Al payaso Marcelino

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Por Germán Oppelli 

  Supe de la existencia de Marcelino Orbés a través del libro de Francisco Javier Rodríguez ‘Risas y lágrimas’. Lo que más me llamó la atención no fue el hecho, bastante lastimoso por cierto, de que pidiera limosna, sino que lo hiciera en las puertas del Hipódromo, escenario de sus grandes éxitos.

   ¿Era una forma de afearle al público su olvido? ¿No había en Nueva York otro lugar para hacerlo? ¿O quizá, al reconocerle, las dádivas eran más abundantes? ¿Y si era así, merecía la pena tal humillación? Eso fue lo que pensé y me olvidé del tema.

  Sin embargo, detrás de esa breve biografía se esconde uno de los payasos más importantes de finales del siglo XIX y principios del XX. Gracias a la gran recopilación de fechas y datos que ha reunido el periodista Mariano García podemos saber casi todo de tan singular personaje. Sobre todo lo que más le obsesionaba: su lugar de origen y fecha de nacimiento, y que él se encargaba de falsear. Unos creían que era catalán. Otros, valenciano. Chaplin siempre pensó que era francés. Algún periódico norteamericano dijo que era escocés. ‘The New York Times’, cuando publicó la noticia de su muerte, aseguraba que era natural de Zaragoza.

  Marcelino, que parecía retar a quienes querían saber sus verdaderos orígenes, murió pensando que se había salido con la suya. Pero no pudo ser. Residió durante veintitrés años en Nueva York y nunca se supo que hubiera viajado al extranjero, pero lo hizo a Cuba para actuar en el Teatro Nacional de la Habana. A su regreso, la entrada en los Estados Unidos se había puesto dificilísima por lo que los capitanes de los barcos tenían que presentar un minucioso manifiesto de embarque sobre los viajeros. Y aquí se descubrió el secreto por el que tanto había luchado el bueno de Marcelino.

  El documento aporta los significativos datos. Nombre y apellidos: Isidro Marcelino Orbés Casanova. Profesión: clown. Primera entrada al país: 1905. Fecha de nacimiento: 15 de mayo de 1873. País: España. Lugar: Jaca (Huesca). Consultado el registro civil de Jaca coinciden fechas y datos, añadiendo que sus abuelos eran de Zaragoza y sus padres de Bailo (Huesca). O sea, aragonés por los cuatro costados.

  Una vez aclarada la fecha y lugar de nacimiento, nos encontramos con varias versiones contadas por él mismo sobre sus comienzos en el circo. En una de ellas asegura que, siendo un niño muy pequeño, lo presentó profesionalmente en la pista su padre, lo que resulta bastante improbable, ya que el hombre trabajó toda su vida de peón caminero.

  Otra versión dice que acudió a visitar el circo por la fascinación que le provocaba, quedándose dormido toda la noche junto a la jaula de los leones. De madrugado, lo despertó el aliento de las fieras junto a su cara. Gritó horrorizado, acudiendo a su llamado un payaso del circo, que lo confortó entre sus brazos y, finalmente, lo adoptó. Marcelino tenía siete años.

  La más verosímil relata que se presentó al director de pista del circo de Micaela Alegría cuando estaba actuando en Zaragoza y, tras unas pruebas, lo contrató como payaso acróbata. Creo que si no hubiera triunfado como clown, Marcelino podía haber vivido tan ricamente como guionista en el incipiente cine mudo. Imaginación no le faltaba.

  Guiándonos por datos fidedignos, fue contratado por el circo Hangler del Reino Unido. De allí pasó al Hippodrome de Londres, donde permaneció cinco años, alternando su permanencia en el mismo con actuaciones en renombrados circos de Holanda, Alemania e Italia. . Su triunfo en Londres fue rotundo y alternó en espectáculos con todas las figuras del momento (Chaplin, Houdini, los Fratellinni), pero él era la estrella principal.

  Tal fue su éxito que las guías de viaje lo incluían como un atractivo más de la ciudad. Rodó una película con sus actuaciones para exhibirla en aquellos lugares del país que tenían menos posibilidades de ir a verle en persona. Los niños le adoraban coreando su nombre cuando finalizaba su actuación y el rey Eduardo acudía a verlo con regularidad. Y todo esto cuando apenas tenía treinta años. Pero, sin embargo, pronto iba a ocurrir un acontecimiento que cambiaría por completo su existencia.

  Unos promotores norteamericanos construyeron en Nueva York un gigantesco Hippodrome con capacidad para cinco mil doscientas personas y contrataron a Marcelino como gran atracción y un contrato fabuloso nunca conocido en la época: mil dólares semanales (era el año 1905).

  Triunfó de manera rotunda durante siete años, pero a partir de 1912 su estrella se fue debilitando y el fracaso le llegó tan rápido como lo había sido el éxito. Lo malo fue que él no quería darse cuenta. ¿Qué causas lo motivaron? Se dice que el cine –en pleno auge-, el jazz, los salones de baile… A mí me da que fracasó sencillamente porque lo que hacía dejó de interesar, aparte de que su repertorio era bastante limitado. Asumió un riesgo excesivo al querer actuar solo en un auditorio tan enorme, donde la expresión facial se pierde totalmente. El fracaso le hizo abandonar el Hippodrome.

  Intentó una aventura como empresario de su propio espectáculo que fracasó a las primeras de cambio. Aunque en sus tiempos de gloria había amasado una gran fortuna, verdaderamente considerable, esta se evaporó con rapidez. Todo lo que emprendía –y fueron varios intentos en diversos campos- fracasaban estrepitosamente. ¿Mala suerte? ¿Escasa visión para los negocios?

  Marcelino, agobiado por la falta de dinero, tuvo que enrolarse en diversos circos ambulantes de escaso fuste. Volvió al Hippodrome a principios de la década de 1920, pero lo tuvo que abandonar, nuevamente humillado. Demasiado refinado para los cabarets, anticuado para los grandes escenarios, fuera de onda en las ‘troupes’ de payasos de grandes circos, nuestro protagonista, a sus cincuenta y tres años, estaba solo y arruinado.

  Todo apuntaba a un final dramático y así fue: el cinco de noviembre de 1927 se suicidó. El primer disparo impactó en la pared; en el segundo, no falló. Fueron escasas personas las que acudieron a su entierro sufragado por el sindicato de artistas. Parece ser que nadie lloró.

  Tengo claro lo que me llamó la atención al saber de Marcelino. Creo firmemente que nunca pidió limosna ni en la puerta del Hippodrome ni en ningún otro sitio. Hay que mirar con atención su biografía y veremos que fue un hombre orgulloso, vanidoso y, a veces, altivo: no consintió que su nombre figurara en la cartelera de los circos donde actuaba, porque se tenía a menos (Barnum & Bailey y Sells Floto, entre otros).

  Cuentan testigos presenciales que en una visita que le hizo su amigo Chaplin, ya convertido en Charlot, Marcelino se mostró con él frío y distante. Y no olvidemos, para terminar, que no se suicidó debajo de un puente, sino en una habitación de un confortable hotel de cuatro estrellas.

  Fuera de una forma u otra, aquí va este recordatorio para mis amigos de ‘El Pollo Urbano’. También mi emocionado recuerdo a otros queridos payasos que, por diversas circunstancias, eligieron parecido camino.

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