Dos escritores, dos series


Por Carlos Calvo

  Lo he meditado bien. Y no es ninguna ‘boutade’. Si expertos en la materia confluyen, acaso gratuitamente, en los vínculos artísticos entre el pintor fuendetodino Francisco de Goya y el cineasta calandino Luis Buñuel, ¿por qué el arriba firmante, experto en todo y en nada, no puede hacer lo propio con los escritores Javier Sierra e Ignacio Martínez de Pisón? 

   En estos tiempos líquidos, cambiantes y confusos, los libros de Sierra y de Pisón enganchan al lector, son cercanos. A cualquier persona con un mínimo de sensibilidad, o de sentido común, le pones un volumen de cualquiera de ellos y deja lo que está haciendo. Un suponer. Sus libros, a mi modo de ver, son íntimos, concisos, vivos y contundentes en su sencillez. Dos tipos comprometidos con la literatura y la vida.

  Aunque en una lectura liviana parezca grande la distancia que les separa, Javier Sierra e Ignacio Martínez de Pisón tienen puntos de contacto más amplios de lo que se cree. Ambos son aragoneses, vaya por dios: el uno, turolense; el otro, zaragozano. Ambos son coetáneos, ni jóvenes ni viejos, y tienen que dar todavía sus mejores capacidades. Ambos son ávidos observadores de la condición humana. Y la saben escudriñar, abstractamente el turolense y quirúrgicamente el zaragozano. Y los dos son eficaces narradores. Fluidos. Limpios. Cristalinos. Al estilo azoriniano. De una prosa acaso elemental pero siempre elegante. Sin formalismos hueros. Los dos, también, se interesan por la libertad de pensamiento, por el ejercicio intelectual, por el reto humanista. Y, de un modo u otro, se acercan al mundo de la pantalla audiovisual, quizá como prolongación de sus intereses creativos.

  Pisón, que pasó la infancia en Logroño, creció en Zaragoza y vive hace siete lustros en Barcelona, ya fue guionista de ‘Carreteras secundarias’ (1997), la película de Emilio Martínez Lázaro basada en la novela homónima del propio escritor aragonés, una ‘road movie’ llena de momentos felices y de los otros, que, pese a su corrección, no termina de engrasar todos sus ingredientes más o menos tragicómicos, debido, tal vez, a los recurrentes lugares comunes del (sub)género, y cuya historia –las correrías de un hombre maduro y su hijo adolescente en coche (su única posesión) por las costas españolas en el ocaso del franquismo- podía haber dado mucho más de sí, sobre todo en su parte intermedia.

  Aunque todas las adaptaciones suelen comenzar con una llamada de la productora a los editores, lo más importante para un escritor a la hora de dar el sí definitivo es la confianza. La primicia nos la dio el mismo Pisón en una cena: “Van a adaptar mi novela ‘El día de mañana’ en una serie televisiva, y la va a dirigir Mariano Barroso”. Y meses después, en efecto, la maquinaria se puso en marcha. El zaragozano no participó activamente en la construcción del guion derivado de su texto, pero se alegró de que encargaran la adaptación a Barroso, pues sus películas (‘Mi hermano del alma’, ‘Éxtasis’, ‘Los lobos de Washington’, ‘Kasbah’, ‘En el tiempo de las mariposas’, ‘Hormigas en la boca’, ‘El sueño de Bianca’, ‘Lo mejor de Eva’) siempre le parecieron estupendas y es una persona de su generación, que nace en Barcelona y conoce lo que cuenta.

  Pisón, que ha triunfado recientemente con su novela ‘Filek, el estafador que engañó a Franco’ (2018), es inteligente y sabe que una cosa es el papel y otra muy distinta el audiovisual. Las formas, los tiempos y la atención de los espectadores lo cambian todo. Y aunque mantengan los principios de la novela, publicada en 2011, en la serie también tienen su parte creativa. Escribir una novela es una tarea muy solitaria, mientras que el guion, por regla general, es un trabajo en equipo. En las novelas no hay límites, y en los audiovisuales sí: el presupuesto de producción. La gran diferencia entre el papel y la pantalla es que en el primer caso el lector se imagina a los personajes y participa en el proceso de creación. El audiovisual, por el contrario, te lo da hecho. Así, Justo Gil, el carismático canalla de ‘El día de mañana’, es mucho más encantador, guapo y atlético que su alter ego literario. Él es el protagonista de este retrato generacional, un inmigrante aragonés con mil caras, un tipo al acecho de la oportunidad, egoísta, soberbio, peligroso, oscuro, pero también muy generoso y amante de la vida. Y cada personaje tiene una visión de él.

