Moby Dick (dedicado a Jesús Soria Caro)


Por La mujer del pelo rojo

      Hay en la calle María Moliner, para mí muy preciada,  un bar de fuerte evocación literaria,  de nombre que sabe a mar y búsqueda. Es un local pequeño y más bien oscuro. A menos que alguien fume en su puerta, esta permanece cerrada y  los vecinos imaginan dentro de él oscuras escenas.

   Cuando por fin la cruzas, la música te devuelve a épocas en que todos éramos mucho más jóvenes y el mobiliario te lleva a la confidencia y la sospecha. Hay algo misterioso y cómplice en este garito, cuyo paisanaje es tan diverso que te trasporta del  Woody Allen de Misterioso Asesinato  en Manhattan al Fellini de Amarcord. Las cartas, a las que siempre hay alguien jugando, nos siguen haciendo añorar el humo de los cigarrillos que antes, indefectiblemente,   formaba volutas sobre las cabezas de los jugadores y remataba la atmósfera del  local.

    A Jesús Soria y a mí nos gusta quedar en este bar, cuando el cielo se tiñe de azul van gogh y la tarde se va convirtiendo en noche, para tomar un campari, hablar y observar a los parroquianos. El ambiente invita a la confidencia y la conversación.

   Y eso hacíamos hace unas semanas cuando la puerta se abrió y entró una, cuanto menos, curiosa pareja. A pesar de ser del barrio, no los había visto nunca. Mi cara debió de delatarme y Jesús me susurró que eran Edgar Valdemar Rojo y Kelly de la Rae.

-Menuda pareja de farsantes, con semejantes nombres pretenciosos- le espeté-. ¿A quién quieren impresionar con sus guiños a Poe y con ese manido y trasparente juego de palabras? Si hasta yo, cuando era universitaria y aún tenía delirios literarios, pensé en ese pseudónimo falsamente humilde: la que limpia la real academia.

   Jesús sonrió (siempre le hacen gracia mis prontos) y yo los observé. La verdad es que del Rojo le había oído hablar al propio Jesús y, además, en el epílogo de su último libro, recientemente publicado, Diccionario del tiempo, jugaba un pequeño pero  jugoso papel. Sin embargo, aunque era la primera vez que oía mencionar a su acompañante, me resultaba extrañamente familiar. Más bien menuda, de breve e intenso pelo rojo, totalmente vestida de negro, manoteaba mientras hablaba y me recordaba a alguien. Pero no era capaz aún de establecer a quién.

   Tras pedir en la barra, se sentaron en el compartimento contiguo al nuestro y nosotros, indisimuladamente, (de hecho, Jesús, que antes estaba  frente a mí, se sentó ahora a  mi lado) aguzamos la oreja.

Para nuestra sorpresa hablaban, precisamente, del mencionado libro. Algo delicioso, si bien se mira. ¿Comunión espiritual, azar, sincronismo? Para mí, una simple y divertida casualidad, pero para Jesús, siempre buscando explicaciones más allá de lo perceptible, obsesionado con encontrar el sentido último de las cosas, seguro que algo más. En silencio, agazapados como dos ladrones, asistimos a su conversación.

 -Acabo de releer tu intervención en el epílogo del libro de Jesús. Te pones realmente estupendo, querido Max. Muy Pessoa eso de que “decir yo no tiene importancia alguna, porque hemos sido multiplicados”. De hecho me ha recordado la conversación que el propio poeta lisboeta tiene con Ricardo Reis en la novela de Saramago. ¿Te acuerdas cuando, preguntado por el único heterónimo que le sobrevivió acerca de su identidad, Pessoa le responde: “  Somos múltiples. Tengo una oda en la que digo que en nosotros viven innumerables” ? No me negarás que algo en común tienen ambas citas.

-Ciertamente, ya sabes que me interesa y mucho el autor de “Autopsicografía”- respondió Edgar- pero, sobre todo es que el tema de la identidad, del yo, o mejor de los yoes,  los heterónimos y ortónimos, del no yo y de las implicaciones filosóficas de todo esto le son muy afectos a Jesús. De hecho, en este libro, yo diría que una de las piedras angulares. ¿Sabes que en libro aparece la palabra  yo, como concepto, veintidós veces, con formas como ex-yo o yo-dios? ¿Y catorce más si añadimos la forma negativa no-yo? En un poemario donde cada palabra está pensada y repensada, donde la densidad semántica es tan evidente treinta y seis veces son muchas ¿no crees, Kelly? En dieciocho de los veintiséis poemas aparece el concepto, hasta en la forma latina, ego.

