perdonado?”, refiriéndose obviamente a Alfonso XIII. Sin embargo, tres meses más tarde, e l4 de mayo de 1908, la Gaceta publicó el siguiente real decreto:

   Visto el expediente instruido con motivo de instancia elevada por varios periodistas y escritores de España en súplica de que se indulte o conmute por destierro a Pedro Luis de Gálvez López la pena de seis años, ochos meses y un día de prisión mayor, que fue reducida a seis años, seis meses y dos días de prisión correccional en virtud de la ley de 3 de Enero último, reformando el artículo 90 del Código penal, a que fue condenado por la Audiencia de Cádiz en cusa por delitos de lesa majestad e injurias al ejército:

   Considerando las circunstancias especiales del delito, la edad irreflexiva del reo al cometerlo y las pruebas de arrepentimiento dadas durante la condena; Vista la ley del 18 de Junio de 1870, que reguló el ejercicio de la gracia de indulto; De acuerdo con lo informado por la Sala sentenciadora y con lo consultado por la Comisión permanente del Consejo de Estado, y conformándome con el parecer de mi Consejo de ministros, Vengo en conmutar a Pedro Luis de Gálvez López, por igual tiempo de destierro a 25 kilómetros del lugar donde se cometió el delito, el resto de la pena que le falta por cumplir, y le fue impuesta en la causa de que se ha hecho mérito.

    Pedro Luis de Gálvez había pasado más de tres años en la cárcel, la mayor parte en el temible penal de Ocaña.

 

Publicado en Retorno al Café de Fornos. Sesquicentenario de Julio Burell (1859-2009). Estudios sobre literatura española, periodismo y política (Edición de Manuel Galeote y Antonio Cruz Casado), Iznájar (Córdoba), Letras de la Subbética, 5, 2010, pp. 87-100.

Nota: Sobre la figura de este escritor, puede verse también:

https://javierbarreiro.wordpress.com/2011/07/22/pedro-luis-de-galvez/ 

https://javierbarreiro.wordpress.com/2018/05/25/la-cochambrosa-primera-y-desconocida-novela-de-pedro-luis-de-galvez/

 

BIBLIOGRAFÍA CITADA

-BARREIRO, Javier (2001), Cruces de bohemia (Vidal y Planas, Noel, Retana, Gálvez, Dicenta y Barrantes), Zaragoza, UnaLuna.

-CAMÍN, Alfonso (1925), Hombres de España y América, Madrid, Imprenta Militar.

-FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, María Dolores (1976), El pensamiento penitenciario y criminológico de Rafael Salillas, Santiago de Compostela (La Coruña), Universidad de Santiago.

-GÁLVEZ, Pedro Luis (1904), Alma bohemia -juguete cómico en un acto en verso en colaboración con Maximino M. Monje-.

-, La Cabeza (1904b) -drama en tres actos en prosa en colaboración con Maximino M. Monje-.

Boceto de estudio sobre el Alma andaluza  (1905) -discurso publicado en el Ateneo de Cádiz la noche del 29 de enero de 1905-.

La cochambrosa  (1906) -publicada en folletín en Heraldo de Cádiz en 1905-, Cádiz, Imprenta Heraldo de Cádiz.

En la cárcel. (Narraciones) (1906), Cádiz, Imprenta Heraldo de Cádiz.

Existencias atormentadas. Los aventureros del arte (1907), Madrid, Imprenta Ibérica.

Por los que lloran (Apuntes de la Guerra) (1910) -con Francisco Martínez-, Madrid, Imprenta de  Gabriel López del Horno.

-, El sable, Arte y modos de sablear (1925), Barcelona, M. Sanxo.

-LÓPEZ LAPUYA, Isidoro (1927), La bohemia española en París a fines del siglo pasado. Desfile anecdótico de políticos, escritores, artistas, prospectores de negocios, buscavidas y desventurados, París, Casa Editorial Franco-Ibero-Americana.

-NOGALES Y MÁRQUEZ DE PRADO, Antonio (1954), López Mezquita. Su personalidad en la pintura española, Madrid, Pueyo.

 -PRADA, Juan Manuel (1996), Las máscaras del héroe, Madrid, Valdemar.

