Naufragio perpetuo: hacia otros mares del silencio.


Por Jesús Soria Caro.

   Naufragio perpetuo es como una sinfonía que ansía lo que es inexpresable, indecible, lo que pertenece a las otras verdades que no pueden ser contenidas en el logos, en la razón que es una vía de conocimiento que no puede abarcar la totalidad de lo que compone una vida.

   Esta se constituye, como una composición, de múltiples notas que son innumerables años, de partituras que son los límites de tiempo que comprenden nuestro ser, de sonidos que son situaciones vitales que muchas veces regresan con ligeras variaciones pero con una tonalidad similar; lo hacen casi de forma circular. La vida es navegar por el mar del silencio, en ese océano reside nuestro yo libre, silenciado, el que navega en las aguas de su alma, en las oscuridades de la noche de su yo interno, en las tormentas del dolor y la violencia que la realidad ejerce sobre sus deseos. Esa idea de lo que no puede ser contenido en el lenguaje porque es parte de una realidad superior a la que podemos explicar desde los límites de la razón aparece recurrentemente en varios pasajes del poemario, entre otros destacamos uno en “Lluvia oscura del alma” y otro en “Sacrificio”. En el primero la voz poética afirma que sentía el despertar como: “el náufrago que vuelve de los sueños/y ni recuerda ni quiere recordar”. Definiendo toda esa navegación por los mares del tiempo y las costas de lo perdido en el pasado como: “despertar de lo nocturno,/ de aquello inexpresable”. En el segundo de los citados textos se nos dice que hay un mundo dentro de lo vivido que no se puede expresar, no puede ser abarcado con los significados que limitan y no comprenden toda la dimensión introspectiva del ser:

 

Sin amar lo que evoco yo lo añoro:

repaso mentalmente lo innombrable,

almas que huyeron, rostros que escaparon,

muros muy firmes que hoy se desmoronan,

signos heridos que anuncian el ocaso… (Verón, 2016: 22)

 

    Como si de una partitura musical (sinfonía o sonata) hay cuatro estaciones poéticas que son las cuatro partes de un naufragio en el silencio, en la verdad que no puede nacer en los signos, que ocupa el espacio de lo que María Zambrano designó como razón poética, es decir, esa forma otra de leer la vida desde una mirada más allá de lo racional, desde los ojos poéticos de la libertad, la belleza, la revisión de la Historia que impone una verdad del destino que no es la mejor ni la más merecida. Es una canción sin música, un mar sin agua ya que la voz que aquí se escucha es lo que queda sin forma porque nace en el territorio de lo inexpresable, tal vez de lo impensable, porque hay otras verdades que no pueden ser contenidas en la cárcel de la razón, solo pueden ser vuelo del pájaro de la poesía sobre los abismos del tiempo, sobre el mar infinito de la tinta de los versos. Es por eso que el poeta hace que la poesía quede personificada, navegue por la oscuridad, al igual que el yo poético transita la suya propia. Así, el poeta es el “anima” doliente que naufraga en el tiempo:

 

El poema avanzaba, aún silencioso,

sin hallar el favor de la penumbra.

 

Y el viento fue perdiendo su sonrisa,

y los versos, mojados,

sin aliento,

se disolvieron en el agua turbia.

 

El último lamento del poema

fue una mancha de tinta diluida

bajo la tempestad. (Verón, 2016: 25)

 

    El lenguaje desde su convencionalidad racional no podría retratar con fuerza expresiva la idea de que los hombres somos una ilusión de identidad subjetiva, que tenemos menos realidad de la que creemos. Por eso el poeta fuerza la lógica para alcanzar con mayor precisión y desde la mirada poética esa verdad indefinible en toda su dimensión conceptual racional:

 

La ciudad se levanta, indolente,

entre un paisaje y desesperanza.

 

Las altas torres de los campanarios

huyen siempre hacia el cielo.

[…]

Hay ejércitos reales de fantasmas

que caminan por calles irreales,

y una lluvia purísima y muy fría

escribe en la penumbra palabras y destinos. (Verón, 2016: 24).

 

     La palabra tristeza no podría sugerir lo que no puede ser descrito en el poema “Il miglior  Fabbro”, ya que hay estados interiores que no se definen de forma individual con una sola palabra que evoque únicamente una emoción. En nuestro paisaje interior hay nubes emocionales que no pueden ser dibujadas con una nube molde, ya que son realidades introspectivas fractales, tienen un parecido general a otras similares pero poseen una radical diferencia individual; por lo que aunque podamos creer que parecen semejantes, son totalmente diferentes. Ese dolor que no puede ser expresado con una palabra convencional ya que mezcla muchas realidades existenciales y emocionales (individualizadas y no abarcables en una palabra y en un concepto común) es algo bello. De su savia que recorre el alma del yo poético que es árbol del tiempo surgen versos como ramas de poesía. Dan el fruto lírico de evocar la fuerza trágica de lo que fue, terminó y no debió finalizar sino ser para siempre instante de plenitud:

 

De unas bellas palabras

y unos tristes silencios

sobre un papel muy fértil derramados,

el germen de unos versos ha nacido.