  Comparamos, muchas veces, una cosa con otra, pero son productos distintos. Pisón lo tiene claro: “Pocas veces se hace algo muy fiel que es igual de bueno. Solo se me ocurre ‘Los muertos’, de John Huston. Yo prefiero que traicionen las estructuras, despedacen la historia y la vuelvan a montar”. ‘Los muertos’ es el relato que cierra, de los quince, la obra ‘Dublineses’, de James Joyce, y Huston plantea, desde la sencilla complejidad, un paisaje moral transparente y sensible que encaja con esa soterrada y enigmática escritura del escritor de ‘Ulises’: recrea la historia hasta alzar, mediante las imágenes, una banda sonora pegada al ambiente de época y de tensión interior. Es la memoria. Es el amor. Es la pasión. Cae la nieve y la nada.

  Barroso no es, desde luego, Huston, pero es un gran director y en esto ha tenido fortuna Pisón. No es lo mismo que lleve las riendas un realizador del montón a que lo haga un tipo que sabe lo que se lleva entre manos. Un director, esto es, retorcido y arenoso, malicioso y ocurrente, de firme puesta en escena y gran inventiva visual, en cuyo imaginario manda la intensidad, con el compromiso y la decepción como motores narrativos. En ‘El día de mañana’ lo demuestra en ese viaje a Barcelona para retratar la mal llamada transición con esos grupos de resistencia franquista, esos codiciosos empresarios, esos jóvenes juerguistas de la ‘gauche divine’, esos policías sin escrúpulos, esos estudiantes rebeldes… Es la historia de unos personajes que buscan su identidad en un tiempo convulso, de confusión permanente, en una España que muere y otra que nace. La época del tardofranquismo y los primeros años de la transición. Una historia de amor y desamor, de encuentro y desencuentro, contada como drama generacional con elementos de thriller policiaco.

  La adaptación al cine de ‘El día de mañana’ era difícil, pero los guionistas –Alejandro Hernández y el propio Barroso- han sabido trascender la construcción polifónica del enmarañado original literario, un volumen sin hilo cronológico y basado en el testimonio de personas. El cine, en Pisón, ya se cuela como una faceta más de su oficio, aunque lo tuviera que aprender sobre la marcha, con trabajos para la gran pantalla como ‘Chico y Rita’ (2010), una animación codirigida por Fernando Trueba, Javier Mariscal y Tono Errando. O, antes, ‘Las tres rosas’ (2007), otro filme de Martínez Lázaro en el que es coguionista, según el libro de Carlos Fonseca, el relato de la humillación y fusilamiento de unas jóvenes durante el inicio del franquismo, falsamente acusadas de atentar contra el dictador.

  Yo no sé si el recurso de los que no tienen imaginación es contarnos cosas, según la reflexión de Vauvenargues, o si los escritores excelentes escriben poco, por decirlo con Joubert. Da lo mismo, porque Pisón es un buen contador de historias, un todoterreno que igual escribe artículos o cuentos o reportajes ensayísticos o novelas. Desde que debutara con apenas veinticuatro años en la ficción con ‘La ternura del dragón’ (1984), Pisón ha ido publicando sin descanso: ‘Alguien te observa en silencio’ (1985), ‘Antofagasta’ (1987), ‘Nuevo plano de la ciudad secreta’ (1992), ‘El fin de los buenos tiempos’ (2003), ‘Enterrar a los muertos’ (2005), ‘Las palabras justas’ (2007), ‘Dientes de leche’ (2008), ‘La buena reputación’ (2014)…

  Sus escritos le deben mucho al realismo galdosiano –y a la literatura de Natalia Ginzburg, Alice Munro, John Cheever o Philip Roth- cuando revisita la memoria olvidada de la historia española y sus efectos en el presente, una suerte de biografía sentimental para alcanzar, acaso, la identidad. Precisamente es la identidad el factor que le hace contar su tiempo, la época en que vive, y para hacerlo regresa al pasado, mira hacia atrás, hurga en la memoria y en la historia. Indagar en los demás también es hacerlo en uno mismo.