– ¿Y no será que el tío es un egocéntrico, como tantos otros poetas, yo, yo y siempre yo?

– No me seas barata, Kelly. Jesús dista mucho de ser así. Se nota que no lo conoces.

-Cierto. Apenas de vista. Pero tú, sin embargo, pareces ser íntimo. A veces, cuando me hablas de él lo haces tan categóricamente, tan convencido como si hablases de ti mismo. Y bien, según tú ¿qué es el yo?

– También Soria se lo pregunta en la obra, en su poema “Quién”: “¿Quién es el yo, /aquel enmascarado de la nada/que asesina su mirada/en el espejo de lo externo?”

– O sea, Edgar, que no me contestas.

-No puedo, no quiero, no debo. Diccionario del tiempo es una búsqueda. Recuerda, si no, cómo termina el libro: “Busquemos un sentido, es tiempo de diccionario”. Y es con estas mismas palabras, y no por casualidad, como comienza su prólogo Alfredo Saldaña, que tan bien conoce a Jesús. Creo que este poemario invita al lector a hacerse este tipo de preguntas. Es un libro para pensar, para pensarse, para pensarnos. Cada cual debe hallar sus propias respuestas.

-Eso que dices del principio y del final es uno de los aspectos, para mí, más interesantes del libro. Esa circularidad por la que cuando acabas de leer la obra te remite otra vez al inicio me parece más que un juego. Porque Soria parece, a mi modesto entender, también muy preocupado por el concepto del tiempo. Un poco cosmogónico, obsesionado por la nada, por un tiempo anterior, por el pre-yo, si me permites que sorianice la expresión, por la conformación del yo en el tiempo, por lo cíclico… Bueno, no sé, creo que estoy perdiéndome. Que es lo que me ha pasado con este libro. Las palabras que usa son sencillas, pero adquieren resonancias nuevas. Las imágenes son potentísimas, evocadoras, te llevan a redescubrir nuevos significados de los vocablos. La nada, el deseo, el fuego, la verdad. La densidad del libro es extraordinaria. Me doy cuenta ahora, hablando de él contigo. Tengo que reconocer que me ha interesado mucho, pero me ha parecido un libro difícil, mucho más de lo que su apariencia hace pensar. En fin, ya sabes que no soy una buena lectora de poesía. Y ahora, querido amigo, si me disculpas, pídeme otra cerveza mientras hago pis, please.

    Kelly se fue hacia el baño y Edgar, a la barra. Jesús y yo nos miramos entre cómplices y divertidos.

-A esta tía le pasa como a mí, amigo. Nos has vuelto locas con tu libro. Ya solo falta que diga la Kelly esa que tu libro es muy pirandelliano, por la importancia de las máscaras que, como dice Omar Baranas, usamos y cambiamos durante el camino. Coño, que el tal Baranas parece el Vitangelo Moscarda de Uno, ninguno, cien mil, de Pirandello, con esa hiperconciencia de sí mismo y esa obsesiva búsqueda de su identidad. Muy Pirandello también la respuesta del Rojo cuando le dice que tal vez seamos la creación de nuestras propias ficciones, borrando las siempre tenues barreras realidad-ficción, en la línea de Cervantes o Unamuno …Bueno, ya ves, Jesús, como te he dicho en varias ocasiones, tu libro está plagado de intertextualidad. Y eso que más de la mitad de los guiños se me habrán escapado. Por ejemplo, ya te lo dije la última vez que estuvimos aquí, que la nota introductoria me recordaba mucho a la poética simbolista, con esa exploración de un orden oculto tras las palabras, el significado y la vida. No sé, hay algo de Baudelaire y su bosque de símbolos y también me recuerda  al poeta vidente de Rimbaud. Aunque no tan guapo, ni tan joven, lo siento, colega. Aunque tienes tu peligro, he de reconocerlo.

   Jesús se rio, pero no dijo palabra. Es más dado a responder preguntas que a perorar sobre su obra, a la que dedica mucho tiempo, pero de la que le cuesta hablar. Jesús no es un repentizador. Trabaja, trabaja y trabaja, depura cada palabra, la aquilata y la hace explotar en nuevas o arcanas dimensiones. El lenguaje en sus manos adquiere nuevos perfiles, se torna denso y filosófico, pero también plástico y sugerente.

