Viajar solo (por Colombia)


Por Victor Ibañez

   Estuve tres meses realizando prácticas internacionales en Bogotá. Durante ese tiempo, apenas pude salir de la ciudad a excepción de una escapada de fin de semana a San Andrés y un par de viajes por un proyecto de colaboración…


Víctor Ibáñez.
Corresponsal del Pollo Urbano en Colombia 

…de la Universidad de Zaragoza y la empresa donde hice las prácticas. Mientras tanto, no paraba de oír que antes de irme tenía que viajar, que Colombia era mucho más que Bogotá. Hice una lista de sitios que visitar y cuando terminé las prácticas me dispuse a ello. Tenía apenas veinte días antes de regresar a España y tuve que descartar muchos de esos lugares por falta de tiempo.

    Al principio estaba un poco nervioso por el hecho de viajar solo, era mi primera vez. Hubiera preferido viajar acompañado, sin embargo, las personas que conocí -ya sea por estudios, trabajo o dinero- no podían acompañarme. Además, era un viaje muy largo para cualquier amigo que pudiera venir a visitarme desde España. Estaba nervioso, pero no tenía miedo, y no me iba a quedar tres semanas más en la capital con todo lo que Colombia tiene por ofrecer.

    Cuando empecé a preparar el viaje me entro un poco de ansiedad. Había dejado todo para el final -como siempre-. Me quedaban dos días de prácticas y aún no había reservado ningún vuelo, ni hostels, ni autobuses, ni nada. Cuando me puse a mirar todo esto que supuestamente debes tener preparado a la hora de viajar, solo tenía en mente los lugares a los que quería ir y al ver tantas opciones me agobié. Así que compré un billete de ida a Armenia para ir al Eje Cafetero y un billete de vuelta para volver a Bogotá desde Santa Marta. Me dejé de preocupaciones y me dispuse a hacer algo que nunca había hecho en un viaje: improvisar. Entre los dos vuelos tenía veinte días para viajar y entre Armenia y Santa Marta más de 1.000 kilómetros de distancia que recorrer.

    No voy a detallar todo mi viaje por Colombia, si no que me centraré en el hecho de viajar solo. Puede parecer extraño, pero es algo que mucha gente hace. En mi experiencia conocí a personas que estaban teletrabajando y viajando al mismo tiempo; otras que acaban sus estudios y ante la incertidumbre de no saber qué hacer con sus vidas escapaban durante meses; y los que dejaban su trabajo, descontentos y cansados tras muchos años -después de haber ahorrado lo suficiente-, para viajar y encontrarse a sí mismos.

   Viajar solo te da total libertad: tú decides qué ver y a dónde ir. Te da tiempo para reflexionar, para parar y disfrutar sin prisas. Y, sobre todo, te obliga a relacionarte con los demás. Puede que conozcas brevemente a una o varias personas con las que conectes de forma rápida e intensa. Algo sorprendente, ya que es gente con las que compartes uno o varios días y que a lo mejor no vuelvas a ver en tu vida. Quizás coincidas con un chico peruano volviendo del Valle del Cocora en jeep, comiences a hablar con él, veáis que tenéis planeado más o menos el mismo itinerario y acabéis viajando juntos cuatro días. Quizás conozcas a una persona de tu mismo país en un freetour y esa noche acabéis saliendo de fiesta juntos por el Poblado, Medellín. Quizás una chica de tu hostel te invite a una chiva -fiesta en un bus con música- con unos amigos suyos. Quizás paseando con tu cámara de fotos conozcas a una persona con el mismo hobby y paséis toda la tarde haciendo fotos juntos en Cartagena de Indias, veáis el atardecer desde la muralla, cenéis un par de trozos de pizza y toméis unas birras en el banco de un parque mientras fumáis y habláis de la vida. Quizás coincidas con un mexicano a la hora de hacer el check-in en un hostel, él pregunta por un lugar para almorzar, da la casualidad de qué tu habías estado en esa ciudad cinco días antes porque tu buseta tuvo un accidente y te viste obligado a pasar una noche allí, así que le recomiendas una calle con muchos restaurantes, vais a comer juntos, habláis, veis que tenéis muchas cosas en común y acabáis pasando los siguientes dos días juntos.

    Quizás el lector haya notado que a la hora de enumerar todas estas experiencias siempre he empezado con quizás. Precisamente porque igual que sucedió, podría no haber sucedido o podría haber sucedido de forma totalmente distinta. Pero por unas cosas u otras sucedió así. Y esa es la magia de viajar solo, más allá de la libertad mencionada antes.

    He dormido en hostales compartiendo habitación con más de diez personas, me he bañado en el caribe, he montado en mototaxi, he hablado con gente local, hice un tour en una finca cafetera, he tomado innumerables buses, taxis y hasta tres aviones en menos de un mes; me he tumbado en todas las hamacas que he podido, he visitado pueblitos y grandes ciudades, he estado en parques naturales y hasta me di el lujo de dormir una noche en primera línea de playa por trece euros y pasarme todo el día leyendo. No necesariamente en ese orden. Y aún así, puedo decir que lo mejor de este viaje ha sido conocer y conectar con tantas personas distintas, aunque puede que no los vuelva a ver. O quizás sí.

    Viajar solo es algo que puedo tachar de mi lista de cosas que hacer en la vida, lo que no significa que me olvide de ello y no lo vuelva a hacer. Definitivamente me gustaría repetir la experiencia, aunque esta vez sin billete de vuelta, sin prisa y dejándome llevar, con la certeza de que si encuentro un lugar que realmente me guste puedo quedarme todo el tiempo que quiera.

Artículos relacionados :