  Más allá de los gustos de cada cual, Antón Castro lo califica como “el narrador transparente, el contador de historias de siempre”. Y añade el periodista y escritor gallego: “Rara vez se pierde o se embolica en malabarismos, florituras o demoras. Límpido y exacto, va directo hacia donde quiere. El zaragozano se reconoce influido por Gustave Flaubert y por maestros españoles como Baroja o su paisano José María Conget, pero su realismo es de una factura más inquietante: siempre hay una sombra, un escozor, una semilla de inquietud”. Bien.

  Javier Sierra no es, desde luego, Ignacio Martínez de Pisón, pero es un gran escritor que afronta misterios. Es lo que le seduce. Y el escritor, también periodista e investigador, lo hace bien y en soledad. Nada que ver con el mediocre y efectista estadounidense Dan Brown. Lo hizo en la gran pirámide egipcia, cuyas vivencias dieron lugar a dos libros. Lo hizo también en el marmóreo mausoleo –esculpido por Juan de Avalós- de los amantes de Teruel para tratar de buscar una explicación a los muchos enigmas que rodean la leyenda. Y Sierra se sentó en medio de ambos cuerpos e interfirió sus miradas porque las momias tienen la cabeza inclinada el uno hacia el otro. Acaso los amores imposibles son los que acaban siendo eternos, y el turolense lo plasmó en un preciso (y numerado) cuaderno de viajes de apenas cuarenta páginas.

  Al mismo tiempo, Sierra es un gran narrador audiovisual, y siempre se rodea de un equipo técnico de primer orden para sacar adelante sus proyectos. Ahí están, para corroborarlo, el excelente mediometraje documental ‘Una noche con los amantes’, de 2016, o la sorprendente serie ‘El arca secreta’, realizada ocho años antes. Y ‘Otros mundos’, de reciente producción, una brillante e insólita serie documental en la que Sierra explora el mapa de su pasión por enigmas que le cautivaron desde niño. Con un impecable estilo fílmico, el turolense entrelaza la autobiografía y el cosmos en un puente entre el misterio y la ciencia. Los misterios del pasado y enigmas de la historia le interpelaron y fascinaron cuando era un tierno infante en la recóndita y fría Teruel de la década de 1970, por lo que ahora aborda incógnitas que asaltaron su imaginación desde las páginas de libros y revistas. Sierra viaja en busca de especialistas, investigadores, científicos, testigos, protagonistas o forenses a los que interroga acerca de los sucesivos misterios que quiere desvelar.

  Premio Planeta en 2017 por ‘El fuego invisible’ -cuyo protagonista es un lingüista, criado en Irlanda, que viaja a Madrid en pos de un antiguo libro- y autor de obras como ‘Los guías del cosmos’ (1996), ‘La dama azul’ (1998), ‘Las puertas templarias’ (2000), ‘En busca de la edad de oro’ (2001), ‘El secreto egipcio de Napoleón’ (2002), ‘La cena secreta’ (2004), ‘La ruta prohibida’ (2007), ‘El ángel perdido’ (2011), ‘El quinto mundo’ (2012) o ‘La pirámide inmortal’ (2014), Sierra es de verbo sólido, cárnico, de una limpieza de estilo que lo emparenta, esto es, con Martínez de Pisón, tendente a sustantivar el mundo más que adjetivarlo, con la idea de llenar con esmerada y pulida literatura los huecos que el tiempo ha dejado. 

  Siempre te dicen que desconfíes de los ‘best sellers’, como si el hecho de haber llegado a muchos fuera sospechoso. O fácil. Un libro –o una obra audiovisual- ha de ser, ante todo, una explosión en el paladar, un calambre al primer bocado, ese galope de horas que hace que te olvides de todo y que solo sucede si elegiste el caballo adecuado. Está claro, también, que el género documental, cuando está bien resuelto, logra hacernos vibrar más que la mayoría de las ficciones. Sierra lo consigue en ‘Otros mundos’, una serie que tiene más de cinematográfica que de televisiva, en la que los símbolos, su por qué y su naturalismo, en ocasiones místicos y poco explicados, es una de sus constantes.

  Sierra considera que el cine siempre impone una imagen determinada y acaba hurtando al lector parte de la que él se ha construido. Y sabe que nuestra civilización vive una enorme carencia de trascendencia y por eso los misterios de la antigüedad siguen atrayendo tanto la curiosidad de la sociedad y repercuten en el presente. Pero también ha escrito de misterios contemporáneos, de la influencia de las sociedades secretas en la política, sobre sectas y así. Ya su primer libro, ‘Roswell, secreto de estado’ (1995), tenía que ver con el fenómeno ovni, y así lo constata en uno de los episodios de su sorprendente serie documental.