    Cuida todos los detalles hasta la extenuación. Así se ve, por ejemplo, en la estupenda ilustración de la portada, tan polisémica, tan cargada de referencias culturales, tan intemporal al tiempo. La tenía en su cabeza tan nítidamente que no paró hasta lograr que Javier Puig la convirtiera en realidad. Una estupenda realidad.

    Y, claro, todo esto supone tiempo, mucho tiempo. El tiempo otro de las claves de su reflexión. En la presentación de la obra confesó que esta le había llevado nueve años. Una larguísima preñez, que seguramente ha merecido la pena, pues ha dado lugar al  alumbramiento de tan especial poemario.

    Nueve años, nueve. Para un libro cuya estructura se compone  de treinta partes, entre nota, prólogo, epílogo y entradas, cada una de las cuales, a su vez, consta de tres acepciones. Todos los números múltiplos de tres, un número cargado de significaciones. Conociendo lo concienzudo que es Jesús y  su interés por los aspectos más mágicos y esotéricos dudo mucho que sea casualidad.

– Oye, estos dos vuelven a lo suyo- me dijo Jesús-. ¿Un ratito más de espionaje industrial?

– La verdad es que no sé por qué, pero la tal Kelly me carga un poco, tan pirandelliana ella, pero que no ha citado la parte donde se encierra el concepto de humorismo del gran dramaturgo italiano, cuando Baranas  afirma al final que “todo se mezcla en las aguas circulares del tiempo y que todo lleva cifrado el sello de su contrario”. No sé, Jesús, creo que esa tipa es un bluff. Y, sin embargo, y eso me jode, exhibe opiniones parecidas a las mías.

– ¿Y te has fijado en que, igual que tú, va vestida de negro y lleva el pelo corto y rojo?- dijo mi amigo con expresión picaruela.

– Pero qué cabrón puedes llegar a ser, doctor Soria-. Me gustaba llamarlo así, mitad como reconocimiento a su nuevo estatus académico, mitad para pitorrearme-. Tú lo que quieres es seguir escuchando porque hablan de ti. A ver si va a tener razón la moza y eres un egocéntrico. Venga, pues, escuchemos un poco más, poeta. Dejemos que los halagos acaricien tus oídos.

    Aunque JL, que cual capitán Ahab, ceremoniaba y guiaba el rumbo del bar con mano diestra, nos miraba sospechando que algo nos llevábamos entre manos, pues de todos es conocida su habilidad para desenmascarar a las personas, nos dispusimos de nuevo a satisfacer esa parte de voyeur que todos llevamos dentro. Acercamos la oreja al respaldo de nuestro asiento doble.

    Kelly seguía dale que te pego:

-Por cierto, en el baño he pensado en lo interesante que es la portada, tan polisémica, tan cargada de referencias culturales y, a la vez, tan intemporal.

     No daba crédito. Ya era demasiado para mí. Estaba diciendo lo mismo que yo, con mis mismas palabras. Pero ¿quién era esa mujer?

    Mi cara de sorpresa y angustia no pasó desapercibida para Jesús, que, solicito, me alargó la mano y sin mediar palabra, tras un leve saludo de despedida con la cabeza al dueño del bar, salimos a la calle.

– Y ahora qué, amiga. ¿Empiezas a creer un poco más en la sincronía y en los significados ocultos de las cosas? No dirás que no ha sido una tarde interesante.

– Calla, Jesús, calla. Que ya no sé qué pensar. Ya no sé si tú eres Edgar, si yo soy Baranas o tú o si la Kelly esa es la que limpia en casa de mi madre. Hoy sí que os hemos multiplicado- añadí, zumbona-. Porque, después de los tres camparis, te veo doble. Hala, un besito, quedamos en breve y me traes el libro de Pessoa que me has prometido. Y hablamos de esos dos, colega, y me cuentas del Rojo.

     Nos despedimos en la esquina de mi calle, como solemos hacer,  y me fui a casa envuelta en una extraña sensación de irrealidad,  pero sintiéndome a la vez contenta, pues con lo que había oído ya tenía prácticamente escrito el artículo que me habían pedido los de El pollo urbano sobre el poemario de mi amigo Jesús Soria. Lo que se llama una tarde redonda.

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