 

De estos versos,

cargados de silencio y de nostalgias,

ha brotado un poema.

 

[…]

He visto en él

el viento y la palabra,

y tiempos superpuestos,

y quizá la otra cara

de la vida y de la muerte.

[…]

No puedo imaginar

que todo terminó,

que sólo son palabras

vertidas al papel sin esperanza.

 

Los he vuelto a leer.

“He pensado en ellos

vivos”. (Verón, 2016: 31-32).

 

    “Color del silencio” también desafía la logicidad del lenguaje convencional. Su título que es una sinestesia refiere la relación entre el silencio y los colores del mineral,  el silencio “incoloro” del tiempo que sostiene a las vidas y permanece más allá de los límites del existir humano. Es el color del silencio del Uni(verso), entendido como el cosmos que escribe su poema en un “único verso” infinito que nos integra a todos:

 

Otra vida, otra luz, otros misterios

dicen versos apenas perceptibles

en el silencio vertical del muro.

 

Al escucharlos,

al sentir los latidos de la pared herida

que el tiempo ha revestido de hermosura,

he visto el universo, su complicada sangre,

la vida que nos lleva y sus riberas frías,

pero también un llanto imperceptible

desprovisto de edad,

sin lágrimas, sin ojos…

¡Qué escondida visión! ¡Qué trágica belleza!

¿Es el rumor agonizante de la historia

o el alma mineral que en la pared habita,

o quizá en el silencio han imprimido signos

los gritos incesantes de los desesperados? (Verón, 2016: 37)

 

    La duda ontológica de si somos reales, de si nuestra identidad existencia se reduce a la desaparición o hay una esencia intemporal, inmaterial que va más allá de nuestra realidad irreal de la materia asume ecos de Berkeley, quien afirmaba que somos el sueño de un orden superior que nos imagina. El poeta, hace un guiño a Borges que también asumió en su obra este concepto del filósofo inglés:

Si alguien me está soñando,

si solo soy un sueño,

si, como dijo Borges del mago solitario

que habitaba las ruinas circulares,

soy un ser modelado por los sueños oscuros

de otro ser misterioso

que se esconde en la sombra,

le pido que despierte.

 

Y si al contrario fuese,

si fuera yo quien, terco, lo soñara,

quisiera urgentemente estar despierto

y gritarle al soñado que viviera,

que buscara las huellas de mis sueños

y cruzase la frontera imprevisible

de la imaginación.

 

Si el sueño y quien lo sueña caminaran

por el mismo sendero, y al mirarse

entendieran que son la misa niebla,

la noche les mostraría, oscuros, sus enigmas,

y el poema soñado hallaría la luz. (Verón 2016: 43)

 

    “Finis terrae” ahonda en lo que puede existir o no tras el último viaje en el mar del tiempo, recurre a la mitología de los argonautas para destacar la irrealidad de nuestra vida. Somos mito escrito por la historia, por la intrahistoria como diría Unamuno. Como en toda buena poesía importan más las preguntas que las respuestas:¿Es la nada la que rima el verso de nuestra “realidad” con su tinta de tiempo o somos un paréntesis en un eterno palimpsesto más allá de las páginas de nuestro cuerpo?:

 

Qué hay más allá, después de lo imposible,

donde acaban los mares y las horas,

tras leyendas escritas por los siglos,

lejos,

donde ya no hay palabras,

ni días,

ni horizontes…

Sobre la mar, dispersas en el agua,

flotando como signos de duda permanente,

hay flores muertas, cenizas de naufragios

sobre una travesía que lleva hasta el olvido. (Verón, 2016: 44).

 

       José Verón nos propone navegar por los mares del significado, más allá de sus límites lógicos para alcanzar en lo más lejano del océano de la palabra otros horizontes no abarcables desde el lenguaje gastado de racionalidad. El navegante sabe que recorrerá las preguntas sin respuesta en las aguas informes de su yo otro. Estas son los mares del silencio donde residen islas innombrables, indefinibles, tierras perdidas de lo que no es expresable desde la significación limitadora porque anida en la razón poética.

BIBLIOGRAFÍA:

Verón Gormaz, José (2016): El naufragio perpetuo, Toledo, Lastura.

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