El auténtico Bombero Torero y sus excrecencias


Por Javier Barreiro

 

A Dionisio Sánchez, que dio vuelo

                                                                                  a esta denominación, recreándola     

                                                                                  para otros menesteres.     

 

El gran Eduardini y su compañía de enanos

      1947 fue el año en el que al gran Eduardini (Eduardo Gutiérrez Almela) se le ocurrió formar una compañía de enanitos –afectados de acondroplasia, se les llamaría hoy, aparte de minusválidos, incapacitados y otras lindezas- para, una vez iniciados en las artes circenses…

…y humorísticas, recorrer España, Portugal y el sur de Francia con el espectáculo.

     Eduardini, nacido (1902) en la madrileña calle del Salitre, fue un hombre de circo en toda la extensión de la palabra, aunque procediera de una familia de tratantes de caballos. Cuando se trasladaron desde Lavapiés al barrio de Tetuán, Eduardo pudo tomar contacto con las troupes de gentes de circo que pululaban y entrenaban tradicionalmente en la zona norte de Madrid. Atraído, tanto por el ambiente, como por el espíritu y el nomadismo de las gentes de la carpa, Eduardo Gutiérrez Almela se unió a ellos.

    Payaso augusto, experto en juegos malabares y forzudo, Eduardini fue, sobre todo, bromista inveterado –Marquerie, en Personas y personajes,cuenta magníficas anécdotas a propósito de las bromas gastadas al empresario Carcellé- y gran amigo de tabernas. Su refugio más habitual, en las cercanías del Circo Price, era la taberna de Madrueño en el número 42 de la calle Hortaleza, que visitó Ramón Gómez de la Serna y dio en calificar a Eduardini y sus concurrentes como “tozudos de la hilaridad”. Pese a su  vida bohemia, su desgaste físico y su buena disposición para trasegar, aún vería la muerte del Caudillo Franco, hasta transitar en 1982, cuando ya había cumplido los ochenta.

    Los enanitos de Eduardini no siempre fueron siete, como en el cuento, sino que su número se fue alterando. Por ejemplo, en un programa del Circo Price de principios de los años cincuenta, aparecen diez de todas las procedencias: desde un mejicano de Puebla de 1,06 metros y 34 kilos hasta un bonaerense de 1,15 y 41 kilos. Pero el más pequeño de todos, un tal J. Serrano Navarro, era natural del zaragozano pueblo de Velilla de Jiloca, donde había nacido el 16 de agosto de 1925. El mocico medía un metro a secas y pesaba 32 kilos. Seguro que en su pueblo, todavía queda alguna memoria de este artista.

      Como es sabido Zaragoza y algún otro municipio, adicto a cogérsela con papel de fumar, prohibieron ya hace lustros estos espectáculos y prohibirán todo lo que puedan, pues esa es la condición y naturaleza de estos que aprendieron progresía en el catecismo. Ya en los años cincuenta, cuando un periodista holandés preguntaba a los enanos si no estarían mejor en un trabajo normal ellos protestaban así:

-Nosotros somos artistas, señor… Y nos enorgullece actuar en una pista.

     Cuenta Marquerie que los enanos determinaron coger, por su cuenta y por cuenta del vino, al holandés, que “acabó totalmente embriagado”, mientras los liliputienses le hacían objeto de sus chanzas y burlas.

      Hace poco decía uno de estos artistas a quienes se privaba de su derecho al trabajo:

  -¿Dónde voy yo ahora? ¿En que curro me van a aceptar? ¿De chófer? ¿De albañil…? No, no doy la talla.

    Aquellos censores no han decaído y estuvieron a punto también de prohibir los hombres-anuncio y los herederos de El Bombero Torero, que fue quien continuó el invento de Eduardini de llevar a los ruedos a los enanos enredando con un astado, malviven casi escondiéndose por plazas de tercera, en espera de tiempos mejores, que no vendrán, pues cada día que pasa es más certero aquello que clamaba a los vientos aquel paradigma de la sensatez que fue Jorge Manrique:

No se engañe nadie, no,

pensando que ha de durar

lo que espera,

más que duró lo que vio

porque todo ha de pasar,

por tal manera.

El Bombero Torero

    El continuador de Eduardini, con estas briosas y minúsculas troupes, fue el cántabro Pablo Celis, que, en realidad, había comenzado a hacer toreo bufo años antes, pero la introducción de enanos en sus espectáculos se produjo tras el ejemplo de Eduardini.

     Celis era tramoyista del madrileño teatro Novedades. Cuando éste se incendió en 1928, con un balance de 80 muertos y más de 200 heridos, comenzó su carrera taurino-bufa imitando a Charlot pero pronto –seguro que pensando en el inútil bombero del teatro Novedades- creó el personaje de El Bombero Torero, que le dio fama. Ya se dijo cómo, animado por el éxito de Eduardini, en 1953 incorporó a los enanitos que debutaron en Orán, pero el espectáculo llegó hasta el Líbano y aun hasta la China maoísta, donde actuaron en ¡quince ocasiones!

