Es lo que hay


Por  Liberata

   Era lo anterior lo que tenía preparado para este mes, pero las circunstancias me han inclinado por decidirme por esta prosa bastante amarga, por el hecho de demostrar cómo y en virtud de qué funciona esta deshumanizada sociedad.

                Comencemos por el principio.  ¿En virtud de qué motivos decide una comunidad de vecinos asignar la importante obra a realizar en el seno de la misma a una determinada empresa?

                Sobre el vecindario, en general lego en la materia, ejercerá una decisiva influencia la opinión de alguien que se halle acostumbrado a bregar con las correspondientes empresas. Y, por supuesto, de que una de ellas presente el presupuesto más ajustado a las posibilidades existentes.  Nadie que no haya tenido contacto con alguna de las profesiones que concurren, o que haya sufrido muy de cerca el desarrollo de semejante obra, se formará una  idea previa al inmediato porvenir común. Todos los vecinos darán por sentado que habrán de soportar ruidos molestos y abundantes nubes de polvo. En este caso, además de hallarse privados del uso de ascensor por lo menos durante un mes.

                Yo diría que nuestra pequeña comunidad tenía todo eso totalmente asumido al comienzo de la obra, por cierto, comenzada seis meses más tarde de la fecha fijada en principio y con bastante dinero adelantado. Pero es ahora, sobre el terreno,  cuando surgen los verdaderos problemas, con escasas probabilidades de solución desde mi punto de vista. Porque en esto pasa como con la política: que se harán comentarios al respecto en el bar de la esquina, pero nadie osará enfrentarse a quien corresponda, tratando de afrontar esta especie de tiranía ejercida por unos malhumorados operarios- por supuesto extranjeros y subcontratados- sobre unos usuarios bastante indefensos. No sé por qué, me parece que al jefe  a menudo mencionado por ellos   -cuya semblanza apenas conocemos-  la problemática suscitada se la trae al pairo.

                Por supuesto que se me ocurre un elemental interrogante: ¿De qué organismo, o quién regula estas obras de rehabilitación de que la capital se halla sembrada? ¿Es cierto que se puede trabajar así, sin apenas reglas a qué atenerse, en el interior de un edificio habitado?

                Supongo que el asunto de las subcontratas revolucionó el mercado del empleo en un momento dado, dos o tres décadas atrás, y que lo hizo para quedarse. ¿Fue algo así como  un “Sálvese quien pueda” por parte de las empresas? O quizá un: “La pela, es la pela y hay que pelearla.” ¿Qué fue de los antiguos y curtidos operarios del país? Quizá algunos de ellos abrieron pequeñas empresas de los gremios que tan bien conocían,  y otros se jubilaron tras haber desarrollado una intensa vida laboral. En cuanto a  los actuales, posibles prófugos de las calamidades existentes en los respectivos países, hallaron de este modo la propia subsistencia, aunque se sientan explotados. En fin. Los empresarios que subcontratan, alegarán que ellos son los que más arriesgan en todos los aspectos. Y la asesoría, pues ¡qué sé yo! Tal vez se sienta  embaucada por una parte y molesta con la otra. Y, entretanto,  los vecinos, pues ajo y agua. Es lo que hay. Lo ordinario, lo frecuente. Alguna excepción existirá, digo yo. Pero no nos ha tocado en suerte.  

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