[1] En colaboración con Maximino M. Monje, personaje que, como se verá, aparece En la cárcel, Gálvez había escrito el juguete cómico en verso, Alma bohemia y el drama en tres actos en prosa, La Cabeza, de momento, ilocalizados. En la contraportada del libro que se comenta, se dan ambas obras como editadas en 1904. En el mismo lugar, también se da como publicado en 1905 el discurso que Gálvez pronunció en el Ateneo de Cádiz la noche del 29 de enero de dicho año, Boceto de estudio sobre el Alma andaluza.Finalmente, La Cochambrosa fue editada por el diario Heraldo de Cádiz como folletín, en los últimos meses de 1905.

[2] En su novela, Las máscaras del héroe, Juan Manuel de Prada, hace escribir a Pedro Luis de Gálvez una carta dirigida, desde el penal de Ocaña al inspector de prisiones Francisco Garrote Peral, en la que, entre otras muchas cosas, expone: “Durante los primeros meses de encierro, escribí un libro de narraciones, con el título poco meritorio de En la cárcel, que publiqué en una edición paupérrima y desastrosa. El libro, al menos, ya que no reconocimiento, me reportó una cierta fama de preso que se sobrepone a la adversidad mediante el empleo de la pluma, aunque de ella sólo saliesen tartajosas impresiones”. Aunque la carta se trate de un recurso literario, conviene aclarar que ni la edición de En la cárcel es paupérrima ni el estilo tartajoso.

[3] V. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, María Dolores (2004).

[4] Al parecer, en un mitin republicano, celebrado el11 de febrero de 1905, en San Fernando, Cádiz, Gálvez había calificado al rey como “el mayor cretino del reino”, además de asegurar que le supuraban los oídos. Cuando la policía fue a detenerlo, el joven revolucionario sacó un revólver y se dio a la fuga, para ampararse en casa de un cura, amigo de su padre, que le prestó los hábitos. Huyó entonces hasta ser detenido en Granja de Torrehermosa, una localidad del sureste de Badajoz, y llevado a Pueblo Nuevo del Terrible, donde terminó con sus huesos en la cárcel.

[5] Para una incursión más amplia en la trayectoria biográfica y literaria de P. L. de Gálvez, v.  mi artículo “Pedro Luis de Gálvez, el genio desdichado” en Javier Barreiro (2001), pp. 123-152.

[6] V. NOGALES Y MÁRQUEZ DE PRADO, Antonio (1954).

[7] El11 de diciembre de 1904, en Hinojosa del Duque (Córdoba) apareció degollado en su domicilio Pablo Gallego García que, junto a su mujer, se dedicaba a operaciones de préstamo. En el cajón de su despacho faltaban monedas de plata y billetes por una cantidad de casi nueve mil pesetas. Los autores del asesinato y robo fueron Norberto Angulo, Francisco Ruiz y Rafael Cuadrado, quien acompañaba a Gálvez y el que hirió mortalmente al usurero, según propia confesión. Los dos primeros fueron condenados a cadena perpetua y Cuadrado a la pena de muerte.

[8] Este personaje, amigo del periodista Ricardo Fuente, aparece varias veces en la obra de Isidoro López Lapuya, La bohemia española en París a fines del siglo pasado. Desfile anecdótico de políticos, escritores, artistas, prospectores de negocios, buscavidas y desventurados, París, Casa Editorial Franco-Ibero-Americana, s. f. (1927). Hay edición moderna en Renacimiento, Sevilla, 2001.

[9] Este capítulo apareció también en El motín (12-V-1906), tras un suelto en el que se denunciaba la situación del escritor y se instaba a adquirir por dos pesetas el libro: “El republicano que quiera aliviar algo la situación del periodista en presidio, ya sabe cómo puede hacerlo”.

[10] En 1903 Gálvez recorrió  Galicia, a la que llama “tierra de mis amores”, en peregrinación artística, con la caja de colores en la mano, el caballete sobre la espalda y un pedazo de pan y frutos secos en los bolsillos. En este texto recuerda su estancia en la “paupérrima y desolada aldea de Pedre”.

[11] En el Concurso de cuentos convocado por este periódico, fallado el 29 de febrero de 1908 por un jurado formado por Benito Pérez Galdós, Mariano de Cavia, Joaquín Dicenta y Antonio Cortón y al que se presentaron 602 trabajos, el cuento de Pedro Luis de Gálvez, “El ciego de la flauta” logró una segunda recomendación y fue publicado en el diario el 6 de marzo de dicho año. El primer premio, dotado con 500 pesetas, fue para Javier Valcarce García de Madrid, por su cuento “Romance”; el segundo, dotado con 250 pesetas, fue para el cacereño Emigdio Plasencia por “El milagro”.

El blog de autor: https://javierbarreiro.wordpress.com

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