  Tras comprobar lo difícil que es explorar el espacio exterior, Sierra se interroga sobre los misterios del alma, la exploración del interior, la conciencia, los estados alterados, la trascendencia vinculada al proceso artístico. Para él, la vida es el paréntesis entre dos muertes: la previa, en la que no somos nada, y la postrera, en la que somos parte del todo, que a la vez es nada. Por decirlo con Nabokov, la existencia es un milésimo fogonazo de luz entre dos eternidades de total oscuridad. En esto se aproxima a Carl Sagan, Miguel Ángel de la Quadra-Salcedo y Félix Rodríguez de la Fuente, sus referentes televisivos.

  Los seis capítulos de ‘Otros mundos’ nos arrastran al periodismo de misterios en la linde de la ciencia y la imaginación con un deslumbrante final. Sierra, que ha desembocado en la novela de investigación de la historia oculta, despide su serie reconstruyendo el viaje iniciático que con catorce años hizo a la montaña de Montserrat, de la mano de Luis José Grifol, el que avistaba ovnis. Así, escuchamos la cinta de casete original que grabó el escritor y vemos su entrevista al Grifol de hoy, que treinta años después desvela que algo le impulsó a llevar a la pared del Diablo a ese chaval que le pedía una entrevista. Y aquella noche singular ungió al Sierra abierto a lo extraño, al autor de relatos que, como la serie ‘Otros mundos’, enseñan que todo es por algo.

  Como en todas sus novelas, Sierra revisita en la serie algunos de los grandes misterios de la humanidad, como los jeroglíficos del antiguo Egipto, el secreto de Fátima, las leyendas sobre la Reconquista, los encuentros con extraterrestres o el aparente orificio de bala en el cráneo de un ‘homo sapiens’, aparte de sus experiencias personales. Son sucesos paranormales en los que se utiliza la investigación real para contar sus resultados con herramientas de la ficción. Se trata, pues, de un formato documental híbrido que bebe de muchos géneros y homenajea películas de Vittorio de Sica (‘Milagro en Milán’, 1951), Rob Reiner (‘Cuenta conmigo’, 1986), Steven Spielberg (‘E.T, 1982), Richard Donner (‘Los Goonies’, 1985) y Wolfgang Petersen (‘La historia interminable’, 1984). O filmes de Luis García Berlanga y de Federico Fellini.

  Para hacerse preguntas y buscar la respuesta a las mismas, Sierra asume las funciones de director, presentador y narrador de ‘Otros mundos’, y se apoya en el buen hacer de Alfonso Cortés-Cavanillas, jefe de realización de La Caña Brothers, quien ya nos sorprendiera en 2011 con el documental ‘Elige siempre cara’ o, un año después, con el meritorio y original filme de ciencia ficción ‘Los días no vividos’. Y Teruel le inspiró sus primeras grandes preguntas. En la serie es su propio hijo, Martín, quien le interpreta de niño descubriendo todo el potencial de su curiosidad por las calles turolenses de su infancia.

  Al fin y al cabo, el espectáculo de los estímulos que vuelan en todas direcciones también está concentrado en las series de televisión. El más eficaz de los síndromes de necesidad es tener siempre a mano algo que sirva para vernos de lejos. O de cerca. O del otro lado del espejo. Y Javier Sierra e Ignacio Martínez de Pisón son de los que saben qué luce al otro lado. Dos autores que suman y se complementan, se manifiestan y evidencian como vehículos propicios para versar lo que se esconde delante y detrás. Dos autores disponibles, que nos apuntalan e iluminan como voces que no envejecen. Dos autores difusos entre personajes vivos y animados. Dos autores cuerpo a cuerpo como un duelo a espada. Dos autores que se aman en la dialéctica de conocerse y dejar de hacerlo. Dos autores en la ambivalencia de entenderse y no entenderse, en la holgura entre la comunicación y la incomunicación, a la manera en que los latidos del corazón se expresan en su saludable vaivén del sí y el no.

  Dos autores, en fin, que arden hallazgos y puntos suspensivos. Y se rebelan contra este precipitado, pero necesario, punto final. Sierra y Pisón. O Pisón y Sierra.

Artículos relacionados :