    Cuando murió Pablo Celis, heredaron el espectáculo sus hijos. El después famoso cómico Arévalo y toreros como Antoñete, Manzanares o El Niño de la Capea comenzaron con ellos su carrera. En un momento dado, Celis, ante la proliferación de elencos de tal condición en lo que para ellos fueron los buenos tiempos, dio en autoexpedirse certificado de origen y hacerse llamar “El auténtico Bombero Torero”. En los últimos lustros han actuado poco a pesar de que, contrariamente a otros festejos, los becerros no eran maltratados –se les picaba con una escoba- y volvían indemnes a los corrales. Sin embargo, los bien pensantes los tenían enfilados y parecía probable que no aguantaran mucho.

    Y, por si fueran pocos los timbres de gloria de las troupes toreras liliputienses, un par de timbrazos más de muestra: Ingmar Bergman los utilizó en alguna magistral secuencia de El silencio (1963) y el colombiano Fernando Botero se inspiró en ellos para varias de sus esculturas. Porque de enanos no toreros está lleno el cine del siglo XX.

Orígenes: El Empastre

     De todos modos, el inicio de todas estas andanzas de bufos taurinos se debe al trío formado por Charlot, Llapisera y su botones Colomer, oriundos de Catarroja (Valencia) que, al menos desde 1914, recorrió las plazas españolas con sus espectáculos cómico-musicales. El empresario Eduardo Pagés  los vio actuar en plazas de pueblo y decidió promocionarlos, lo que logró, y durante muchos años parece que desarrollaron un espectáculo hilarante por los cosos y, también a veces, por los teatros españoles, bajo el marbete de “El Empastre”, en el que, además de la parte taurina, tenía un gran protagonismo la banda, lo que delataba el origen valenciano de la formación. El que oficiaba de imitador de Charlot y estoqueaba a los toros era Carmelo Tusquellas (1895-1973). La denominación de “charlotada” proviene, precisamente, de este espectáculo. El valenciano “Llapisera”, vestido de frac y chistera, tenía el principal papel en el trato con el toro y era, además, el apoderado del espectáculo. Se trataba de Rafael Dutrús Zamora (1892-1960). El susodicho botones, que, simplemente, oficiaba de tal se apellidaba Colomer.

    Se considera a Llapisera el inventor del toreo bufo y, en cuanto a lances, fue creador tanto de la chicuelina y la manoletina como del salto de la rana y el propio Cossío habla de su influencia en el toreo serio. Debutaron en el madrileño Circo Price el 3 de marzo de 1927.

   A esta formación valenciana enseguida le salió en 1930 una competidora aragonesa, “El Emplas-Tres” o “El Emplas-3” -de las dos formas se les denominaba- que, si nunca pudo competir como banda, según las crónicas, eran mejores en la parte cómica. Su director fue Calero, que había toreado con el nombre de Calerito. 

Epílogo

     Esto escribía yo hace algún tiempo y, en fin, la historia daría de sí mucho más pero, tras décadas de amenazas, los enanitos quedaron definitivamente sin trabajo en abril de 2023, tras publicarse en el BOE la prohibición de este tipo de espectáculos. No obstante, la veterana agrupación “Popeye, torero y sus enanitos marineros” ha podido celebrar varias funciones en pueblos perdidos de Andalucía y Extremadura y aun el 24 de septiembre estaba programada su actuación en Las Ventas de Peña Aguilera (Toledo), que prohibió la Junta de Castilla-La Mancha.

Desde niño me horrorizó la tortura consuetudinaria de animales, la principal exhibición de la España Negra, mostrada como espectáculo, diversión y emblema de la nación para muchos. Por entonces TVE era la única cadena y andaba encendida todo el día en cualquier parte. En los pueblos era lo que llenaba los teleclubs durante las tardes de corrida. En mi casa, yo apagaba el aparato sin que nadie se quejase. Cuando casi no existían las asociaciones antitaurinas estuve afiliado a alguna y la cosa no dio más que para algunas pegatinas. Bienaventuradamente, hoy no faltan las almas que se horrorizan de que derramar sangre procure algún solaz, sea justificado con palabras, como arte, cultura o tradición, y sus protagonistas aparezcan en las páginas de la prensa que se autoproclama “progresista”, por no hablar de ese otro mal de nuestro tiempo que es la prensa rosa.

En cambio, una empresa y una causa como la de El Bombero Torero y sus enanitos será un atavismo, pero me atrae y conmueve, como las casas con parra sobre su puerta, el porrón y la bota, las caballerías comiendo en la calle agitando su cebadera y los ejemplares humanos que, al entrar en un lugar cerrado, dan los buenos días.

Ilustraciones

1-Cartel de El Bombero Torero

2- El gran Eduardo Gutiérrez Almela «Eduardini»

3-Manifestación ante el Congreso de Diputados (2023)

4-Cartel de «El Empastre»

5-Charlot, Llapisera y el botones Colomer.

6-Programa de una función en el Price de la Compañía de Eduardini con la biografía de sus enanos.

El blog del autor: https://javierbarreiro.wordpress.com/

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