África en la piel (y IV)


Por Gonzalo del Campo

EL CUENTO DE NUNCA ACABAR

       El otro día vi, por fin, el documental titulado “La pesadilla de Darwin”, sobre la introducción de la carpa del Nilo en el lago Victoria.

       Ejemplares de más de cien quilos están acabando con otras especies que, hasta hace bien poco, lo poblaban. Estos enormes peces son troceados en fábricas ubicadas en las orillas de este verdadero mar de agua dulce, en el corazón de África. Los filetes que sacan de ellos son exportados cada día, por cientos de toneladas, hacia Europa. Se calcula que unos dos millones de europeos consumen diariamente este auténtico manjar.

   Mwanza es una pequeña ciudad, cuyos habitantes oyen el rugir de los aviones que, continuamente, aterrizan o despegan de un precario aeropuerto ( Son muchos los aviones que acaban cayendo al agua por exceso de peso o por avería técnica).

    Allí el sida es, como en el resto de África, una plaga. Sus huérfanos deambulan por los muelles en busca de restos de comida. Se pelean por ellos, e impera la ley de los más fuertes. Mascan o inhalan trozos de plástico de los envoltorios de embalaje. Permanecen semiinconscientes todo el tiempo posible. Es una manera de no sentir el hambre, ni el miedo a estar solos a merced de la calle.

   Las prostitutas atienden, sumisas, los deseos de los pilotos, mientras esperan completar la carga de su avión. A menudo son víctimas de su brutalidad, en ocasiones mortal.

 

La principal riqueza de Tanzania vuela literalmente en las mismas narices del hambre. A cambio de la carne de carpa, reciben toneladas de armas y municiones, que acabarán con tantas vidas como el hambre y el sida.

  África siempre parece estar a un paso del abismo, a un palmo del final.

   El Roto nos regalaba al día siguiente una de sus agudas reflexiones. En ella un emigrante subsahariano se dice a sí mismo “yo llegué a Europa siguiéndoles la pista a las riquezas de mi país”

    Los veinticinco mil de Canarias son millones detrás, que esperan salvarse de un final prematuro y anunciado.

   No resulta gracioso leer las palabras del ministro de interior alemán, diciendo poco menos que “cada palo aguante su vela”. Menos aún si observamos el hecho de que, a Canarias, los alemanes llegan por cientos de miles.

   De África “disfrutamos” sus diamantes, su oro, su petróleo, sus frutas tropicales, su pescado y, sobre todo, sus gentes, que se dejan la piel en el éxodo o en trabajos que nadie más haría. Pero, como decía una ministra de Mali los europeos tienen un problema mayor que los africanos, estos tienen esperanza y aquellos están desencantados.

    La esperanza de África debiera ser la nuestra si no deseamos vernos abocados a un final infeliz  en esta relación tan desigual que hemos sostenido hasta el momento.

  ¿Compensaciones para África?

   El presidente libio Muamar el Gadafi, no es el primero en reclamar a los países occidentales el pago de indemnizaciones para los que fueron colonizados. Muchos de ellos aún lo están de forma, más o menos, encubierta.

   Además del conflicto, aún no resuelto, que ha asolado la República Democrática del Congo, no se ha tratado como urge la situación del Darfur sudanés. Este conflicto, lo mismo que el de la RDC, se está convirtiendo en internacional, pues se ha extendido a Chad y puede hacerlo a otros países, situados al oeste, si no se pone ya mismo remedio. También Somalia vive un conflicto de ese calibre al traspasar las fronteras el ejército etíope, apoyado por Occidente en su lucha contra los islamistas radicales.

¿Por qué se arrinconan estos asuntos tan graves y se desvía toda la atención hacia Mugabe, casi en exclusiva?

   Junto a esto se pone en primer plano el hecho de que los países africanos abran sus fronteras al mercado libre y, sobre todo, a productos europeos, muchos de ellos subvencionados. No es de extrañar la oposición africana ante la perspectiva de negocios, nuevamente, desiguales y ruinosos para ellos.

   ¿Qué se ofrece a cambio?

  Los 26000 soldados de la ONU se retrasan, mientras el genocidio continúa en Sudán, a pesar de que los EEUU lo han reconocido como tal. Al presidente de ese país, como al de Pakistán, se le considera un aliado de Occidente en la lucha contra el terrorismo. Nada parece haber cambiado desde Kissinger y Pinochet, pasando por Videla, Mobutu, Bokassa… Ahora a los dos nombrados más arriba, se unen otros a los que también se apoya.

   Es una muestra clara de que las compensaciones que reclama Gadafi no están en la cartera de los asuntos, a corto y largo plazo, de Europa y Estados Unidos. El mayor gasto (y por lo tanto negocio) sigue siendo el asunto de la guerra y no la paz (tan necesaria para que África comience a funcionar). Por eso nadie habla de cosas más urgentes que el comercio, como es por ejemplo el embargo de armas en todos los conflictos genocidas del continente vecino. En África siempre hay rebajas, menudo chollo.

CARAVANA DE SAL

   Abdullah pasa el día bajo una palmera, esperando el regreso de la siguiente caravana. Nunca llegará. Las columnas de polvo y arena rasgan el horizonte. Las provocan viejos mastodontes de cuatro ruedas, que navegan a gran velocidad. Cargan la sal comprada en Bilma y aprovechan el viaje para llevar viajeros que ya no sabrían manejar un camello y menos orientarse entre la arena.

   Su padre le contaba como, poco antes de la primera guerra mundial, en la última gran caravana del año mil novecientos trece, se contabilizaron veinticinco mil camellos. Parecía un éxodo bíblico aquella reata interminable de hombres y camellos, perdiéndose en la nada, recortándose en el cielo cegador como sombras chinescas temblorosas. Así había sido desde mucho tiempo atrás. Fue la última gran caravana antes de que Francia llegase con sus geólogos, ingenieros, topógrafos y tropas coloniales. Su presencia armada fue considerada intolerable por su pueblo. Nada pudieron hacer las viejas espingardas, arcabuces y espadas curvas contra las ametralladoras escupiendo muerte en cada ráfaga.

   Abdullah contempla como su hijo Abdul maneja una pequeña azada y remueve la tierra alrededor de las verduras. Es la última humillación para el viejo tuareg, ver a sus descendientes atados a la tierra, anclados a los surcos como esclavos, sin poder navegar a su antojo en la inmensa planicie del Sáhara, sin conocer fronteras.

   Moverse con el viento y con la arena, seguir el rumbo dibujado en las estrellas es lo que estaba en el ser de cada nómada.

 

*Quien lea estos textos que tienen África como motivo, han de tener presente que están escritos en los años noventa y principios de la década del dos mil, por lo que no reflejan los cambios que  el continente puede estar experimentando en la actualidad. Como, por ejemplo, los derivados de la presencia china en numerosos países del África Subsahariana y la venta a gran escala de territorios a países y empresas de fuera de África por parte de algunos gobiernos. También, por supuesto, el caos que reina en Libia tras la muerte del unánimemente reconocido como dictador Muamar el Gadafi y las repercusiones que ha tenido en países de su frontera sur.

   Comencé a escribir estas reflexiones hace más de quince años y todas tienen relación directa o indirecta con el deseo de paz y la repulsión que siempre he sentido por la explotación que el hombre hace del hombre.

    África siempre ha estado en el ojo del huracán de los abusos y hoy, como siempre, desaparece de las páginas de los periódicos, en los que habitualmente apenas asoma.
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África en la piel (III): Un gran absurdo
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