Por Jesús Soria Caro
“Oficio de autor” nos ofrece la mirada poética de María Coduras en la que sus versos son tinta de vida, ya que se escribe con tinta de sangre lo que nace de la experiencia de forma directa, sin huir en imágenes complejas, sin revisar lo sentido en una pantalla.
Es la vida escrita casi en directo, mientras se tiene pasión hacia las cosas y se las mira desde la intensidad y la libertad de la mirada otra de la poesía.
NO SÉ teclear un poema
sino escribirlo de mi mano.
Si lo escribo sangro,
el clic es aséptico.
Después vendrían las teclas tirita
a sanar el exceso de pasión y verborrea
para limpiar, fijar y dar esplendor (Coduras, 2017: 7).
“Plagio” nos habla de que lo que contiene un poema sea vida que sea leída por otros labios, que la escriban con la tinta del mismo dolor. El poeta canta desde su voz pero es la de todos, la experiencia intensa de la pasión, la soledad, la oscuridad, es compartida. El poeta es la voz de todos. También sucede que el autor puede leer en otro poeta esa poesía de sangre con tinta de lo intenso que nace de la vida sentida en todos sus extremos.
SOÑAR con leer este poema
en otros labios
que vivieron esos versos
y sangraron con tinta
el mismo dolor (Coduras, 2017: 9).
El gran hallazgo del poemario es la escritura como metáfora de la vida y de sí misma, ya que el poeta vive como escribe, ve la vida desde una mirada otra. Es así metavida o metapoesía, o ambas a la vez si pueden ser integradas en un nuevo “meta-x” que incluya esa vida-poesía que es en su dualidad una unidad. Si en la experiencia escrita con tinta al tacharla quedan cicatrices, cuando se escribe con granito no queda nada, la libertad del vacío de dolor. Hay que vivir sin la gravedad de la tinta, de la sangre, de la pasión. La tiza es la sabiduría de la levedad que hace posible borrar el dolor, pero la belleza de la tinta y su fuerza metafórica nos recuerda que vivir es mancharse de sangre, abrir las heridas del destino, ser un cuerpo de realidad que sangre de intensidad.
CUANDO DESCUBRÍ que la vida era tinta
eché de menos borrar errores escritos en grafito
eliminar preguntas y respuestas
no por el hecho de olvidarlas
sino de reescribirlas sin mancha.
[…]
Y es que tachar era sinónimo de cicatriz
y borrar de paz y analgésica nada
nuevo y calmo punto de partida (Coduras, 2017: 14).
La vida no es un camino de baldosas amarillas. Es un mundo real, caminando hacia el dolor. Hay que abandonar el mundo tal y como lo hemos imaginado en el relato de nuestro ideal, en la perfección de los sueños que nos alejan de lo más difícil de la vida. Salir ya de lo feliz que en todo cuento es el final.
[…]y al oír el sexto sentido proclamar:
“Dorothy,
cada vez se hará más duro
seguir el camino de baldosas amarillas”.
Para responder:
“Vida,
rápido,
pronto
ya
devuélveme mis chapines color rubí”. (Coduras, 2017: 16).
Usando como metáfora la película Un monstruo viene a verme se nos plantea que el monstruo más grande es el que se hace cotidiano. La idea más destructiva que forma parte de nuestro ser sin que sepamos que en su simbiosis se ha apoderado de nuestro yo, ha entrado en lo más cotidiano, en los laberintos de nuestras emociones.
EL MONSTRUO más grande es el más pequeño.
Aquel que no se ve.
Aquel del que ignoras su nombre.
Aquel que se esconde
que escapa de tus manos
[…]
Aquel que se enreda en tus entrañas
invisible
Anónimo
[…]
Aquel que desoye tus palabras
que ignora tus pensamientos (Coduras, 2017 17-18).
En “Pespuntes” el yo es un vestido cosido con recuerdos, arreglos o pespuntes del dolor. Sobre su traje de piel quedan las agujas de lo vivido, de las heridas del pasado y de lo que no fue…
QUISE SER mujer bolsillo
que atesora recuerdos y momentos
de una vida tragicómica.
Y vinieron los remiendos.
Fui mujer bolsillo remendado
a golpe de aguja e hilo conductor
de puntaditas que duelen
pero al tiempo cicatrizan
trazando un bello monumento
pespunteado de personas y pérdidas
que completan el vivo vestido
que cubre mi piel (Coduras, 2017: 20)
Ella, la otra, la que no es bella para quienes dominan y se imponen sobre lo que debe ser el modelo central, la no aceptada por quienes marginan a otros por el motivo que sea (no importa cuál sea, lo importante es tener el poder de humillar a otros) es a quien el yo lírico le daría su corazón. Todos deberíamos buscar tener otro, diferente al que acepta lo que la mayoría hace cuando humilla a otros o se mantiene pasivo o en silencio, sin actuar ante dicho rechazo.
PORQUE NO enseñaban a coser
no pude remendar las heridas de su cuerpo,
ni abrir un ojal en un rostro
que con los años
diera paso a su tierna voz.
