Por Jesús Soria Caro
La última novela de Ignacio Martínez de Pisón se presentó el pasado 6 de septiembre en el Museo Pablo Serrano de Zaragoza, el formato dialógico de esta hizo posible adentrarnos en claves vitales del escritor que se han filtrado en su última creación novelística.
La podemos circunscribir dentro de las denominadas novelas de formación, siguiendo esta la mejor tradición de este formato literario, teniendo algo que la conecta con las grandes memorias de los autores británicos, aunque en cierto modo, en el humor que algunos pasajes desprenden, es posible conectarla con La vida y opiniones del caballero Tristram Shandy escrita por Laurence Sterne. El contertulio que iba planteando las claves de las experiencias vitales que habían servido de inspiración para la trama de este libro fue Pepe Melero. Este arrancó la velada indicando que en cierto modo es un libro de memorias, en este se habla de su infancia y de otras etapas vitales que fueron claves para su formación como escritor. Podemos entonces llegar a la consideración de que literatura y vida se entrecruzan, que esta obra, aunque sea de manera indirecta, pasa a ser metaliteratura en el sentido de que la propia trama sirve para explicar el origen de la vocación de un escritor, los impulsos vitales y personales, las emociones, experiencias, recuerdos y pasiones que llevan al intento de canalizar lo vivido en la creación literaria, porque sucede que cuando todo lo vivido supera la capacidad del sentir, la intensidad y la belleza de esa experiencia interna sobrepasan la capacidad de contención de la memoria, es entonces el que esto experimenta una especie de escriba cegado por la luz de la divinidad de lo Literario, un mero mensajero de los dioses, como así afirmaba Hölderlin, indicando que debía ser el poeta un sacerdote de lo absoluto, de la inmensidad de la intensidad. Un médium que (con)funde su vida con su obra. Ante la pregunta de si fue un instante vital de gran trascendencia en esta obra y en toda su creación literaria la muerte de su padre cuando tenía tan solo nueve años, Pisón plantea la idea de que así fue, porque en todos sus personajes hay también una orfandad, una oquedad existencial que supone una proyección literaria en estos de esta dura experiencia; es una forma de arreglar en la literatura aquello que no se puede cambiar en la vida, de revivir y transformar en el mundo literario aquello que fue un golpe vital. Acompaña toda esta confesión con el recuerdo paterno; su progenitor era un gran melómano que escuchaba de forma recurrente a Chaikovski. El día de su muerte, que aconteció en el baño de la casa, su madre se las arregló para que no supieran nada, esa mujer dura ante la adversidad supo tener el valor de enfrentarse al futuro siendo ella sola, sin pedir ayuda a nadie, quien criara a cinco hijos.
Si la magdalena de Proust es el elemento que conecta el inconsciente con aquello que quedó en los sótanos perdidos de la memoria, aquí hay objetos como, entre otros, la desaparecida pistola del padre. Hay llaves de entrada a las cámaras cerradas del recuerdo, que se realiza a través de aquello que aparentemente es intrascendente, pero que es la clave de regreso a cuestiones vitales relevantes, la vida tiene también, como en el cine, sus propios MacGuffin. Hay, por otra parte, anécdotas que quedan grabadas en el alma para siempre, así sucedió cuando se cruzó con Luis Buñuel, de quien admiraba su surrealismo y su cine, que también homenajeaba y versionaba a Galdós, autor que siempre estará presente en su obra. No se atrevió a abordar al cineasta, aunque esos momentos quedarán para siempre en su recuerdo: “Fui incapaz de decirle nada. Me limité a detenerme y verle pasar. Cuando al cabo de unos instantes lo perdí de vista entre la gente, fui consciente de que el recuerdo de ese encuentro breve y fortuito me duraría toda la vida”
Su madre descendía de generales carlistas. Benito Pérez Galdós sacó a su tatarabuelo en sus novelas nacionales. Su abuelo tenía amor a todo ese pasado carlista, aunque no desde la ideología, más bien como una tradición de la que provenía. Rafael Azcona había nacido en el mismo lugar, Logroño, que su otro abuelo, el paterno. El día que se lo presentaron fue capaz de imitar sus andares, tenía tan vivo el recuerdo en la pantalla de su memoria como si estuviese viendo a Chaplin cruzando la pantalla en lo que siempre era una huida alegre de su destino buscando la libertad. Le dedicó en la presentación unas palabras de admiración al cineasta, al guionista, de quien dijo que tenía un don especial para saber contar cosas, era humilde a pesar de su don, sabía crear interés, tenía humor.
La fuente de la que nació su pasión por la literatura, surgió, según confiesa gracias a la lectura de la Trilogía de las Guerras Carlistas de Valle Inclán, esas obras eran un ejercicio de estética, con el que, según relataba, aprendió la belleza de saber cómo usar un adjetivo o elaborar una sintaxis brillante estilísticamente, admirando en el autor de Luces de Bohemia su capacidad para combinarlas en un ejercicio de creación de belleza equiparable al que pueda acometer un pintor o un músico en su producción artística. También siguió contándonos otros pasajes de la vida familiar que se han ido filtrando en la novela. Su tío era jesuita, un hombre de gran cultura que hablaba varios idiomas. Había tenido una vida apasionante. De forma súbita, ese hombre tan mundano, que había sido aventurero, ligón, crápula, lo abandonó todo para ingresar en una orden religiosa y ser profesor. Una frase lapidaria de nuestro columnista de La Vanguardia define así el proceso: “no sé porque abandonó la milicia de las armas para formar parte de la milicia de las almas”.
