África en la piel (I)


Por Gonzalo del Campo

      Quien lea estos textos que tienen África como motivo, han de tener presente que están escritos en los años noventa y principios de la década del dos mil, por lo que no reflejan los cambios que  el continente puede estar experimentando en la actualidad.

     Como, por ejemplo, los derivados de la presencia china en numerosos países del África Subsahariana y la venta a gran escala de territorios a países y empresas de fuera de África por parte de algunos gobiernos. También, por supuesto, el caos que reina en Libia tras la muerte del unánimemente reconocido como dictador Muamar el Gadafi y las repercusiones que ha tenido en países de su frontera sur.

   Comencé a escribir estas reflexiones hace más de quince años y todas tienen relación directa o indirecta con el deseo de paz y la repulsión que siempre he sentido por la explotación que el hombre hace del hombre.

    África siempre ha estado en el ojo del huracán de los abusos y hoy, como siempre, desaparece de las páginas de los periódicos, en los que habitualmente apenas asoma.

                                                                                           I

A ti me acerqué por primera vez hace ya mucho tiempo, cuando en mi mentón no nacía, aún, pelusa. A través del Cairo,  Luxor, Alejandría, Trípoli, Túnez y Argel, empecé a conocerte, Continente.

    Sé que, lo compacto de tu perfil y la redondez de tus formas, contiene una variedad interminable de paisajes y de gentes. Es un sueño abarcarlo por entero, un imposible que, además, seguimos viendo crecer en su música, en su cine, su arte y en su literatura.

   El momento exacto en que percibí tu magia  fue, quizás, cuando ví conversar a aquellos ancianos apaciblemente  en la plaza Taharir, con los pies en la acera, a dos palmos del tráfico incesante que les «ventilaba » con el polvo y los gases.

   Su manera de ignorar aquello me sedujo.

   Ellos hablaban entre sí, se comunicaban por encima de toda bocina, de todo frenazo, de todo improperio que, el más vocinglero taxista pudiera  proferir.

   Fueron las moscas en aquellos rostros infantiles, sonrientes y francos, como una luna llena que nos regalase un gesto.

   El amor por algo siempre contiene un alguien dentro. Lo que allí veo es un alma, rota a pedazos. Cientos de millones de seres expectantes.

  ¿Qué es su lugar? ¿Un depósito inagotable de pobreza?

   Su riqueza reside en ellos mismos y este espejismo de Europa ¿qué les está ofreciendo?

   ¿Un mundo ya caduco que sigue requiriendo esclavos y mano de obra barata?

   ¿Un paraíso perdido que engulle la juventud más esperanzada y desesperada?

 

El 21 de octubre de 2003 se supo de una más de las tragedias en el largo historial de las migraciones de África hacia Europa, frente a la isla de Lampedusa.

   La gran “Balsa de la Medusa” a la deriva en la que, sobre una gran alfombra de cadáveres, yacían los pocos supervivientes del horror, flotando, perdidos en ninguna parte. Solo un episodio más,  del periplo constante, que arroja a nuestras costas  tantos y tantos cadáveres y tanta esperanza de un futuro mejor y más digno.

   Desde entonces son miles los ahogados que han convertido el Mediterráneo en uno de los mayores cementerios de emigrantes del planeta.

                                                                                          II

    Sus bellezas inundan desde siempre la imaginación de los niños.

    Leones de espesa melena sesteando en la sabana, cuando  la lluvia  es  propicia y las piezas de caza no escasean. Avanzan famélicos, inmersos en la sequía que cuartea el barro reseco de lo que, por un tiempo, fueron enormes extensiones de alta hierba y que, ahora, se pierden, ocres, en el horizonte, tras la telilla vibrátil y transparente que exhala el calor de la tierra.

   Animales desaparecidos de Europa hace milenios, allí se rebozan en el barro, resoplan en el agua o pasean el cuerno afrodisíaco y mortal, entre extrañas jirafas, hienas que ríen, cebras en blanco y negro y mandriles de presencia fiera y poderosos colmillos.

   Una enorme reserva fragmentada en cientos de piezas de puzzle, repartidas y acotadas por todo el continente.

   Es la imagen que se nos ofrece en la televisión, repetida hasta la saciedad.

    Una belleza que, ciertos viajeros, disfrutan sin incomodidades.  Desde que abandonan el aire acondicionado del hotel, pasando por el vehículo climatizado, hasta que se les deposita de nuevo en el punto de partida, con la temperatura adecuada.

   En ningún momento se exponen a los rigores de África

   Si es la prensa quien nos acerca África, la noticia contiene de forma invariable la tragedia. Si la noticia ocupa una página entera, el conflicto o la hambruna han de ser severos.

                                                                                       III

    En la década de los 90, fue Argelia el país africano que con más frecuencia acaparó letra impresa en la prensa, al menos en España. Una enorme sangría,  que duró más de quince años, en la que, hace tiempo, el número de muertos superó los cien mil.

   Europa no es ajena a esta sinrazón, pues no aceptó los resultados electorales que dieron la victoria a los islamistas, quizá como parte interesada en algo más que salvaguardar la democracia,  en un país de enormes recursos energéticos.

    La coartada fue el «integrismo», erigido en enemigo público número uno, tras la caída del comunismo  en la URSS y de su desintegración.

   No digamos nada tras los acontecimientos del once de septiembre de 2001, en que la guerra abierta contra él, es objetivo prioritario de la política de Estados Unidos ya sea en su versión talibán o palestina.

   También Liberia nos dejó testimonios gráficos bestiales, al igual que Sierra Leona, donde continúa el desaguisado, concretado ahora en los miles de niños soldados que han de volver a la normalidad, tras haber sufrido y protagonizado el horror de atrocidades sin cuento. Los miles de mutilados que también han de rehacer su vida

    La catástrofe en Rwanda y Burundi nos acompañó tiempo. 

   Sus legiones de almas vagabundas huyendo de la muerte con  la pasividad rotunda de los altos organismos internacionales.

    Al hacer ver que se iban, los colonizadores dejaron sembrada la semilla de la discordia, más fuerte que cualquier desavenencia anterior entre hutus y tutsis.

      Los paisajes más idílicos de esos dos países albergan los gorilas de montaña, quizá los más tímidos entre todas las especies con las que guardamos lejanos parentescos biológicos. Ellos también han sufrido en el caos desatado y en este instante su destino es un enigma.

    Entre los hombres, los que se saben vivos tienen presentes  las visiones recientes y olvidar es difícil, más aún cuando la miseria atenaza a la mayoría. Es difícil ponerse en situación para alcanzar a imaginar la pesadilla vivida y presente, y  olvidarla.

     ¿Cómo borrar los recuerdos de golpe si están presentes en la ruina que se extiende hacia los cuatro puntos cardinales? (artículos de John Carlín)

   Zaire es la continuación del drama. La, en realidad, tragedia, se desarrolla a puerta cerrada,  no apta para menores bien alimentados.

 

 (Continuará)

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