Tampoco evitar perder la redonda mirada
de unos ojos-botón tan abiertos al mundo.
“He aquí la muñeca
más fea y triste del mundo”.
Leía en sus ojos.
Trasunto de trapo mudo y ciego
decidí arrancarme y darle mi corazón
a la espera de que nos cosieran otros. (Coduras, 2017: 21).
“Animal de costumbres” es un trapecista sin red que hace equilibrio en el abismo de los sueños. Ya que caminamos por tanta certeza que la trama de la vida es un círculo cerrado de seguridad en el que nada puede pasar, salvo lo que la sociedad y los demás han esperado de nosotros, el guión de nuestro yo está escrito, se repite. Hay algo del Spleen de Baudelaire, pero en este caso implica el caer en la miseria del yo, en los pasajes más oscuros de su interior al ser parte de un mundo externo al que su yo social pertenece pero no el yo real libre que hemos silenciado.
ADMIRO EL FRÁGIL equilibrio del trapecista sin red
que vive en hilo de sueños
balbuceante.
Yo vivo en las aceras compactas sin fosos visibles
y me precipito eternamente
en falso réquiem
por una u otra alcantarilla. (Coduras, 2017: 24).
Geometría polisentimental es la geometría de su interior que alcanza recovecos de lo que no se ve externamente. Hay cosas que quedan sin ser vistas, sin embargo, lo que más fácilmente vemos en lo externo puede invocarnos a mirar dentro. Como sugiere el yo poético, la raja de su falda tiene otra similar en el corazón que solo unos pocos alcanzar a ver.
MI CARA es ovalada
para quien desconoce sus aristas.
Mi cuerpo destaca por sus curvas
pero su naturaleza rectilínea
queda oculta bajo una piel
que se quiebra sin verse.
Hay quien conoce la raja de mi falda
pero también quien sabe de la de mi corazón.
Mujer-guitarra
punteo y rasgeo un camino
de altibajos melodiosos. (Coduras, 2017: 26)
Cyan el mar es la negación del primer mundo, el yo lírico es la voz de los niños que cruzan en pateras, de los que quedan fuera de nuestro mundo de poder que no deja entrar en él a quienes buscan huir de la miseria, la que se debe al apetito de la historia que ha devorado a otros pueblos para poder alimentar el bienestar y el poder. Es la voz de una niña, lo que intensifica la opresión al ser la mujer también el resultado de siglos de anulación de su voz individual y social frente al poder del hombre que la dejó fuera de casi todo.
DE PEQUEÑA pensaba que el mar era azul
Y así lo pintaba.
Desde pequeña pensaba que el mar era añil
y que sobre él navegaba
-siempre tranquilo-
un barquito velero.
De pequeña pensaba que el mar era cyan
y que sobre él brillaba
-imperturbable-
un sol inmenso.
Después lo vi
y lo saboreé verde, gris e incluso negro
Y el barquito
-semihundido y deshinchado-
era patera. (Coduras, 2017: 37)
El yo mendigo en el último poema cuando se mira en el reflejo del río al que acude a diario el mendigo nos muestra que está ante un espejo. Era el yo lírico y somos todos. Hay que seguirlo y ver desde su mirada de dolor. Es un relato poético que funciona casi como fábula social. Todos somos el otro, el que queda fuera, el no entendido, el mutilado socialmente, el vagabundo de lo aceptado, del éxito social a costa de dejar fuera a otros, de creerse mejor que ellos y oprimir su voz
LE VEÍAN deambular sin rumbo
hombre harapiento de barba trimestral.
Quienes conocían su triste historia
hablaban de telarañas en el pecho.
Siempre el mismo camino
.[…]
Siempre la misa meta
el mismo puente
donde paraba a contemplar su estéril fondo
para terminar arrojando un puñadito de arena
Decidí seguirle
a riesgo de importunarle.
Nunca me vio.
Parecía ajeno al mundo.
Nunca me atreví a hablarle.
Mudo y ciego de sentimientos
chocaba con todo aquel que no se apartaba de su paso
mientras era increpado a golpes y gritos[…]
Un día dejó de aparecer […]
Seguí su camino
y anduve hasta el mismo puente.
Me flaquearon las piernas.
Agarrada fuertemente a la barandilla
logré asomarme al abismo.
Al fondo un río seco
como su alma
y en el cauce
silueteada de arena
una triste sonrisa que devolvía amarga.
Quizá no éramos tan distintos.
Quizá nunca exisitió. (Coduras, 2017: 45).
La tinta si es de sangre escribe sobre las páginas de nuestra historia una poesía que se rebela contra la historia escrita desde siempre. Hay quienes son el centro, los que marginan, dejan fuera, humillan, mutilan moral y psicológicamente a otros. María Coduras nos recuerda la belleza de la muñeca cosida con el hilo de su dolor, con los golpes de aguja que le hirieron pro dentro. Eso la hizo capaz de mirar hacia los otros, los que quedaron fuera, los que nos recuerda que somos siempre el otro, el que queda fuera, el que sufre…
BIBLIOGRAFÍA
Coduras, María (2017): Corazón de tinta, Zaragoza, La herradura oxidada.