Guiado por un experto contertulio, Melero, nos adentramos también en la parte amorosa de su biografía, relatándonos cómo conoció a su mujer, entonces una joven guapísima de la que se enamoró en la Facultad. De esta manera en la lectura de uno de los pasajes encontramos parte de esta historia: “En ella se concentra delicadeza, dulzura, encanto, belleza”. A su lado experimentó la plenitud hasta entonces desconocida: “Me gustaba más a mí mismo. Mi plenitud era hacerla feliz todos los días de su vida”.
También nos confesó el proceso con el que nació poco a poco su vocación como escritor. Cuando comienza a crear sus primeros libros y manda los manuscritos a Anagrama, editorial que por aquel entonces era un sello nuevo que estaba ávido por conocer nuevas voces, por dar lugar a nuevos narradores que supieran contar todo aquello que estaba transformando nuestro país, era una época prolífica social y culturalmente, como lo fue la transición que aconteció entre los últimos estertores del franquismo y el surgimiento de la democracia. Según nos explica estuvo en el momento adecuado y en lugar adecuado, lo explica con tanta humildad, esto engrandece más la figura de este excelente narrador; añade que cualquier autor joven podía publicar ya que se demandaban nuevas formas de narrar una sociedad que estaba cambiando y en la que lo más novísimo era La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza.
Las ciudades pasan a ser un personaje más de la novela, en estas se cumple una particular biografía, que es la social, la de todos como un colectivo que vive un cambio de mentalidad, así el autor retrata la evolución de la Zaragoza franquista hasta nuestra ciudad actual, con la ciudad de Barcelona pasa lo mismo, todas la etapas decisivas están descritas: las Olimpiadas del 92, el surgimiento de la ciudad condal como capital de las letras y la cultura, la llegada al gobierno de González, el Golpe de Estado
También se abordó el tema de Javier Marías, de quien se considera un discípulo. Aunque tuvieron ciertas discrepancias debidas a su engreimiento, ya que el ya fallecido escritor entró en una discusión con la editorial en la que Pisón publicaba, hay afecto, aunque ciertos aspectos como este les alejaron, a pesar de todo esto se portó bien con él, llegando incluso a ofrecerle un puesto en Oxford.
Otro de los temas sugerentes fue el hecho de que, por unos instantes estuviera muerto, lo que también queda recogido en estas memorias. Aconteció que su piso de Barcelona fue donde se suicidó Chusé Izuel, poeta y amigo de Félix Romeo. La policía como no vio la documentación del cadáver atribuyó que la muerte había sido la del dueño de la vivienda. El final de la novela aborda la paternidad, es entonces cuando puede encontrar una verdadera perspectiva para entender a su madre; una mujer que cuando se quedó sola con cinco hijos tenía la misma edad que actualmente tiene su hijo, es decir, era, desde el punto de vista actual: una niña. La puede ver ahora desde una doble visión: la mirada del niño que fue protegido por ella y desde la del adulto que comprende su valor para salir adelante. En la novela están fusionadas ambos puntos de vista.
Estamos ante una excelente oportunidad de, a través de las memorias de Pisón de poder viajar por varias décadas de nuestra historia, porque esta novela ofrece a los lectores la posibilidad de reconocer en su retrato de las diferentes épocas algo que también sea suyo, la literatura si actúa a modo de libro de memorias debe ser como un buen poema, debe hacer posible que encontremos en ella algo nuestro, tiene que ser universal, ser la historia de todos. Eso es lo que pretende el libro de uno de los mejores escritores actuales de la literatura española. Como a Martínez de Pisón, la muerte de un progenitor siendo joven, en mi caso fue la muerte de mi padre, me impulsó a escribir, mi madre como su padre era de la Rioja, hace poco murió también a causa del COVID. Al final de la presentación pude saludarte rápidamente y comentarte algo de todo esto que me conecta en parte con algunos aspectos de tu trayectoria vital, aunque debo decirte, no puede el día que hablamos, que sé que en tu caso la idea de escribir este libro también surge tras la muerte de una gran mujer, tu madre, te quiero dar las gracias por escribir sobre una época que también pertenece a la de mis padres y a la de todos nosotros, a ellos los encuentro también en tu última novela, porque es literatura que es realidad, que es vida, gracias porque con tu calidad literaria haces volver de la muerte de la historia al pasado, ese que es el de todos, allí se encuentra una parte de todos nosotros, nos volvemos a encontrar con aquellos que formaron parte de nuestra infancia, juventud y parte de nuestra etapa adulta y que ya están siempre junto a nosotros, aunque ahora sea ya al otro lado del tiempo…